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  • En Catedral inició proceso de beatificación y canonización de tres entrerrianos

    Parana » El Once Digital

    Fecha: 07/05/2024 21:30

    Carlos Rodolfo Yaryez Victor Schiavoni María Cruz López El camino a la santidad Comenzó este martes por la tarde en la Catedral de Paraná la apertura de la fase diocesana de las causas de beatificación y canonización de tres laicos de la arquidiócesis local. Se trata de los Siervos de Dios Carlos Yaryez, Víctor Schiavoni y María Cruz López. Un rasgo común los une: los tres murieron de leucemia.La celebración es presidida por el arzobispo Juan Alberto Puiggari, según pudo registrarCabe recordar que el 25 de agosto de 2022 la Arquidiócesis de la capital entrerriana había presentado el pedido para iniciar el proceso de beatificación. Finalmente, el 8 de mayo de 2023 se conoció la noticia de que se comenzaría con el mismo.Carlos Rodolfo Yaryez fue un joven “enamorado de Jesús que, de la mano de María, quiso ser coherente con el mensaje del Señor”, indican sus familiares.Comenzó a caminar en la fe con grupos de jóvenes que profundizaban en el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia y participaban en retiros espirituales ignacianos. Luego fue cimentando su pertenencia eclesial desde la Acción Católica, la cual lo formó tanto doctrinal como espiritualmente.Tenía novia, estudiaba Ingeniería Electromecánica y vivía con intensidad la amistad. Su novia Sandra aseguraba que “lo cotidiano lo vivía en una forma extraordinaria porque lo vivía de la mano de Dios”.Uno de sus amigos, Juan Pablo, recuerda que “él siempre estaba atento a quién necesitaba alguna palabra o compartir una oración en ese momento. Hacía su apostolado de esa manera."En plena juventud, lleno de proyectos y esperanza para su vida que estaba comenzando, le diagnostican leucemia. "Carlos vivió su enfermedad de una forma de entrega total a la voluntad de Dios", expresó su novia.Desde la Acción Católica, describen a Yaryez, fallecido en 1990, como "un cristiano de ardiente caridad, inquebrantable esperanza e irradiante fe que provocaba que todo aquel que pasaba a su lado se sentía tocado por ella".Victor Schiavoni, hijo de Víctor, de oficio ladrillero, hermano de cuatro -tres hermanos que viven en Río Grande, Tierra del Fuego, una hermana que permanece en Entre Ríos-, fue un chico de asistencia casi perfecta a la iglesia. Nació en la zona rural de Lucas González, pero asistió a la primaria en el Colegio Castro Barros San José de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas.A los 14 años quiso mudarse a Paraná, donde completó el secundario como pupilo en el Seminario Nuestra Señora del Cenáculo, en la zona del Brete: estuvo en el “Menor”, como se lo conoció. No llegó a completar los estudios en el Seminario Mayor y a ordenarse sacerdote.Murió el 7 de septiembre de 1995, cuando tenía 17 años. Una leucemia acabó con su vida en cuatro meses: le habían detectado la enfermedad en mayo de 1995. Esos meses estuvo prácticamente aislado en una habitación del Seminario a la que tenían acceso sólo un puñado de sacerdotes.Entonces había empezado una rara devoción por él: los religiosos creían en la existencia de un halo de santidad en Víctor. Lo decían por el modo cómo sobrellevó la enfermedad.“Era un chico bueno, muy de la casa, de ir a misa, nada más. Los sacerdotes dicen que hubo algo especial, porque él aceptó de buena manera la enfermedad y que nunca se quejó”, indican familiares. Destacan que “la manera en que asumió la voluntad de Dios fue heroica, viviendo el sufrimiento con gran alegría, habiendo descubierto su sentido redentor. Las sesiones de rayos lo dejaban realmente molido, hasta ni podía sostenerse en pie, pero él lo vivió todo sin quejarse.María Cruz López, fue servidora de Acción Católica en la parroquia San José Obrero, hasta que la leucemia terminó con su vida en 2006.Evangelina Blanco, amiga, dijo que “para todos los que la conocimos, fue una persona muy llena de Dios y especial, todos notábamos eso en ella y el cómo se despidió María de nosotros fue algo que nos llenó muchísimo de Dios también”.Contó que, luego de la