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  • Frank Stanford, cortando a una culebra en dos

    » Clarin

    Fecha: 07/05/2024 17:47

    Cualquier lector de poesía se enfrentará a los dos primeros versos de Habla terreña de Frank Stanford (1949-1978) y verá algo más que poesía, posiblemente un cuchillo: “encontré a la muerte y al amor/ colgados como perros en mi huerto”. A este gran poeta, que vivió parte de su vida activa en Fayetteville (Arkansas), lo acompañaran para el resto de la eternidad muchos excelentes volúmenes en el género, así como una verdadera mitología: Stanford se suicidó a los 29 años luego de darse tres disparos en el pecho. El azar comenta –tal como lo hace su biógrafo y prologuista de esta edición, James McWilliams– que el infortunio del hecho se desató luego de que su esposa, Ginny Stanford, mantuviera un encuentro con la poeta C. D. Wright, amante de Frank. Aunque leyendo de fondo sus trabajos, y lo comentado por el mismo Stanford –siempre dijo que no llegaría a los treinta– hallamos nuevos vestigios del eminente desenlace. En una primera o segunda lectura de Habla terreña llegamos a versos de una radicalidad extrema: “una niña ha quemado/ su tierra salvaje no para la muerte sino para la miel”. Hablando de un río, descubre superficies: “tiene ojos/ como viales de veneno/ fue por eso que lo miré”. Pero en Stanford vale mucho la continuidad de su prosodia, un ritmo que se desploma verso a verso en la busca de una perfecta oralidad (parecida a la de Dylan Thomas), aunque sometida a esos tres mismos y sorpresivos disparos fundacionales. Esto puede verse en los cuatro grandes pilares y poemas del libro, como “Nana para una niña que dicen no sobrevivirá a esta noche”, “El río es un tiempo para matar sin previo aviso”, “Apunté quemaduras” y “Fuego dejado por viajeros”. Al releer estos poemas se hace muy difícil encontrar el lugar donde el poeta ejecuta esos disparos (el sonido que llega a su oído) y corta a la culebra en dos, dejando ambas partes del cuerpo (o poema) con vida. Creíamos seguir la estela del poema cuando Stanford da un giro inesperado, cambiando las direcciones, liberando al jinete de su noche: “en mi huerto ya no se ara/ en mis cuartos ya no se duerme/ me monté al techo escondí/ la quilla de una barca el río arrastraba aguas abajo/ fue como una tarde/ en la que tendiste una manta para/ una ballena arponeada a la espera de que la luna/ se hundiese/ cuando la olí”. Frank, para decirlo más claro, parecía conocer bien el otro lado. Siempre escribió desde los bordes, literalmente con el arma enfundada. Esto se hace más visible en sus poemas largos, muy habituales en él, aunque en Habla terrena hay otros trabajos igual de poderosos y breves, como “Las proas” (“sujeto el cuchillo bajo las aguas/ las barcas pasan y van”) y “Pareja” (“algunos búhos parten la medianoche queda a mano”). Admirado por poetas como Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, su obra no pecó de etnocentrismo, al igual que la de muchos poetas de la Generación Beat. En su trabajo supo incorporar voces tan disímiles como las de Nicanor Parra y Jean Follain; así como modismos populares de la Arkansas rural, de series televisivas y del misticismo Zen. La presente edición es la primera obra de Stanford que se publica en nuestro idioma. Llega acompañada por un lúcido prólogo, escrito para la ocasión por James McWilliams. Según este, Stanford tuvo mucho que ver con su propia oscuridad. A la solitaria y aislada vida de Fayetteville (como el Charleville de Rimbaud), se suman sus elecciones editoriales, que reflejaban su “provincialismo autoimpuesto”. Alejado de cualquier vestigio institucional y académico (nunca terminó sus estudios universitarios), cuando participaba en concursos enviaba manuscritos tres veces más largos de los permitidos. Como ocurrió con muchos poetas, se necesitó de otros que bebieran de su mismo océano. El trabajo de Stanford fue principalmente divulgado y reconocido posteriormente por otros poetas, como James Whitehead, C. D. Wright, Alan Dugan y Forrest Gander. Habla terrena, Frank Stanford. Trad. y notas de Patricio Ferrari y Graciela S. Guglielmone. Pre-Textos, 106 págs. Mirá también Mirá también William Carlos Williams, la poesía está en todas partes

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