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  • La agresión, ¿una cultura de nuestro tiempo?

    » Clarin

    Fecha: 09/05/2024 19:30

    La cultura de la cancelación parece haber cedido el paso a una cultura de la agresión. En una época de extremos, pertinentemente podemos recordar la expresión de Hermann Göering, creador de la Gestapo y mano derecha de Hitler: “Cada vez que oigo hablar de cultura saco la pistola”. Victor Klemperer, en ese mismo periodo, se dedicó a estudiar en secreto lo que significaba la perversa utilización del lenguaje nazi: “minúsculas dosis de arsénico que parecen no causar ningún efecto, pero que después revelan su toxicidad”. Quienes fueron verdaderos maestros de la manipulación a través del lenguaje fueron los bolcheviques y su culminación stalinista. Algunos grandes especialistas de la historia contemporánea no vacilan en caracterizar nuestro tiempo como un período de preguerra. Otros, más tajantes, están convencidos que ya vivimos en un mundo en guerra, salvo que sus focos de conflicto están reducidos a zonas todavía acotadas. Los vínculos entre guerra y cultura, entre nuevo orden y violencia, entre conflictos y modos de producción, se remontan mucho más allá de que se escribieran las primeras versiones de la Biblia y se nos narrara el asesinato del pastor Abel en manos de su hermano el agricultor Caín. En los hechos, todos los estudios paleo-antropológicos concluyen que la guerra ha sido consustancial a nuestra especie. “La guerra es la madre de todas las cosas” sentenciaba Heráclito en el periodo presocrático. Sin embargo, la palabra “cultura” alude al modo en que el hombre ha cultivado, en su más amplio sentido, la tierra a la que pertenece y que, al hacerlo, se cultiva a sí mismo. Las numerosas formas expresivas, técnicas y artísticas, también consustanciales a nuestra especie, forman el núcleo más prístino de lo que habitualmente designamos como cultura. Algunas pinturas rupestres de hace 30.000 años testimonian la enorme necesidad que tiene el ser humano de expresarse por medios que escapan al lenguaje oral. No es por azar que al hablar de cultura y de guerra debamos también referirnos a nuestra especie. Nunca como ahora la amenaza de un conflicto nuclear se va delineando en el horizonte, aun cuando muchos dirigentes prefieren ignorar que Putin advierte taxativamente que la posibilidad de emprender un ataque nuclear es una opción factible. Esta peligrosa tendencia maniquea del mundo actual, donde la cultura se define, al igual que en la época del quiebre del mundo helenístico, por la oscuridad o la luz, por el bien y el mal, adquiere, en nuestro país, para no variar, ribetes caricaturescos. Las redes sociales amplifican la resonancia de esas ideas básicas y estas redes forman parte ahora de un aspecto central de la política. Los fundamentalismos religiosos han comenzado a tomar la posta de las antiguas religiones seculares, de las cuales sólo sobrevive activamente la República (imperial) China, que se empecina en mantener al Partido Comunista como el organizador hegemónico de esa compleja y diversa sociedad. Hezbollah, que junto a su mandataria la República Islámica de Irán ha sido caracterizado como el responsable directo de los atentados terroristas cometidos en nuestro país, significa en árabe el Partido de Dios. Los ultraortodoxos jaredíes de Israel quieren un Estado que deje afuera a todos aquellos que no se sujetan a la Torah. La India de Modi se mueve, con mayor lentitud, en esa dirección, tomando como base el hinduismo anti-Islam, aunque eso no le impide efectuar múltiples negocios con la Rusia de Putin. Hasta los budistas de Birmania y Shri Lanka persiguen a los musulmanes rohniyás efectuando verdaderos pogroms. Desgraciadamente, el ser humano nunca necesitó de causas muy sofisticadas para emprender ataques a los que no pertenecieran a su comunidad. En la era planetaria estos conflictos están cruzados por variables en apariencia incomprensibles. ¿Cómo Putin ha podido forjar una estrechísima alianza con el clero ortodoxo de Moscú después de haber sido educado en el más radical ateísmo? El ascendiente que tiene el oro de Moscú sobre la extrema derecha se hará sentir en las próximas y decisivas elecciones parlamentarias europeas. Esto no le ha impedido a Rusia obtener el apoyo de una gran cantidad de grupos y partidos antisistema de la “izquierda” clásica en el llamado Sur global. Sin embargo, izquierda y derecha son términos que ya no son útiles para designar la situación política actual. Muchas de las manifestaciones religiosas de la cultura de EE.UU, enraizada en el Dios dinero, se encuentran cada vez más alejadas de lo sagrado, del re-ligare que constituyó una relación esencial del hombre con el mundo. La desvirtuación es de tal naturaleza que hasta Donald Trump se permite utilizar rituales de características evangélicas en sus actos de campaña. “Dios nos dio a Trump” se atreven a cantar sus seguidores, con devoción incomprensible. El mesianismo de los emisarios de la luz ha comenzado a irradiar una oscuridad tenebrosa por la ceguera que produce. Seguramente sea un exceso de ingenuidad creer que el ser humano todavía es capaz de alcanzar una cultura de la tolerancia y de la paz.

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