partida de López, ella y un grupo de amigos decidieron comenzar a escribir su testimonio para difundirlo a otros jóvenes y mostrar cómo es posible vivir la fe hoy en día, siendo joven y enfrentando los desafíos que la vida te presenta. “Iniciamos nuestro camino y luego de las idas y vueltas de la vida y los planes de Dios, terminamos presentando al obispo todo lo que habíamos investigado, que fue algo que nos sorprendió, acerca de su vida y todo su crecimiento”, detalló Blanco.La amiga de María Cruz López recordó que ambas se conocieron en la Acción Católica de San José Obrero, donde López era la delegada de los aspirantes más chiquitos. “Era una delegada muy dulce, los buscaba casa por casa a los chicos, antes de ir a las reuniones, le hacía tarjetitas a mano. Era una persona muy dedicada y comprometida”, dijo.Daniel López, papá de María Cruz, expresó aque “es una alegría enorme que Dios la haya designado. Es mérito de ella. Trabajó en la parroquia Nuestra Señora del Luján, en San Francisco Javier, en San José Obrero. Estuvo muy comprometida con los chicos”.“Dios la llamó cuando ella tenía 18 años, en el 2006 falleció. Ella fue muy valiente. Sobrellevó su enfermedad con una hidalguía. Tuvo una repercusión muy grande con sus amigos, en la escuela. Fue una revolución para Paraná”, comentó.Contó que la joven “era una chica muy solidaria. Algo que la caracterizó era la solidaridad para quienes la rodeaban. Siempre tenía una mano para todo”.María Cruz era la hija mayor. “Después siguen María Paulina, María Cecilia y Francisco Daniel. Cuando falleció María Cruz nos sentimos comprometidos a seguir la tarea de ella. En Crisálida trabajamos con otras familias y chicos para que puedan sobrellevar las enfermedades”, señaló.Al fallecer una persona “con fama de santidad”, el obispo local y el postulador de la causa piden iniciar el proceso, presentando ante la Santa Sede un informe sobre la vida y virtudes de la persona. La Congregación para las Causas de los Santos examina el informe y dicta el decreto “Nihil obstat”, es decir, que no hay impedimento para iniciar los estudios en profundidad. El candidato es llamado Siervo de Dios.Una vez que se tiene el “Nihil obstat”, el obispo diocesano dicta el decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.A nivel diocesano se estudia la vida del siervo de Dios y se prepara un informe con testimonios y pruebas documentales que afirmen que efectivamente vivió como un santo, identificado con Jesús. Requiere de años de trabajo, se envía luego al Vaticano para su análisis. Entretanto, el postulador de la causa difunde su devoción privada, de modo que se haga más conocida su figura.La Santa Sede analiza los documentos presentados por el tribunal local y, si es el caso, declara que el candidato es venerable. Es decir, que vivió y practicó las virtudes cristianas en grado heroico: las cuatro virtudes cardinales (justicia, templanza, fortaleza y prudencia) y las tres teologales (caridad, fe y esperanza).Para la beatificación de una persona cristiana, además de las virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de su intercesión y verificado.Las beatificaciones las realizaba generalmente en Papa, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Pero desde octubre del año 2005, bajo el papado de Benedicto XVI, la Congregación para las Causas de los Santos dispuso para las ceremonias de beatificación la celebración en la diócesis que haya promovido la causa y, eventualmente, la realización en Roma.Con la canonización, al beato le corresponde el título de santo. Para llegar a esto, hace falta otro milagro, ocurrido después de su beatificación. Al igual que ocurre en el proceso de beatificación, el martirio no requiere habitualmente un milagro. Esta canonización la hace el Papa en la basílica de San Pedro o en la plaza de San Pedro del Vaticano. En el caso del papa Juan Pablo II, las canonizaciones las realizaba en el país de origen del beato a canonizar durante sus viajes pontificios por el mundo. Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia católica. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.

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