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  • El desafío de la posmodernidad

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    Fecha: 10/05/2024 08:42

    Se afirma que el presente se ha transformado, y esto se llama Posmodernidad. Se podría, por lo tanto, designar a la llamada posmodernidad como una etiqueta que designa una crisis. Se han escuchado diferentes voces que anuncian el fin de la historia, el fin de la razón, el fin de la noción de progreso, el fin del sujeto, por lo menos de la manera como se los entendía hasta ahora. Se escucha resonar, desde distintos ámbitos, un eco que habla del proyecto de la ilustración, y la defensa o el ataque hacia el mismo. Aparecen en las declaraciones al respecto una palabra que designaría, de alguna manera, lo que nos prometen, amenazan o anuncian. La postmodernidad es considerada por muchos autores como una reformulación nacida a partir de la crisis de la modernidad y del surgimiento de nuevas condiciones sociales y culturales con características diferenciadas y bien definidas. Lo que no se puede negar es que el postmodernismo es una dominante cultural y que somos testigos de ello. Esta nueva fase en la historia que vivimos constituye, pues, un cambio y su consiguiente crisis tanto a nivel de las identidades individuales como sociales, a nivel ideológico como cotidiano. El surgimiento de las mismas ha llevado a reconceptualizar todo el sistema de valores en los que se asentaba la concepción del mundo. Los efectos que se producen y se observan hay que entenderlos, también, en relación a la globalización, pues este es un proceso en marcha que se extiende de manera desigual y contradictoria, un vasto proceso socio histórico, económico, político y cultural. Las cosas que no sufrieron mayores derrumbes no pueden ya ser como antes pues sus relaciones en el juego de las fuerzas en curso en las sociedades y los sujetos que las conforman se alteraron. Se desarrollaron nexos, relaciones, procesos y estructuras internacionales. Son otros los lazos de dependencia, tensión, antagonismo e integración. Las condiciones en las que se constituye y desarrolla el sujeto son nuevas pues trasciende lo local, lo regional, lo nacional. Las habituales referencias y emblemas que inciden en la subjetivación, como ser: lengua, historia, tradiciones, héroes, ruinas, banderas, monumentos y otros elementos culturales son impregnadas por patrones, valores, ideales, signos y símbolos en circulación mundial. Todo ello en un marco donde las seguridades ya no tienen la misma solidez que tuvieron en el pasado y donde el relativismo y la incertidumbre pasan a primer plano y nos enfrentan a la inseguridad y a la necesidad de tomar decisiones y opciones sin que podamos derivar la responsabilidad de ellas a otro lugar, ya sea al conocimiento científico o a las instituciones familiares como sociales. Por lo tanto, estamos comprobando que si la actual flexibilidad económica tiende hacia la diversificación, también lleva a la división y al incremento de las desigualdades. También sabemos, y lo hemos experimentado, que en esa delgada y a veces invisible frontera que separan las rígidas seguridades, el autoritarismo científico y moral, de la flexibilización a ultranza, puede dar paso al todo vale, a la superficialidad, a la pérdida de los valores, a la desaparición de algunos límites y separaciones clave que hacen a la ética. Ante este panorama, ¿qué les sucede a los seres humanos? Se encuentran sobrecargados, experimentan una intolerable sensación de culpabilidad, su trabajo se intensifica y la falta de tiempo ejerce sobre ellos una presión despiadada. Hay que construir puentes entre la vida cotidiana de los sujetos y los profundos cambios sociales complejos e incluso globales que se producen a su alrededor. El que consideramos el puente principal, es el que nos convoca en este momento con el fin de analizar los cambios producidos en las condiciones sociales, económicas y políticas en el mundo contemporáneo y las consecuencias que tienen en jóvenes actuales y en las instituciones tanto familiares como educacionales. Últimamente las preocupaciones y discusiones se han centrado, de modo más específico, en los problemas del cambio, sus repercusiones en el desarrollo profesional y en las culturas de la enseñanza, en las paradojas que se están produciendo, en los dilemas, en los conflictos que emergen. Hablamos de los adolescentes, al modo en que viven, piensan y sienten, a la forma en que les afectan