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  • El “jet lag” de la dirigencia argentina

    » La voz

    Fecha: 06/05/2024 00:32

    Algunos no pueden superarlo y a duras penas deben tolerarlo, con el sabor amargo de viajar al exterior con el reloj biológico anclado en Argentina. Peor aún si semejante sensación de desajuste temporal incluye la nostalgia por el barrio, el colchón, el bar y los amigos de siempre. Cualquier parecido de este trastorno del sueño, conocido como jet lag, con la tormenta de frente que hoy golpea la versión de época aún predominante del peronismo, no es mera coincidencia. De hecho, cuando Cristina Kirchner aludió en febrero pasado a la necesidad de “discutir seriamente un plan de actualización laboral”, algunos de sus seguidores celebraron este vuelo inaugural a la modernidad realizado por quien lideró el justicialismo por ya más de dos décadas. No obstante, obviaron un pequeño gran detalle: la expresidenta llegó en 2024 al lugar de un debate de ningún modo forzado por la actual revolución alrededor de la inteligencia artificial. Por el contrario, a mediados de la década de 1990, ¡hace ya 30 años!, circulaban en ambientes académicos, empresariales y de las políticas públicas investigaciones relativas a las consecuencias profundas de la tercera revolución tecnológica. En particular, El fin del trabajo (1995), de Jeremy Rifkin, aludía a la reestructuración de los sistemas productivos que había impactado sobre la vida de los trabajadores con una evidencia shockeante: 800 millones de personas desocupadas o subocupadas a escala mundial. De igual modo, ese clima de tardío revisionismo extendido ahora por la exmandataria al ámbito tributario y energético también envuelve a exfuncionarios que, al estilo del hoy consultor Emmanuel Álvarez Agis, desfilan por los medios con menciones herejes para el kirchnerismo, como “ajuste”. Más aun, tal proceso de crítica alcanza a politólogos como José Natanson, un analista que desde el arco intelectual progresista afirmó, en una reciente columna, que “el peronismo debería estar orgulloso de Mercado Libre”. Igual tarde que nunca Adaptar el esquema laboral, impositivo y energético a los desafíos de la época, comprometerse con la estabilidad macroeconómica y promover un clima de negocios que impulse a nuestros gigantes tecnológicos a escala internacional. En resumen, tres bloques de políticas que no sólo deberían ser parte, ¡hace tiempo!, de la agenda de cualquier fuerza con vocación de poder, sino también, y aquí lo más insólito, no tendrían que emerger a caballo de la revisión a regañadientes de una experiencia de gobierno fallida. En este plano, no hay ningún espacio para el adagio popular “mejor tarde que nunca”, ya que la actividad política debe orientarse, antes que nada, por el criterio ético de la responsabilidad, es decir, aquella guía de aplicación ¡oportuna! de los mejores medios disponibles para el cumplimiento de un fin; tomando como punto de partida el ejercicio fundacional más importante de cualquier líder político a la hora de sentarse en el sillón de Rivadavia: una lectura detenida, minuciosa, así como dinámica, del contexto internacional imperante. Por ello, ubicarnos hoy, en 2024, cuando deberíamos haberlo hecho en los 1990 o en los 2000, no tiene ningún valor, y esa práctica es más bien un placebo político de utilidad acotada a los analistas que persiguen el objetivo de hacerle el carbono 14 a la microcadena de fracasos que ayudan a explicar el gran naufragio nacional de largo plazo. O, en la faz presente, describir tal padecimiento con un nombre propio que hoy es una suerte de Aleph borgiano que sintetiza todos los lugares vistos desde todos sus ángulos: Javier Milei. Por cierto, no hago referencia casual al largo plazo, ya que, si bien el kirchnerismo hoy es el fronting visible con todos los billetes de lotería en su mano, ello no excluye a la administración de Mauricio Macri apostando a un mundo de dinero barato a la par que Donald Trump anunciaba una agresiva política de repatriación de capitales e industrias a Estados Unidos. O, más lejos en el tiempo, un Fernando de la Rúa que no tomaba mínima nota de las temibles consecuencias financieras de la victoria de George Bush hijo en 2000. ¿Otra vez sopa? En definitiva, la odisea de un gobernante no se trata de un viaje destinado a reflexionar tardíamente sobre lo inadvertido, sino de la tarea de minimizar su jet lag haciendo propio el gran hit compuesto por Charly García en su estadía neoyorquina de 1983: “Acabo de llegar, no soy un extraño”. En ese aspecto, la ética de la responsabilidad de Max Weber tiene su correlato en cierta cosmovisión budista que sugiere la acción de disolverse en la corriente, el único espacio donde pueden hallarse las herramientas aptas de época. El virus más peligroso que atacó al primer nivel de nuestra dirigencia durante décadas tiene que ver con la tozudez, algunos dirán convicción política, de aislarse del ambiente internacional como de proyectar imágenes del mundo modeladas localmente. De tal forma, nos autoengañamos con la idea de una sequía que “nos sorprendió” en 2022, de una “inesperada reversión” del flujo de capitales en 2018 o, si nos vamos un poco más lejos, de “un mundo que se nos vino encima” en 2012. A tono con semejante lotería internacional, sólo nos faltó dudar acerca de si nos falló la fe, la voluntad o acaso fue que nos faltó piolín, in memoriam Eladia Blázquez. Sin embargo, está claro que las cosas no van por ahí y hoy, una vez más, surgen serias dudas con un nuevo gobierno que, tras haber conseguido un contundente respaldo popular, arrancó con una lectura del contexto internacional propia del mundo unipolar de los años 1990, donde China, la India y la región Asia Pacífico eran aún un prospecto. En tal sentido, el viaje a China de la canciller Diana Mondino a colación del reciente periplo a Brasil abona la idea de un Milei que flexibiliza su dogmatismo en política exterior. Vale destacar: un giro saludable que no sólo activaría una diplomacia segmentada en términos de intereses de seguridad, económicos y de desarrollo, sino que, a la par, dejaría atrás la práctica de anteriores gobiernos de arribar al mundo a la hora de fracasar y ya entregar el gobierno. Así, el viaje da igual tarde que nunca. * Analista político; autor de “Estados Unidos versus China, Argentina en la nueva guerra fría tecnológica”

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