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  • Paro: más allá del acatamiento, el que celebra es Milei

    » La Nacion

    Fecha: 09/05/2024 00:37

    Escuchar “Nos tratan de ratas, chorros y traidores. Cada vez que llevamos a cabo una medida de fuerza los medios oficialistas salen a desacreditar el paro y a aquello que defendemos”, subrayó el dirigente sindical Pablo Moyano, además de anticipar hoy una paralización contundente de las actividades por el paro convocado por la CGT. Más allá de las descalificaciones que reciben los sindicalistas de parte de algunos sectores, que nunca deben ser admitidas cuando incurren en insultos, tanto para este caso como para otros, es cierto que la desaprobación social de la dirigencia gremial no es nueva y viene acumulando rechazos desde hace décadas. Las razones son fáciles de encontrar: muchos sindicalistas son ricos o viven como si lo fueran, son burócratas con privilegios ostentosos, sin correspondencia con la clase social que tanto dicen defender. Pero aun así, lograron durante mucho tiempo ser una excepción a la norma sobre la aceptación social, su utilidad cómplice a los gobiernos peronistas hicieron que el partido de poder resultara un escudo protector que les permitía sostenerse en el ámbito político de las decisiones importantes amparados en esa identificación partidaria, haciendo que los reclamos laborales, salariales o de condiciones de trabajo estuviesen siempre supeditadas a las necesidades del gobierno peronista de turno, y solo salieron a mostrar su combatividad cuando el peronismo no estaba en el poder. Y este comportamiento reiterativo y previsible hoy lo están pagando porque forma parte de uno de los éxitos de la llamada “batalla cultural” que tanto esgrime el gobierno de Javier Milei. Los tiempos cambiaron, la CGT y el sindicalismo peronista ya no dañan como antes. Como lo hicieron durante el gobierno de Alfonsín con los recordados 13 paros generales. Eran momentos donde la democracia era un camino por desandar y por el solo hecho de hacer valer los derechos o disfrutar de ellos las protestas tenían un consenso social y hasta eran comprendidas por quienes seguían sosteniendo con su voto y confianza al gobierno radical. Pero 40 años después, la dirigencia gremial partidizada, que miró para otro lado y hasta colaboró con las reformas fiscales y del estado, con privatizaciones incluidas, de Carlos Menem, hoy ante una propuesta que se asemeja a aquella, sale a la cancha con banderas que venían juntando polvo, guardadas o escondidas durante toda la recesión provocada por las políticas económicas de 16 años de kirchnerismo. Quizás nunca como hoy, los trabajadores, los jubilados y los desempleados argentinos necesiten de una central obrera que los defienda. Los reclamos esgrimidos por la protesta de este 9 de mayo son absolutamente legítimos y tangibles, tanto como la insensibilidad del Gobierno para administrar la crisis. Pero quienes motorizan y hablan en nombre de los damnificados carecen de credibilidad pública y su esfuerzo por poner sobre la mesa esas demandas no hace más que fortalecer al gobierno que las provoca. Y aquí aparece la otra parte del problema: Javier Milei lo sabe. El Gobierno necesita de estas protestas y de la aparición pública de la dirigencia gremial mostrándose como alternativa política o como cabeza de playa del desembarco al poder de aquellos que nos trajeron hasta acá. Son dos polos que exhiben su egoísmo. En el fondo, a ninguno le interesa tanto el presente de carencias ni las necesidades esgrimidas de los sectores más rezagados, están pensando en su conveniencia política. Es una pulseada por el poder, no hay intenciones de consensuar soluciones intermedias, sino de doblegar al otro para obtener beneficios políticos. El Gobierno aprovecha esta coyuntura que lo favorece, pero parece estar parado frente a la pelota para patear un penal sin arquero, pero los movimientos previos hacen dudar de que el disparo termine en gol. Es que en un momento de crisis social tan profunda decidió desatender las políticas sociales imprescindibles para hacerla más leve. Miremos al Ministerio de Capital Humano, conducido por Sandra Pettovello, donde en los pocos meses de gestión no solo ya desertaron una docena de funcionarios, sino que son inexistentes las políticas de educación y niñez. En Educación no previeron el conflicto universitario y tuvieron que exponerse a una marcha multitudinaria en todo el país el 23 de abril pasado, poniendo sobre la agenda el tema de la educación pública como prioridad, postergando las intenciones ocultas del gobierno libertario de cambiar el modelo. Hay desfinanciamiento de muchas áreas sociales que deberían funcionar en las provincias. Toda la gestión de Pettovello, hasta ahora, es una decepción, con muchas quejas de maltrato puertas adentro del ministerio hacia empleados de menor jerarquía. Pero tratándose de una de las funcionarias más cercanas al presidente Milei, junto a su hermana Karina, el Presidente valora más la confianza que la aptitud de quienes integran su gabinete. Seguramente por eso a nadie del Gobierno le llame la atención que no sea leído como un fracaso semejante inoperancia en áreas claves. En Salud se desentendieron de la epidemia del dengue y siguen sin solucionar problemas heredados de la gestión anterior como la falta de drogas oncológicas. En el área de trabajo, hay que señalar que eligieron muchas veces que las medidas de fuerza, como las del transporte de pasajeros de trenes y colectivos, se realizaran -afectando a millones de personas- cuando pudieron haberse evitado utilizando una herramienta legal como es la conciliación obligatoria. El Gobierno prefirió que la protesta lastime para exponer a quienes la motorizaban. Eligieron su conveniencia política por sobre la afectación social de la medida de fuerza. Mientras tanto, los vulnerables, los afectados por políticas pasadas o por las del presente, según la mirada de cada uno, y que tan nombrados son en los discursos de ambos sectores, terminan siendo el “jamón del sándwich” de este tira y afloja que solo implanta más deterioro. Como si hiciera falta en un momento tan crítico sumar especulaciones cargadas de egoísmo político. Estas protestas sindicales hoy rinden frutos al oficialismo. Por más que el paro general tenga un 100% de acatamiento, el beneficiado finalmente será el Gobierno, porque los intérpretes de los reclamos carecen de credibilidad y suman más rechazos que adhesiones, muchas de ellas logradas por la fuerza, como aquel trabajador que tuvo que adherir al paro por la falta de transporte. Es un ejemplo claro del “principio de revelación” al que suele hacer mención Javier Milei, aferrándose a esa teoría que aún le permite “celebrar un éxito en el fracaso”. Pero la pregunta que sigue abierta, impregnada de una duda gigante: ¿seguirá siendo así en un futuro inmediato?

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