los cambios que se les imponen o los que ellos mismos buscan; aunque sin olvidar otras voces, otras razones, otros protagonistas. Hablamos de los agentes educativos: directivos, docentes, preceptores. Hablamos de los profesionales de la salud: médicos y psicólogos que trabajan con adolescentes. Hablamos de los sujetos implicados en este proceso y en este contexto. Sus esperanzas, sus sueños, sus oportunidades y aspiraciones; las frustraciones que vivan son también importantes para su compromiso, su entusiasmo y su moral. Los adolescentes quedan apresados en exigencias contradictorias: mandatos sociales de triunfo, ausencia de modelos que señalen un camino, caída del valor de la palabra, incremento en los niveles de padecimiento y de conductas de riesgo, carencia de ideales sociales y de redes identificatorias que contengan. La relación entre los adolescentes y su contexto histórico, sociocultural, a través de distintas épocas, muestra que los adultos, responsables de su inserción en la cultura, carecen de un conocimiento adecuado de los intereses propios del mundo adolescente, abriéndose una distancia que se intenta llenar de sentido a partir de significarla como "brecha generacional". Brecha imposible de calcular si no es por sus efectos, que hacia el fin del milenio surgio como un abismo hacia el cual el adolescente actual parece precipitarse. En los últimos años se ha acrecentado la inestabilidad del mundo adulto, acentuándose constantemente el quiebre de las redes identificatorias que sostienen el entramado social. La sobrevaloración de la imagen, las distintas formas en que se presenta la violencia, la crisis ética, la reificación del dinero y el individualismo parecen ser las formas del malestar en la cultura postmoderna. Por lo tanto, la crisis adolescente se inscribe en un mundo en crisis y esto nos hace reflexionar sobre el papel de la sociedad, de sus instituciones y de los efectos de lo transmitido a través de las generaciones, especialmente las marcas que dejó la historia reciente de nuestro país en ellos. Cualquier intervención sociopolítica que se dirija a los jóvenes tiene un punto de partida, que es preguntarse qué lugar ocupan y cuál deberían ocupar en esta sociedad globalizada, para y por sobretodo abrir espacios de participación para que no sigan siendo los grandes ausentes cuando se discuten áreas temáticas relevantes como son la salud, la educación, la inserción laboral. Sólo se los considera como un grupo social vulnerable o en riesgo. Nuestros adolescentes se constituyen en un momento de cambios históricos, sociales, tecnológicos y económicos que si bien posibilitan la apertura de nuevas dimensiones, ponen en crisis la escena social y sus actores. La crisis está amenazando la identidad social, ya que las nuevas generaciones no se identifican con las que las precedieron y que tuvieron un carácter constitutivo. Los padres también sufren los efectos del posmodernismo. Los modelos adolescentes ocupan un gran espacio. Las generaciones adultas hablan de desconcierto y falta de respuestas. Gran número de adolescentes señalan aburrimiento crónico, sensación de vacío, desencuentro e incomunicación. El individuo que se busca ya no es: "fue", se modificó, se transformó. Este se ve ante marcos de referencia desconocidos que lo desafían e interfieren en lo que ya conoce. Los modelos y valores culturales pierden vigencia, se vuelven secundarios, se diluyen o se definen en otras direcciones. Pero si la globalización ha roto las fronteras también lleva a la resurrección de currículos etnocéntricos y xenofóbicos. En consecuencia, la penetración de información y de modelos presentados en forma masiva gracias a la globalización, la postmodernidad, los adelantos tecnológicos y el multiculturalismo se corresponde con un verdadero proceso de aculturación virtual y constituye un peculiar malestar en la cultura postmoderna. Este sujeto siente sobre él todo el peso de la civilización, las exigencias del mundo moderno se le hacen difíciles de cumplir o de conciliar con sus verdaderos deseos, lo que lo hace un sujeto sufriente. A medida que se ha desplegado este progreso científico, nuestro mundo ha sido inundado por objetos que se acumulan, objetos de desecho porque la transformación de lo real siempre produce un resto. En la constitución del ser humano como sujeto civilizado, también se produce un resto, algo que se pierde irremediablemente en ese paso a la civilidad.

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