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  • La hora de Milei en Malvinas

    » Clarin

    Fecha: 16/05/2024 08:29

    Javier Milei, más allá de su retórica de Nueva Era, continúa el curso más tradicional de la política exterior argentina. Esta se caracteriza por: a. bandazos, bruscas oscilaciones y cambios de rumbo, estilos y talantes en nuestra relación con el contexto internacional y regional (somos veletas); b. sobrestimación de nuestra gravitación y relevancia mundiales (somos creiditos); c. condicionamiento directo de la gestión a favor de los intereses domésticos y de corto plazo de gobiernos, facciones, etc. (somos politiqueros); d. amateurismo de gran parte del personal político a cargo, que suele desplazar al servicio diplomático, muy bien calificado y al que frecuentemente sometemos a ostracismos debido a pujas políticas internas (somos diletantes), Inclinados, en suma, a mimar a la opinión pública, oportunistas, repentistas y cancheros. El nuevo gobierno no se ha apartado en casi nada de estos lineamientos. Por el contrario, el Poder Ejecutivo ha avanzado en el mal camino: pasó de largo por lo que se conoce como diplomacia presidencial, incursionando en una suerte de diplomacia personal – desarraigada de la Cancillería y en interés del propio presidente (exacerbación que Guillermo Chávez denomina “diplomacia privada”). Apartarse de estos desvaríos y estabilizar líneas rectoras que rompan amarras con las tradicionales, no sería nada fácil, porque requeriría grados de cooperación interpartidaria y/o gobierno y oposición que no entran en la cabeza de Milei (ni del kirchnerismo). La cuestión Malvinas conjuga muy intensamente las dimensiones exterior e interna de nuestra política. El Presidente, ¿se propone cambiar la orientación argentina, en base, pongamos, a la necesidad de que ésta sea coherente con el realineamiento global de una política exterior modernizada? Estaría muy bien, pero me parece que quien quiera ver así las cosas se confunde. Ojalá Milei y su canciller procuraran una reorientación del diferendo en la línea – imaginaria – Menem/Guido Di Tella y Macri/Carlos Foradori. Es la línea del paraguas de soberanía, de raigambre antártica (fórmula de salvaguardia del Tratado Antártico) que hace posible negociar y cooperar entre las partes del diferendo sin afectar derechos ni reclamaciones de los participantes. Al preservar sus posiciones abre la puerta a una amplia, diversa, cooperación. Y posibilita generar confianza de largo plazo y que las partes se sensibilicen de las inquietudes de las otras. Además, si se desea bajar el tono o enfriar, en el plano internacional, la cuestión Malvinas (desplazando el diferendo de las primerísimas prioridades de la política exterior y encarrilándolo básicamente por canales diplomáticos), es preciso sosegar las aguas turbulentas del contexto interno. Los buenos diplomáticos no lo ignoran. Argentina tiene una tradición negra en mezclar política exterior y doméstica y en Malvinas ni hablar. A un cambio de rumbo que combinara innovación con continuidad, le convenía despolitizar el tema y bajar su perfil. Milei, en contrario, ningunea las meritorias innovaciones de Menem y Macri (curioso, siendo que reivindica a ambos), y hace gala de la hiper exposición, provocativa. Parece desconcertante, pero sugiere que no son sus prioridades incrementar la calidad de nuestra política exterior o encarrilar la cuestión Malvinas, sino afirmarse como salvador de la patria ex nihilo y forjar una base política “mileísta” con raíces bien afirmadas en la sociedad. Está intentando, nada menos que en la cuestión Malvinas, un cambio cultural. Que los argentinos nos las saquemos de la cabeza, que “reconozcamos”, que los “ingleses” ahí están, etc. Estas opciones le dan forma a su tratamiento del diferendo. Podrán ser provechosas para Milei, pero para la política exterior argentina no. Son penosas la idea y la forma en que está usando la causa articulándola a su proyecto personal – uso que le impide inscribirse en la trayectoria Di Tella-Foradori –, en el anhelo de progresar en la nueva derecha mundial. Milei puede sobreactuar, puede ser convincente para su deseado papel de nuevo líder mundial, pero difícilmente convenza a las otras partes del diferendo (el gobierno británico y los malvinenses) de que intenta un cambio duradero. Más bien lo contrario, porque si dos son dos (Menem, Macri), tres serían ya una línea de continuidad (contrapesando a la ortodoxia malvinera), es decir, una política más sólida y de largo plazo. Por eso, la forma en que el presente gobierno ha abordado Malvinas está atiborrada de sobreactuaciones que no sirven para nada salvo para los objetivos de Milei. Ahí están las menciones a Margaret Thatcher. Milei tiene agallas porque mentar a Thatcher en el marco discusiones sobre Malvinas, no puede tener por objetivo sino un cambio cultural (una pedagogía de la provocación) y no precisamente en los británicos. Asimismo, instando a reconocer que estos están en posesión de las islas, mencionando el referéndum malvinense, o que “recuperarla nos tomará décadas” pone el dedo en la llaga. En clave pendenciera en la mención de Thatcher, realista en lo restante, dice obviedades profundamente irritantes, y esto es meritorio. Pero el rupturismo de Milei – está de moda calificarlo de “disruptivo” – no procura una reformulación copernicana de la acción oficial, sino que esta última sea colocada al servicio del presidente. ¿Tiene esto sustentabilidad? Lo dudo, porque por bien que le vaya, habrá otros gobernantes (cabe suponer) y entonces ¿se mantendrá una dirección ad usum privatum? ¿Se corregirá, despojada del ruido y la furia? Por otra parte, al parecer no pasa nada en la opinión pública. Esta falta de reacciones, salvo algunas dispersas, es sintomática. Signo elocuente de cuán aturdida está la oposición.

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