Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Relaciones diplomáticas entre Suecia y la Argentina: el cónsul que no fue

    » La Prensa

    Fecha: 09/05/2024 05:16

    Por Eduardo Berezán En la primera mitad del siglo XIX, el Reino de Suecia quería ampliar el horizonte de su comercio internacional y había un creciente interés por encontrar mercados para las exportaciones de hierro en las nuevas repúblicas sudamericanas. Las empresas exportadoras y de transporte marítimo suecas, presionaban constantemente a su gobierno para forzar una apertura hacia los países del Plata. Las estadísticas estaban de su lado, una media anual de diez barcos suecos llegaba por aquel entonces al puerto de Buenos Aires. En diciembre de 1831 el gobierno sueco decide finalmente establecer un consulado en estas tierras. En la corte sueca el oficial de la marina y experto en temas rioplatenses, A. C. Oxenhuvud, era un ferviente defensor de la idea de establecer una representación diplomática. Pero más allá de los aspectos comerciales que defendía con fervor, estaba el bienestar de los marineros suecos que llegaban a estos puertos y se encontraban sin ningún tipo de protección jurídica. Había que nombrar un cónsul. En un principio se pensó en un cónsul honorario, pero no había un candidato en el lugar y los extranjeros a los que se consultó, rechazaban de plano la posibilidad. Juan Manuel de Rosas manejaba con mano dura los destinos de Buenos Aires y era reconocida su particular aversión hacia los diplomáticos extranjeros que solo le traían problemas y le generaban dificultades. En esas condiciones no quedaba otra alternativa que designar a un diplomático de carrera. Se pensó que lo mejor sería nombrar a alguien que conozca el idioma y la mentalidad hispana, en ese sentido las miradas recayeron sobre el cónsul en Cádiz, John Tarras. DIFICULTADES El nuevo cónsul llegó a Montevideo en mayo de 1835 y no tardó mucho en recibir un anticipo de las dificultades que encontraría en Buenos Aires y que ensombrecerían su carrera diplomática en la América del Sur. Estando en Montevideo recibió la información de que se había decretado en Buenos Aires que ningún cónsul extranjero sería aceptado, si su país no reconocía previamente la independencia de la nueva república. Fue ahí que dio comienzo un largo intercambio verbal y por escrito entre el funcionario sueco y el gobierno de Rosas. Tarras pensaba que la designación de un cónsul era un reconocimiento de hecho a la independencia de la joven nación. El argumento se estrelló contra la intransigencia de Rosas que quería lisa y llanamente un documento donde se reconociera la Independencia de la Confederación Argentina. A Tarras no le quedaba otro camino que pedir que le mandaran cuanto antes el documento en cuestión. Esperando noticias de Estocolmo, la ya de por sí precaria situación del cónsul se iba a tornar más precaria aún. En marzo de 1836 la ansiedad se iba a transformar en pánico cuando recibió la noticia de que el capitán del puerto de Buenos Aires descubrió que la lista de la tripulación del barco sueco Gustafva, que había arribado unos días antes, llevaba la firma de Tarras con el título de cónsul general de Suecia y hasta estaba adornada con sellos del consulado. La lista con la firma del cónsul comienza a deambular de mano en mano entre los funcionarios de Rosas y aterriza finalmente en el escritorio del hombre fuerte de la Confederación. Así las cosas, Rosas, constata el grave delito y decreta el inicio de un proceso contra Tarras. El cónsul, ahora convertido en delincuente, es llevado por la policía que lo somete a un exhaustivo interrogatorio. Tarras se defiende como puede y rechaza las acusaciones en un escrito donde también pide ser absuelto. Un par de días más tarde es detenido. El proceso en su contra está en marcha, mientras una catarata burocrática se desploma sobre él. Las autoridades de Buenos Aires en tanto, traducen el documento, analizan las inscripciones en cada uno de los sellos estampados en él, interrogan al capitán del puerto, sus funcionarios, los tripulantes del barco, empleados administrativos y hasta a los chicos que hacían los mandados. Finalmente, tras una semana de idas y vueltas judiciales, se declara que John Tarras es inocente, aunque inaceptable como eventual cónsul general sueco en la Confederación. El funcionario fue puesto en libertad, pero su carrera diplomática en la Argentina había encontrado un abrupto final. Lo menos que se puede decir de esta historia es que Tarras tuvo muy mala suerte, solo un par de horas antes de ser detenido llegó a Buenos Aires el documento del ministerio de RREE del Reino de Suecia donde se reconocía la Independencia de la Confederación Argentina. Tarras tenía el documento en su bolsillo cuando el juez dictaba sentencia, pero ya era tarde para dar marcha atrás. John Tarras logró ser cónsul general, pero en Montevideo, un lugar bastante práctico ya que el tráfico marítimo hacia Buenos Aires pasaba necesariamente por allí. LA VUELTA Pasaron algunos años y recién en 1845 John Tarras pudo volver de visita a Buenos Aires, su historia ya había quedado en el olvido. Cuando regresaba a Montevideo satisfecho y feliz por su periplo, salió a tomar aire a la cubierta del Racer, una nave de guerra británica que por algún motivo patrullaba el Río de la Plata. Había cenado y seguramente había tomado más de la cuenta. Fue allí, en la cubierta del Racer que horas más tarde unos marineros encontraron su cuerpo sin vida. Según los médicos de abordo, su muerte se debió a un infarto. La historia tiene sus ironías, ese mismo año, Suecia reconoció formalmente la Independencia Argentina. Fue durante el reinado de Oscar I, hijo y sucesor de Carl Johan Bernadotte.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por