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  • Enrique Wernicke: huir de la corriente del río

    » Clarin

    Fecha: 08/05/2024 12:33

    Publicada por primera vez en 1968, El agua culmina la producción en vida de Enrique Wernicke e inaugura a la vez sus ediciones póstumas. La novela narra en principio una crecida del río en la zona de Punta Chica, en el norte del Gran Buenos Aires. La inundación provoca otra catástrofe, que arrasa con las convicciones que sostuvieron la existencia de Julio Blake, el protagonista, y se convierte en el eje de la ficción. Wernicke (Buenos Aires, 1915-1968) pensó El agua a partir de la inundación de su casa en La Lucila, en diciembre de 1963. “A un hombre de 60 años le avanza el río y el hecho le provoca una especie de examen de conciencia”, anotó en Melpómene, un mítico diario que llevó durante más de treinta años y del que solo se conocen fragmentos. El proyecto lo sostuvo en la última etapa de su vida, que pasó aquejado por problemas económicos e ideas de suicidio: murió poco después de entregar la novela y corregir las galeras, cuando por otra parte estaba en imprenta la primera edición de sus Cuentos completos. La novela La ribera (1955) señala un punto de inflexión en su trayectoria: la consagración como escritor –simbolizada, en el diario inédito, por una carta que le envía Victoria Ocampo– inscribe al mismo tiempo el principio de su desmoronamiento vital y artístico. El reiterado sentimiento de fracaso que acosa a Wernicke parece inexplicable ante los premios que recibe como autor de teatro y narrativa y las opiniones de lectores calificados que “me inflan la vanidad”, según admite, pero está referido a la imposibilidad de ganarse la vida como escritor, lo que lo lleva a diversos oficios y a la búsqueda constante de trabajo y a una decepción en términos ideológicos que afecta también a la escritura. La conciencia de los problemas sociales en Enrique Wernicke no excluye el escepticismo respecto de los cambios que puedan hacerse y el rechazo al espíritu gregario, incluso en su período como militante comunista entre mediados de los años 40 y principios de los 50. Los protagonistas de sus novelas tienen un aire de familia, pero entre sus matices acusan una diferencia significativa: si el de La ribera participa de la militancia clandestina contra el peronismo emergente hasta refugiarse en el ambiente del río, el de El agua es un ferroviario jubilado de origen inglés cuya única acción fue pasar desapercibido durante la nacionalización de los ferrocarriles para conservar el trabajo. La inundación, en la ficción de Wernicke, manifiesta la presencia determinante del río en su entorno y la fragilidad patética de las cosas humanas. Blake creyó que podía aislarse del mundo y edificar una vida apacible y segura restringida al matrimonio y a ideales pequeño burgueses. La irrupción del agua socava esa ilusión no solo por los daños que provoca sino porque lo conduce a un redescubrimiento ominoso de sí mismo y de sus vínculos y a “las inconcebibles derivaciones que tiene una existencia rutinaria cuando sucede algo imprevisto”. Blake atraviesa la experiencia como un náufrago, y en esa circunstancia se trama una mirada demoledora sobre el individualismo. El personaje es un extraño al medio en el que pasó su vida y está solo en el mundo por su incapacidad de observar que otros enfrentan el mismo drama y hasta de apreciar gestos de solidaridad. El ambiente del río no es ya un refugio sino un sitio del que termina por huir, aunque la situación que enfrenta no tiene escapatoria. El estilo conciso y a la vez crispado que singulariza la escritura de Wernicke adquiere su máxima intensidad con el avance de la creciente, “un agua sucia, helada y enemiga” a la que compara con una boa de “lentitud asiática” en sus movimientos al ingresar en la casa de Blake. La inundación parece devastar también el registro realista y la novela deriva hacia un plano fantástico y de pesadilla. Como ciertos personajes característicos de Horacio Quiroga, el de El agua se desbarranca en la alucinación y en el encuentro con fantasmas que vienen a ajustar cuentas pendientes. Ironía e impiedad Wernicke narra ese giro de la historia a través de escenas muy logradas: el hallazgo de fotos familiares con la carcoma del agua; la invasión de unos vecinos dispuestos a ayudar, cuyo atolondramiento contrasta con la aspereza de Blake; el retorno de la luz eléctrica que muestra de un golpe el desastre en el hogar; la presencia de la esposa muerta, que deja de ser evocada como un recuerdo enternecedor para erigirse en una sombra inquietante y hostil. El deterioro se enfatiza con imágenes que connotan la muerte pero lo central son sus efectos en Blake: si el agua finalmente se retira y la vida puede continuar, las consecuencias resultan irreparables por lo que ha descubierto. Al margen del episodio que la inspiró, la novela no tiene resonancias autobiográficas. Wernicke incorpora en cambio una figura de autor que funciona como un observador irónico e impiadoso del protagonista. El procedimiento recrea una convención del sainete, en la que el dramaturgo busca cierta complicidad con el público y se ubica por afuera de lo que muestra: “El autor pide disculpas. No conoce tan bien como desea a su personaje”, pretende. El agua retorna a librerías precedida por las reediciones de su obra como cuentista y de La ribera y por la compilación de su poesía. El significado de la reedición actual se inscribe también en esa secuencia: a través del tiempo, desde su muerte hasta hoy, Enrique Wernicke tiene lectores y editores que lo celebran y lo jerarquizan. “El asunto es escribir. Mi único enlace con el mundo”, anotó en sus diarios; y el vínculo sigue muy firme. El agua, Enrique Wernicke. Mil Botellas, 114 págs. $11.500 Mirá también Mirá también Mario Montalbetti, un médico que propaga su epidemia

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