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  • La Novena de Beethoven, una obra imponente

    » Clarin

    Fecha: 09/05/2024 08:05

    Un 7 de mayo, hace exactamente dos siglos, se escuchó por primera vez –en el Teatro de la Corte de Viena, que ya no existe- una obra destinada a ser una de las más relevantes de la música universal: la Novena Sinfonía de Beethoven, presentada como su Opus 125. Con una extensión en ese momento de una hora y diez minutos, con algunos pasajes que enseguida fueron modificados, ofrecía la novedad para el género sinfónico de su fragmento coral (sobre los versos de Schilller, el gran poeta, dramaturgo y filósofo alemán). En el mismo programa se incluyó otra obra reciente de Beethoven, la Misa Solemne y la obertura “La consagración de la casa”. Beethoven ya había esbozado esta obra casi una década antes, pero terminó su composición por encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres a comienzos de 1824. Aunque debía estrenarla en Londres, un colectivo de 30 artistas –amigos y admiradores del músico- lo convencieron de que sería más apropiado hacerlo en Viena. Las semanas previas fueron frenéticas, Beethoven no solo era el compositor sino que se multiplicó como organizador del concierto, hasta en los últimos detalles. “Trataba de encontrar la mejor sala, así como los músicos y los cantantes adecuados. Suele verse a Beethoven como un genio solitario que creaba obras magníficas en soledad cuando, en realidad, trabajaba con un gran equipo”, afirma Angelika Kraus, musicóloga e investigadora de la Casa Beethoven en Bonn. Birgit Lodes, historiadora, cuenta que “la noche anterior al estreno, Beethoven fue en carruaje puerta por puerta para invitar personalmente a la gente importante a su concierto”. Homenajes Con motivo del Bicentenario, este martes se realizó un concierto especial en la Stadhalle de Wuppertal, Alemania, donde la orquesta fue dirigida por Martin Hasselböck. También la Filarmónica de Viena, con dirección de Riccardo Muti, ofreció un ciclo alusivo y este martes se interpretó la Novena en las principales salas de París, Madrid, Praga y Barcelona. La Biblioteca Estatal de Berlin expone la partitura original de Beethoven, hasta agosto. Considerada un tesoro nacional, está guardada en una bóveda de dicha Biblioteca: 200 hojas encuadernadas en tomos rojos que sobrevivieron al impacto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, además de múltiples visicitudes y traslados. Ahora exponen en una vitrina el tomo principal, el que incluye la frase “Alegría, hermosa chispa de los dioses”. Y también hasta agosto se extiende una exposición alusiva en la Casa Beethoven de Bonn –su ciudad natal- vinculando al compositor con Leonard Bernstein, a quien definen como “uno de los mayores embajadores del maestro durante el siglo XX”. Se recuerda especialmente su concierto –televisado a 21 países y seguido por 100 millones de personas- posterior a la caída del Muro de Berlin, en 1989. Allí Bernstein se tomó una pequeña licencia, aprovechando las circunstancias políticas: en la Oda reemplazó la palabra “alegría” por “libertad” Apropiaciones Beethoven se sentía cautivado desde su juventud por los textos de Schiller y anhelaba incluirlos en una sinfonía, aunque recién pudo concretarlo en la etapa final de su vida. Pero si había algún significado místico en aquellos textos, y hasta en el propio ideario de Beethoven, lo que priva es un sentimiento profundamente humanista. Por eso resulta entre trágico y absurdo que los regímenes más siniestros del último siglo se hayan apropiado de la Novena, y del Himno a la Alegría. Stalin hizo que se escuchara cuando sancionó su Constitución de 1936, afirmando que es “la música adecuada para las masas”. Tanto en su régimen como en la China de Mao, la música debía coincidir con determinados ideales políticos y estéticos: entonces Mao la hizo interpretar en 1959, en el décimo aniversario de su revolución. “Todos los hombres del humano serán hermanos” cantaba el coro. Pero los nazis se apropiaron de la música y los textos: “Es un símbolo de la autoafirmación alemana. Quien haya comprendido la naturaleza de nuestro movimiento sabe que Beethoven lo encarna en su más elevada esencia” se atrevió a decir el ideólogo del nazismo, Alfred Rosenberg. Uno de los momentos más tristes de exaltación propagandística del régimen sucedió el 19 de abril de 1942, en el concierto de homenaje a Hitler por su cumpleaños. Este no acudió, pero habló Goebbels afirmando que la Novena fue “la más heroica música de titanes surgida jamás del corazón alemán”. Al rescate llegaron las organizaciones internacionales, el arte y hasta el deporte. Acompañó a los equipos alemanes en la vuelta de los Juegos Olímpicos. La Novena Sinfonía de Beethoven fue declarada “Patrimonio de la Humanidad” por las Naciones Unidas y es el himno oficial de la Unión Europea desde 1985. Un suceso en condiciones difíciles Beethoven llevaba una vida atormentada, había quedado sordo, también veía con dificultades, tenía que lidiar con un sobrino rebelde y con dificultades financieras. Pero quería dirigir la Novena en su estreno. Aunque el programa afirma que “Ludwig van Beethoven tomará parte personalmente en la dirección del concierto”, se trataba de un eufemismo. Según Edouard Herriot, autor de una de las tantas biografías del compositor “Ubicado en medio de los ejecutantes, el viejo maestro de cabellos grises trata en vano de seguir la partitura. Seguros de no ser oídos, los solitas guardaron silencio en los pasajes difíciles”. Realmente, la dirección general fue de Michael Umlauf, otro excelente músico y compositor y la orquesta, de Luis Duport. Pese a su sordera, Beethoven se ocupó de seleccionar a los músicos, inclusive a las cantantes principales –dos jóvenes de 21 años, Karoline Unger y Henriette Sontag -que a partir de allí se convertirían en las mayores estrellas del escenario lírico europeo. Pese a todo, y a que apenas pudieron disponer de dos ensayos con orquesta y coro completos, el estreno fue un suceso. En su libro de conversaciones, el biógrafo y amigo de Beethoven, Anton Schnilder, escribió momentos antes del estreno: “Le ruego me disculpe pro señalar que esta sinfonía es realmente una excepción respecto a todas las anteriores. Es la más grande y difícil”. Dos mil espectadores colmaron la sala y sólo hubo una siento vacío: el del emperador. Los críticos afirmaron que “Beethoven ofreció una forma de belleza hasta entonces desconocida”. El diario La Gaceta, en Leipzig, consideró que “Es la obra de un gigante. El arte y la verdad celebran aquí su más absoluto triunfo y se podría decir con toda justicia: non plus ultra. ¿Sobre quién podría recaer la misión de sobrepasar estos límites”. El musicólogo Joseph Kerman, citado por nuestro crítico Eduardo Sluszarczuk en Clarín, le atribuye a Beethoven “una clara decisión de llegar a tocar a la humanidad común en la forma más desnuda posible". Y resalta “lo conmovedor de ver a un artista que "había alcanzado las alturas de la sutileza en la manipulación pura de los materiales tonales, atacando las barreras a la comunicación con todas las armas de sus conocimientos".

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