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  • Infancia y aprendizaje: lo cotidiano necesita algo de magia

    » La voz

    Fecha: 09/05/2024 05:07

    Los aprendizajes básicos, los fundantes, son los de los primeros años. Y transcurren en la escena familiar y en las guarderías cada vez más tempranas. Es imposible generalizar acerca del impacto de la cotidianeidad, ya que cada caso será particular, como lo serán también los efectos sobre cada hijo. Por eso hay tantos tipos de infancias y por eso cada hijo es una entidad irrepetible. Cualquier maestra de guardería o de salita de jardín pueden dar cuenta del impacto de lo cotidiano en cada uno de sus alumnos: cómo lo traen, cómo lo llevan, el tipo de merienda, el lenguaje, los gestos, los hábitos, la posibilidad de jugar, etcétera. Cuando un niño entra a la escuela, lo hace con un bagaje que incluye: Un cuerpo disponible o no para aprender (sistema nervioso central, biofisiología, psicomotricidad, aparato sensorial, etcétera). Una estructura psíquica que resulta de su historia personal-familiar: hijo único, el del medio, el “benjamín”, el de padres separados, el de convivencias no felices. Una historia institucional, que es su recorrida por guarderías u otros jardines, lo que muestra un determinado proceso de aprendizaje. Todo esto contextualizado en un discurso social, el de la posmodernidad, donde, por un lado, la infancia es endiosada como consumidora y, por otro, aparece invadida por el mundo adulto a través de los medios de comunicación, la tecnología, los imperativos estéticos, la cultura light, la hiperocupación o el desempleo de los padres, la soledad de los chicos, el atropello y la banalización de la palabra, la medicalización de la infancia, etc. ¿Desaparición de la infancia? Frente a la cantidad de autores que ya hablan de la desaparición de la infancia, urge pensar: ¿cómo están viviendo nuestros niños? En la cotidianeidad de la crianza, hay encuentros, pero también desencuentros padres–hijos, malentendidos, carencias o excesos. Para un niño en vías de constitución, no da lo mismo una familia organizada que una caótica o padres tranquilos que ansiosos, acelerados o pausados, hiperocupados o desocupados, alegres o desdichados, protectores o sobreprotectores. (Ilustración de Martín Ferraro) En toda educación entran a jugar factores inconscientes, por lo que a veces los padres se preguntan qué están haciendo mal, más allá de las intenciones conscientes. Por ello, no hay fórmulas educativas eficaces ni manuales de crianza, ni escuela para padres que puedan garantizar intervenciones exitosas. Se tratará, entonces, de escuchar en lo cotidiano la forma y el fondo, o sea la escena y el vínculo madre-padre-hijo y su implicación subjetiva: “Yo era así de llorona”; “Yo tuve enuresis como él hasta los 10 años”; “Yo sabía que hijos tranquilos no iba a tener”. Es común la tendencia a atribuir a lo hereditario todo lo que sucede, pero quedarnos allí sería casi como decir: “Es el destino... nació así... no hay nada que hacer”. Un síntoma tiene una elaboración mucho más compleja. A lo hereditario y congénito, hay que articular las experiencias infantiles y los factores actuales que pueden desencadenar ese desajuste en el cuerpo, en la conducta o en el aprendizaje que hoy muestra el niño (las tres escenas posibles del síntoma). Estamos marcando un enfoque policausal para pensar los trastornos en las infancias y adolescencias incompatible con los esquemas conductistas y monocausales en los que con frecuencia se cae, en abordajes que se caracterizan por la rapidez diagnóstica y la brevedad terapéutica. Los niños no son: están siendo Al tratarse de niños, la historia se está escribiendo. En ese sentido, los niños no son: están siendo. Y en ese crecimiento, patean teorías, cuestionas, certezas, obligan a revisar diagnósticos y, por lo tanto, se abren otros caminos, otras miradas, otras posibilidades. Hoy lo cotidiano está para mucho muy difícil, y para filtrar un poco la desazón y la desesperanza de los adultos en el intento de que vivan una infancia lo más sana posible habrá que poner algo de “magia”. Se trata nada más y nada menos que de la presencia de algún adulto disponible para jugar, narrar, cantar y servir de trampolín para los sueños. Un referente que dé sentido a la vida más allá de las vidrieras, de las pantallas y del consumo.

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