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  • Valle del Rift, cuna de la humanidad

    » La voz

    Fecha: 07/05/2024 03:24

    Desde el aire, mientras me acerco a la capital de Etiopía, Addis Abeba, quedo hipnotizado por uno de los paisajes geológicos más magníficos del mundo. Se elevan majestuosos conos volcánicos, rodeados de pequeños rectángulos verdes de campos de cultivo y casas con tejados de chapa, que se extienden a lo largo de las interminables laderas de las montañas. El sol poniente proyecta sombras alargadas, añadiendo profundidad y relieve a la escena. Es en el Valle del Rift –donde el continente africano se está dividiendo– donde todas las evidencias sugieren, a pesar de diversas teorías científicas, que comenzó el proceso de evolución humana. Aún existen incertidumbres sobre el momento exacto en el que nuestros ancestros prehistóricos empezaron a caminar sobre dos piernas y mirar hacia el horizonte. Sin embargo, sí sabemos que desde ese hito, la capacidad de imaginar y explorar ha sido la fuerza impulsora detrás de nuestro viaje a todos los rincones del planeta. Addis Adeb. También es bien sabido que Lucy, un importante descubrimiento en 1974, nació en Etiopía. Ella estuvo caminando sobre la Tierra hace más de 3 millones de años. No pude evitar derramar lágrimas cuando la vi expuesta en una vitrina que preserva sus huesos en el Museo Nacional. Este año se cumple el 50 aniversario de su notable hallazgo. No hay duda de que África es nuestro origen, como lo reconocían las culturas antiguas que se referían a ella como la Cuna de la Humanidad. Independientemente de dónde nacemos, todos estamos profundamente conectados con África. Todos somos africanos. La octava maravilla Hacia el sur de la capital, atravieso la meseta de Bale (sitio Unesco), a 3000 metros de altura, para observar el deambular de leones y leopardos y continúo hacia donde el continente africano se desgaja. Además de esta riqueza arqueológica incomparable, el Rift africano también cuenta con una notable diversidad geológica. En efecto, esta porción del Continente Negro está siendo testigo de una colosal separación tectónica que, dentro de millones de años, convertirá al África Oriental en una isla. ¡Sí, una isla que navegará por el Océano Índico abriéndose paso entre las olas del mar! ¿Cómo es posible? Porque las placas tectónicas de la litosfera (capa exterior de la Tierra) aquí se alejan y crean depresiones como el Valle del Rift, que será invadido por el mar. El viaje a través de esta porción del Gran Rift donde las mesetas, los valles profundos y los lagos albergan a los restos de nuestros antepasados también me deja vivir junto a las fabulosas tribus del Valle del río Omo, tal vez uno de los últimos sitios donde podemos regresar a espejarnos en nuestra propia prehistoria. Ingreso a un laboratorio viviente en tiempo presente, en directo, de eventos antropológicos y geológicos que asaltan los sentidos y que han encontrado aquí su paraíso. Pobladores Masai en Kilimanjaro. Esa profunda grieta que señala, a manera de una gigantesca cicatriz la piel del continente africano, continúa en Kenia y Tanzania, donde hizo brotar, hace unos 15 millones de años, lava derretida. Comenzó así a diseñarse un paisaje de volcanes. Algunos fueron apagándose, como el Ngorongoro, mientras la erosión eólica y fluvial los cincelaba sin pausa. Sus cenizas convirtieron al terreno en una extraordinaria fuente de ricos minerales. Y de éstos, combinados con el agua, surgieron abundantes pastos, aliciente que atrajo como un imán a millones de animales. Y así nació la planicie del Serengeti y Masai Mara. Y, a su lado, el vecino más celebérrimo que comparte esta verdadera “Octava Maravilla del Mundo”: el cráter del extinto Ngorongoro, un anfiteatro sin par de paredes escarpadas que son protección y aislamiento a la vez. La fantasía del Edén La vida silvestre que se ve en las películas la contemplo en directo en cada privilegiado lugar destinado para los safaris. En las llanuras de Amboseli, las siluetas de los elefantes se recortan contra el telón de fondo de las nieves, por ahora eternas, del volcán Kilimanjaro. “La densa niebla se disipará con el correr de la mañana, aunque en las laderas del cráter persistirá aún más”, dice Kimbitor el guía, un joven de la tribu masai. Estamos acampando a 2200 metros de altura y desde ahí descendemos seiscientos metros de las empinadas paredes interiores del gigantesco cráter. “Nosotros ocupábamos antiguamente todos estos territorios desde que emigramos del norte del continente de donde vienes ahora. Nuestra vida gira alrededor de la ganadería porque consideramos que la piel de la tierra no se puede dañar cultivándola; vivimos de la leche, la carne y la sangre de vacas y bueyes. Para nosotros, la riqueza es la cantidad de ganado que se poseemos.” Pesadas nubes oscuras se recortan contra las laderas. El Ngorongoro semeja un enorme circo, o si se quiere un jardín, para miles de animales que allí se dan cita. En el lago Makat los flamencos cubren mágicamente de rosa el horizonte. Atardecer en Zandibar. Los ñus, protagonistas principales de la gran migración anual, llevan siempre su cabeza hacia abajo, como si buscase hierba fresca. Cuando al final de la temporada seca las praderas del Serengeti se parecen más a un desierto, las manadas empiezan su traslado. Esto ocurre entre julio y agosto, durante el tiempo que los Masai llaman “época del rey rojo”. Y con ellos se cataliza toda la cadena de la vida. Estoy frente al más grandioso espectáculo natural que se pueda presenciar. Entonces, subo a un globo en el Parque Nacional de Serengeti y observo desde lo alto a millones de cebras, gacelas y búfalos pastando y guareciéndose bajo la sombra de las acacias. Cuando doy vuelta la visión, los elefantes destruyen las acacias mientras, las leonas caminan con su presa que pendula colgada en su hocico enrojecido. Los buitres se levantan hacia el cielo empujados por el aire caliente tras dejar huesos limpios. Reflexiono, suspendido en el aire. Descubro una “isla” detenida en el tiempo y el espacio, caleidoscopio de vida legada a la Humanidad. Finalmente sí estoy en una isla, Zanzíbar. Me sumerjo en las aguas del Índico y nado entre delfines. El revuelo de vibrantes imágenes y el sonido de la vida me acompañarán para siempre.

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