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  • La historia del por qué traemos alfajores cuando nos vamos de viaje

    » TN

    Fecha: 06/05/2024 18:38

    La historia de la gastronomía argentina está repleta de eventos culturales que se transmiten de generación en generación, pero existe una tradición en particular que llama mucho la atención y que genera una presión social para quien no la cumple: la costumbre de traer alfajores cuando uno se va de viaje. Leé también: Cómo se hace el alfajor furor del verano rápido y fácil Este ritual, que data de mediados del siglo XIX, específicamente alrededor de 1853, es una muestra de afecto y tradición que persiste en el tiempo. Hay muchos que dicen que la pandemia y las constantes crisis y procesos inflacionarios la vienen bombardeando pero muchos otros aún quieren sostenerla. Sobretodo en la oficina, no hay mimo más grande en esos lunes cuando vuelve uno de sus “vacas” y trae una docena de alfajores de la ciudad que visitó. Pero, ¿cómo comenzó esta costumbre? Los alfajores, cuyo origen se remonta a la influencia de la cocina árabe en España y su posterior llegada a América Latina con los conquistadores, encontraron en Argentina un terreno fértil para convertirse en un símbolo nacional. Con el tiempo, cada región del país comenzó a desarrollar su propia versión de este delicioso dulce, utilizando ingredientes locales y dándoles un sello distintivo. El alfajor furor que se hizo viral este verano, ahora casero. La tradición de traer alfajores de viaje comenzó en la época en que las rutas comerciales y ferroviarias empezaban a conectar distintas partes del país. Los viajeros, al visitar nuevas provincias, solían traer productos locales como presentes para sus familias y amigos. Entre esos productos, los alfajores se destacaron rápidamente por su practicidad, durabilidad y exquisito sabor, convirtiéndose en el souvenir predilecto. Cuenta el mito popular que la primer alfajorería de Argentina se llamó Merengo, ubicada en Santa Fé, donde se estaba gestando la Constitución de 1853. Al parecer, los políticos que participaron de esas reuniones se juntaban en el local de Merengo a debatir. Incluso, varios historiadores aseguran que en la planta alta del local (el único edificio que tenía planta alta en la ciudad) se realizaron los escritos que derivaron en el texto final. Al irse de Santa Fé y volver a sus pagos, los asambleístas llevaban alfajores de esa marca como obsequio. Antiguo almacén Merengo (Foto: Merengo) Tal vez, la ciudad de Bariloche se distinguió del resto del país por su cultura del chocolate. Cuando vas a “Bariló”, lo tradicional es que traigas una caja de chocolotes surtidos o, al menos, una caja de chocolate en rama. Otras ciudades del sur patagónico imitaron la movida barilochense y quedó instalada en el imaginario popular que desde esa zona lo que se traen son chocolates. Es el ejemplo de San Martín de los Andes, Villa la Angostura, Esquel, entre otras. Lo cierto es que la práctica de traer alfajores se mantiene vigente hasta nuestros días. Ya sea por negocios o placer, no es raro que los argentinos regresen a casa con una caja de alfajores, seleccionados cuidadosamente para compartir un pedazo de su experiencia con seres queridos. Esta costumbre se metió tanto en la sociedad que omitirla es casi impensable; se espera que quien viaje, no regrese sin ellos. Alfajores de maicena, una receta que atraviesa generaciones.Foto: Freepik Con la famosa “década del noventa” se impuso una variante al alfajor que fueron los garotos brasileños o las mentitas conocidas como “After Eight”. Fueron épocas de vacas flacas para el turismo nacional y una explosión para los viajes al exterior. La gente volvía y compraba por monedas un montón de dulces importados. Esas son épocas pasadas. La historia del alfajor es, en efecto, un reflejo de la historia de Argentina: diversa, rica y profundamente conectada con sus raíces culturales. Desde los alfajores de maicena en Córdoba, pasando por los triples santafecinos, hasta los rellenos de dulce de leche en la costa bonaerense, cada uno cuenta una historia, cada mordida une pasado con presente. Así, más que un simple dulce, el alfajor representa un puente entre regiones, un gesto de cariño y una tradición que endulza el regreso de cada viaje.

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