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  • Veronica Raimo: “La precariedad es la cárcel de mi generación”

    » Clarin

    Fecha: 08/05/2024 08:29

    Asumir el espejo distorsionado de la ficción designa la iniciación de todo escritor, que a partir de allí intentará mentir de la mejor forma posible para delinear su silueta. Veronica Raimo (Roma, 1978) hace lo propio en Nada es verdad, autobiografía a contrapelo donde invención y hechos ciertos se difuminan hasta lo incomprobable. “Nada de Vero”, acepción alternativa del título original, da cuentas de una escritora llamada igual que Raimo que ha alcanzado el reconocimiento junto a su hermano escritor (el verídico Christian Raimo), aunque su predilección temprana por la impostura ponga en duda cualquier veracidad. Si bien amaga con ser una novela al uso, Nada es verdad se descompone en un racimo de escenas y anécdotas teñidas del sarcasmo ligero de Raimo, entre la rebeldía parca y la ternura agazapada. Lo único sólido del libro es la linealidad que viaja por los tres actos de la infancia, la adolescencia y la engañosa adultez, y que parte de una pequeña Verika que finge talento plástico sin soñarse jamás escritora para desembocar en una autora de cuarenta años que no sabe definir cabalmente lo que acaba de escribir. En el medio caben una tragicómica sucesión de eventos desafortunados, amortizados por una voz elocuente que evoca el pasado con íntima reticencia: la propensión al estreñimiento y el insomnio, un aborto, el reumatismo que termina en enamoramiento del doctor, la relación tirante con el sexo opuesto, una escapada hippie a México, la mudanza a Berlín. Y en el centro la familia y su normal extrañeza como mito de origen, con la madre haciendo de reflejo obcecado de la hija díscola. “¿Por qué todas las novelas italianas tratan de temas familiares?”, se pregunta con resignación la narradora. Al final Veronica comprueba que acaba viviendo la vida que no pudo fingir, y acaso esa mentira inasible garantice una forzosa verdad. ¿Qué llevó a Raimo a componer esta novela, ya su cuarta? “Para mí era un modo de actualizar el concepto de memoria o de autoficción del que hoy se habla tanto, reconociendo que no existe la posibilidad de escribir una autobiografía. El acto de escribirla ya implica un proceso de manipulación, de elección de recuerdos, y por eso de una manera u otra es ficción -dice la escritora, de paso por Buenos Aires-. La memoria es en verdad un instrumento frágil porque cambia con el tiempo, porque la interpretación de la memoria se modifica, porque rápidamente se tiende a olvidar o a borrar recuerdos. Es la prueba de que no podemos ser transparentes porque siempre surge un elemento fuera de control que entra en juego”. Y completa: “Inicialmente pensé la novela como un monólogo cómico para el teatro, para una amiga que es actriz, con una forma fluida y abierta en la que se destacaban el ritmo y la oralidad. Pero el comienzo de la escritura coincidió con el encierro de la pandemia y de pronto se hizo obviamente difícil imaginar su adaptación escénica. Probé en cambio con darle una forma de novela de formación, de coming of age, pero esto era más una obligación, una construcción impuesta, y no funcionaba, entonces mantuve la estructura anterior. Que puede ser frustrante, como se dice en el relato, pero que me permitió contar esta historia desde un lado sincero”. –Escribís en una parte del libro que “Cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada”. ¿Cómo manejaste la exposición? –Pude escribir libremente sobre la familia porque muchos de mis parientes ya están muertos, con la excepción de mi madre y de mi hermano. Mi mamá, por su tendencia a reprimir emociones, hizo de cuenta que el libro no existe aunque lo haya leído, y mi hermano al ser escritor fue una fuente de apoyo. De todas maneras no escribí este libro para ajustar las cuentas con mi clan ni para sacarme una piedra del zapato, sino que realmente abordé a mis familiares como personajes, pensándolos en genuinos términos literarios y no en virtud de posibles conflictos reales con ellos. –¿Qué observación te merecen las comparaciones con Natalia Ginzburg? –Natalia Ginzburg es una referencia que proviene más del público, un poco porque al menos en Italia ella es la gran escritora del canon del siglo XX junto a Elsa Morante. Y durante mucho tiempo si escribías o eras Morante o eras Ginzburg, pero afortunadamente hoy existe una diversidad mucho más amplia de escritoras italianas. La inspiración real para este libro fue la obra de David Sedaris, en cuanto a aquello que tiene que ver con el registro cómico en torno a la familia, y después El lamento de Portnoy de Philip Roth. Cuando empecé el texto como obra teatral pensé en escribir la narración desde la voz de la hermana de Portnoy. Mi libro es en efecto sobre una hermana que existe en segundo plano, como la de esa novela. –En el texto se hace referencia a la “autoguetización” de la llamada escritura de mujeres. ¿Cuál es tu posición al respecto como autora? –Desde cuando empecé a escribir libros en 2007 por suerte muchas cosas han cambiado en el panorama literario, que siempre había sido restrictivo. Hoy hay escritoras reconocidas, visibles. Pero también se ha puesto en circulación un discurso que pondera la escritura femenina, cuando sencillamente sería mejor hablar en términos de literatura universal. –¿Qué motiva el vaivén nómade entre Roma y Berlin de Nada es verdad? –El nomadismo señala una precariedad que caracteriza a mi generación tanto como a la de los más jóvenes, una precariedad que se extiende a la vida entera: al trabajo, a los afectos, a la vivienda. Pienso que la dificultad de poder contar esta historia de manera lineal, bella, como una novela clásica, va unida a la dificultad de convertirnos hoy en adultos con esta precariedad de base. Esa situación es una suerte de cárcel para mi generación, que no puede acceder a comprar una casa, que ya no lo considera un objetivo como lo hacían nuestros padres. Y la polaridad entre Roma y Berlín fue un componente fundamental para definir a la protagonista, que vive con una constante sensación de anhelo, incluso de nostalgia, como si siempre fuese necesario tener otro sitio al que extrañar. –¿Qué implicó escribir para Bella addormentata de Marco Bellocchio? –Percibo el guion de cine como algo distinto a la escritura, porque en el caso particular de esa experiencia en el fondo yo me encontraba trabajando al servicio de otro, en este caso un director y un maestro tan grande como Bellocchio. Lo que aprendí es que es un trabajo que no me gusta hacer, ya que prefiero poseer un control total sobre lo que escribo. Nada es verdad, Veronica Raimo. Trad. Carlos Gumpert. Libros del Asteroide, 216 págs. Mirá también Mirá también Geniales mujeres imperfectas

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