Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Un llamado a la unidad para enfrentar los verdaderos desafíos

    » Jujuy al momento

    Fecha: 10/05/2024 08:43

    Sin embargo, algunos líderes sabios han sabido aprender de esta historia y en lugar de profundizar las divisiones, han construido puentes. Un ejemplo notorio es el histórico abrazo entre Perón y Balbín. Pero parece que esta lección de grandeza se ha olvidado, y estamos retrocediendo. Hoy en día, muchos analistas expresan una preocupación legítima sobre cómo interpretamos, informamos y debatimos acerca de nuestro presente. Las posturas frente a los problemas están marcadas por la adhesión a un grupo cerrado, que no está dispuesto a escuchar otras opiniones y descalifica de antemano cualquier idea que no provenga de su propio círculo. Estamos divididos en parcialidades, cada una convencida de poseer la verdad absoluta y rechazando cualquier voz discordante. Este comportamiento tribal, donde las creencias se defienden como dogmas incuestionables, conlleva a una actitud poco democrática. Es más simple y rápido reconocer en los enemigos de mi enemigo a mi propio bando, aunque nunca se discuta en un debate profundo si en este bando somos realmente amigos o iguales. Reducimos nuestra toma de posición a definir al “otro” y, en consecuencia, presuponemos un “nosotros” protegido por el abismo de la grieta. Parece que hemos olvidado que la grandeza de una nación radica en su capacidad para abrazar la diversidad de opiniones y encontrar soluciones creativas a través del diálogo y el entendimiento mutuo. En lugar de profundizar nuestras diferencias, deberíamos buscar puntos de encuentro y construir sobre ellos. Es hora de dejar atrás la mentalidad de "ellos" y "nosotros" y trabajar juntos por un futuro mejor para todos los argentinos. Cuando una sociedad se divide en clanes o sectas, la política es la primera víctima. No hay intercambio de ideas, ni debate, ni búsqueda de opiniones, mucho menos soluciones comunes. Desde los tiempos de las antiguas polis griegas, en el ágora o plaza pública, los ciudadanos descubrieron la política como un medio para superar los enfrentamientos entre clanes, construyendo una comunidad integradora. En el ágora, cada individuo expresaba sus propios pensamientos como hombres libres, y de todos ellos surgía una síntesis colectiva, guiada por aquellos capaces de liderar. La conducción, el arte de guiar a los diferentes a través del debate y el convencimiento en un proyecto común, era fundamental. En las sectas y clanes, en cambio, no hay verdadera conducción, solo obediencia que excluye a los demás y profundiza divisiones. Sin embargo, más de un dirigente político parece olvidar estas lecciones históricas y recurre a la polarización como herramienta, pensando en los réditos electorales que pueda obtener. Pero esta estrategia, aunque pueda dar frutos a corto plazo, resulta contraproducente para resolver los problemas de los argentinos. Lo más preocupante es que esta polarización discursiva profundiza los antagonismos y desvía la atención de la verdadera división que sufre nuestra sociedad: la social. En lugar de unirnos para enfrentar los desafíos comunes, nos sumimos en un debate estéril que nos aleja cada vez más de encontrar soluciones a los problemas que afectan a todos los argentinos. La verdadera "grieta" que debemos temer es la social. En un país donde uno de cada dos habitantes es pobre, donde la desocupación afecta despiadadamente, y donde dos millones de niños padecen pobreza extrema, la sociedad está más fracturada que nunca. Esta fragmentación social no es algo repentino ni exclusivo de los gobernantes actuales, pero es evidente que el Estado no está protegiendo a su sociedad como debería. Qué decir de las jubilaciones y pensiones que apenas representan una tercera parte de lo necesario para cubrir la canasta básica y evitar la pobreza. Hombres y mujeres que, tras toda una vida de trabajo, son tratados como "descartables", relegados a la miseria. Y como si eso no fuera suficiente, se les recorta la cobertura de salud, limitando los descuentos en medicamentos, porque supuestamente "no cierran las cuentas" del PAMI. Es hora de que el Estado se ocupe verdaderamente de la sociedad, de que se enfrenten los problemas reales que aquejan a los argentinos, en lugar de profundizar las divisiones políticas que nos distraen de lo importante. La situación de pobreza e incluso indigencia en la que viven muchas familias no solo los condena a la miseria y la exclusión en el presente, sino que también les roba cualquier perspectiva de futuro. Cuando para un niño o adolescente la opción más "atractiva" es unirse a las filas de los narcotraficantes, como está ocurriendo, estamos destruyendo las bases de nuestra sociedad futura. Hoy nos enfrentamos a la necesidad urgente de proteger a nuestra población del hambre, uno de los flagelos más antiguos de la humanidad. Sin embargo, en Argentina, donde no hay guerras, es aún más inaceptable que el hambre y la desnutrición, estén volviéndose problemas comunes e irresueltos en nuestra sociedad. ¿Cómo es posible que un país capaz de producir alimentos para diez veces su población no garantice el acceso de todos sus habitantes a este derecho humano esencial? Estamos hablando del derecho más básico a la vida, sin el cual todo lo demás carece de sentido. ¿Por qué como Estado y como comunidad no priorizamos de manera urgente este tema? ¿Por qué todavía está pendiente en el Congreso el tratamiento del proyecto de ley de emergencia alimentaria? Ninguno de estos problemas se resolverá con discursos polarizados ni con estrategias electorales. Requieren acciones políticas serias y responsables, integradas en un proyecto orientado a satisfacer las necesidades de la población y promover el desarrollo del país. Es hora de dejar de lado las divisiones y trabajar juntos en la búsqueda de soluciones concretas. Es innegable que existen sectores de poder que no saben interpretar ni corresponder a las actitudes responsables y prudentes de la sociedad organizada. En lugar de buscar consensos, propician discordias e incluso provocaciones. En democracia hay adversarios, y no enemigos; excepto los enemigos de la democracia.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por