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  • La conflictividad mundial puede aún no haber alcanzado su punto máximo

    » El Ancasti

    Fecha: 09/05/2024 12:22

    Adelantarse a la siguiente fase en el ejercicio de permanente corrimiento de los límites del asombro parece ser la consigna de la época. La humanidad no termina de acomodarse a la catástrofe de la invasión rusa a Ucrania para tener que asistir a la tragedia en la Franja de Gaza, sin dejar de lado las no lejanas secuelas de la pandemia por COVID-19, otro producto del intento de rebasamiento de los umbrales vitales como desde hace décadas lo es la crisis ambiental. El elemento conector de todos estos eventos es precisamente el impulso de resolución de las contradicciones de un capitalismo que se niega a agotarse. Las causas de fondo de la guerra en Ucrania, por caso, tienen que ver con un sistema monetario y financiero internacional que está en crisis, con la pérdida de preeminencia del dólar a nivel mundial y del imperialismo que terminan eclosionando en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. Tanto es así que en más de una ocasión Estados Unidos se ha mostrado reticente a que Ucrania avance en negociaciones de paz con Vladimir Putin. “Es fundamentalmente una guerra entre imperialismos, entre el imperialismo global de Estados Unidos, el imperialismo regional de Rusia y un imperialismo chino que quisiera volverse global pero que aún no dispone de los instrumentos financieros necesarios. Esto era previsible después de la crisis financiera de 2008 porque el capitalismo nunca salió de ella. Es más, las contradicciones se agravaron ya que aumentaron la concentración de las ganancias, del patrimonio y del poder”, analizó oportunamente el filósofo italiano Maurizio Lazzarato. Esto se comprende a partir de considerar que, desde la I° Guerra Mundial (1914-1918), la guerra es un elemento constitutivo más del capitalismo que busca sobrevivir expandiéndose hacia territorios que no siempre son tierras, sino también espacios morales, credos, formas de entender la vida con todos sus componentes organizadores como el trabajo, la educación, el consumo, la sexualidad, la familia, etc. Con una moneda en decadencia -el dólar- a la que países como China y Rusia evitan y otros como Brasil y Argentina ya le han planteado la posibilidad de una divisa propia para el comercio internacional, la escena geopolítica se evidencia en fase de riesgo. Así es que, advirtiendo tal debilidad, las expresiones antagonistas se levantan dando lugar a los conflictos que por estos días la humanidad está atestiguando. Del mismo modo puede leerse -más allá de la deshumanización, del genocidio y de una limpieza étnica que no es la primera en la historia palestina- el fondo de la catástrofe en la Franja de Gaza. Tal como lo denunció el periodista y militante sirio-británico Richard Medhurst, “no es solo porque Israel sea racista. Israel y Estados Unidos quieren hacerse de enormes cantidades de gas de Gaza y crear un rival para la Nueva Ruta de la Seda de China”, para lo que precisan de una vía de conexión sin obstáculos con Europa a través del Mediterráneo, haciendo gala de la inobservancia de todo escrúpulo para la reconstrucción de la columna financiera del comando global. Siendo este el panorama, ¿qué faltaría para que estalle un conflicto totalmente mundial? Solo una chispa, a decir verdad, y no es descabellado que la excusa perfecta para encenderla llegue desde el Pacífico, particularmente desde el punto caliente que por estos días es el estrecho de Taiwán. Taiwán es una pequeña isla que se encuentra justo frente a China, se considera independiente pero es reclamada como propia por el gigante asiático. Esta tensión ha provocado que, en nombre del aseguramiento de la libertad, Estados Unidos se establezca con bases militares en toda la región. Como contrapartida, China incrementó su presencia armada en la zona, llegando a exhibir intensos ejercicios bélicos próximos a las visitas de los funcionarios estadounidenses a la isla, tal como recientemente aconteció en ocasión de la llegada del secretario del Departamento de Estado Antony Blinken. Si bien en última instancia los intereses de ambos lados tienen más que ver con garantizarse circuitos comerciales que con valores e ideologías, si este delicado equilibrio se rompiera podrían desencadenarse una serie de conexiones con los otros conflictos hasta integrarlos. Así, pertenencias étnicas, credos y hasta resentimientos del pasado podrían converger en un único ánimo anti-estadounidense, anti-imperialista y anti-occidental, generando una incontenible conflictividad global. Ya en enero pasado, el ministro de Defensa de Reino Unido, Grant Shapps, explicaba esta coyuntura de preguerra contra adversarios como Rusia, China, Corea del Norte e Irán en un discurso emitido en Lancaster House: “Nos encontramos en los albores de una nueva era. El Muro de Berlín es un recuerdo lejano y hemos cerrado el círculo, pasando de un mundo de posguerra a uno de preguerra. Una era de idealismo ha sido reemplazada por un período de realismo testarudo”, dijo el funcionario británico en la ocasión. Siendo así, ¿cuánto más pueden forzarse los límites del asombro?

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