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    » La Gaceta Tucuman

    Fecha: 05/05/2024 10:34

    Los tucumanos tenemos fama de ser en extremo orgullosos de nuestra historia y tradiciones; por ello solemos montar en cólera cuando turistas se refieren a la Casa Histórica de la Independencia como la “casita” de Tucumán. En sí, todo tiene una historia que hace entendible el diminutivo y comprensible su utilización reiterada, por lo cual deberíamos evitar que nuestro enojo pase a mayores. Aquí la historia, en una primera entrega. Mudanza Al ser trasladada la ciudad de San Miguel de Tucumán desde Ibatín hasta su actual asentamiento en el lugar conocido como “la Toma”, a los vecinos feudatarios les fueron adjudicando los solares correspondientes alrededor de la plaza principal, siguiendo el damero característico de las ciudades españolas. Por cierto, mantenían los mismos terrenos que tenían en la antigua ciudad que habían abandonado. Nos interesa uno de esos vecinos, don Diego Bazán y Figueroa, quien mandó a edificar alrededor de 1693 su vivienda en el área que ocupa actualmente la Casa Histórica; esto según datos del investigador Roberto Zavalía Matienzo. Pero hay más; por los documentos estudiados por Juan Bautista García Posse, el solar había sido comprado por don Diego a don Lope de Villacanes hacia 1683 por el precio de “dos carretas”. Bazán de Figueroa se casó con doña Ana de Ávila y Rivera; tuvieron un hijo, Pedro Bazán Ramírez de Velázco, quien si bien se casó con doña Teresa Arias Velázquez, no tuvieron hijos. Pero él si tuvo un hijo natural, Juan Antonio Bazán, que fue criado por su abuela materna. De ella heredó sus bienes, contándose entre ellos los inmuebles de la actual calle Congreso. Al casarse con doña Petrona Estévez, tuvieron un total de 11 hijos, entre los que destacamos a la famosa Francisca Bazán, nacida hacia 1744; quien contrajo matrimonio en 1762 con el español Miguel Laguna. Fue su dote paterno, a la usanza de aquellos tiempos, justamente la actual Casa Histórica. Fue este matrimonio quien realizó, a fines del siglo XVIII, las modificaciones que luego conoceríamos por las célebres fotografías de Ángel Paganelli, especialmente el frente de la casa, con sus inconfundibles columnas torsas. El Congreso de 1816 Mucho se ha escrito acerca de este período de la Casa histórica, en algunos de los casos de manera equívoca. Para comenzar, no es correcto que la matrona tucumana, doña Francisca Bazán de Laguna “cediera su casa” para las deliberaciones de los congresales de “manera gratuita”, al decir de la historia edulcorada de Billiken. Tampoco que fuera el por entonces gobernador Bernabé Aráoz quien la “convenciera” a tal patriótica cesión. El historiador Ramón Leoni Pinto, quien investigó al detalle el asunto, determinó que la casa estuvo alquilada en su mayor parte para el alojamiento de las tropas del Ejército del Norte, lo que había producido serios deterioros al inmueble. Fue entonces que, en 1815, el propio Aráoz determinó los arreglos por cuenta del Estado; además, por decreto del 16 de octubre de ese año señaló la edificación para el funcionamiento de la Caja General y Aduana de la Provincia. Pero el sagaz don Bernabé no se quedó con ello; teniendo que buscar un inmueble lo suficientemente amplio para albergar las deliberaciones de los Congresales que iban a reunirse en Tucumán en los primeros meses de 1816, escribió al Ministro Principal de Hacienda: “Teniendo que reunirse en la posible brevedad el Congreso Nacional como está dispuesto en esta ciudad, ninguna casa encuentro más a propósito en las actuales circunstancias para las sesiones de este Soberano Cuerpo, que las que usted habita en el manejo de Cajas, Almacenes y Aduanas”. En razón de ello le ordena que traslade la Caja “a otra casa que usted solicite, mientras se busca también donde ubicar los almacenes de guerra”. El salón Es también conocido que Aráoz mandó a demoler la pared que dividía dos habitaciones, para dejar un salón rectangular del tamaño requerido para sesionar. Sería conocido luego como el Salón de la Jura y es lo único original que se conserva hasta hoy de la antigua casona de los Laguna Bazán. En 1854, el viajero Domingo Navarro Viola, en su conocida crónica sobre su paso por Tucumán, describe el histórico salón: “Es una sala de 16 varas de largo y 6 y media de ancho, sus paredes blanqueadas, su techo de piernas de llave y tejado; sin cielorraso, ostenta solamente el grosor de las vigas de madera del país. Sus puertas, así como toda la construcción de la casa, demuestran una época más antigua que la del Congreso”. Según documentos y la tradición de los tucumanos de entonces, fue utilizado en diversas ocasiones para actos solemnes, como ser la jura de la Constitución Nacional de 1853, además de los recordatorios los 9 de Julio de cada año, donde pomposamente se hacía traer de la casa de la familia de Bernabé Aráoz, la mesa de la jura. Se recuerda también en 1864, en ocasión de que el gobernador José María del Campo mandara a construir la columna con el surtidor de agua potable en la actual Plaza Independencia, la cual sería dedicada al homenaje de la Independencia Argentina. Luego de los actos, los presentes se dirigieron a la Casa Histórica y allí, según el diario el Liberal, “dijeron sus discursos de rodillas en el recinto”. Otro asunto que hizo derramar ríos de tinta fue la discusión acerca de la tan mentada mesa de la jura. A estas alturas resulta palmario, en razón de la documentación existente, que la mesa de la presidencia fue facilitada por la familia Aráoz. Justamente el Dr. Luis F. Aráoz sostenía fundadamente que en esa mesa de guayacán, se había firmado, además de la independencia, el compromiso de esta familia, encabezada por Bernabé Aráoz, con el general Manuel Belgrano en 1812, en relación a la ayuda que aportarían los tucumanos para detener el avance de las tropas realistas; lo que culminó en la Batalla de Tucumán, aquel 24 de septiembre cuando se salvó la suerte de la Revolución en nuestro suelo. El resto del mobiliario fue prestado por los frailes dominicos y los Franciscanos, estos últimos que han llegado a nuestros días y se exhiben en un salón especial del templo que se encuentra actualmente en proceso de restauración. La compra Durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, su amigo, el tucumano José Posse le manifestaba en una de sus cartas su profunda preocupación por el estado de la casa histórica, por lo que representaba para los argentinos y proponía darle alguna función que la preservara a futuro. “La casa está en ruina y necesita pronta reparación, no sólo para conservar lo poco que está en pie, sino para destinarla al servicio de las oficinas nacionales”. Sarmiento, como defensor del patrimonio, puso manos a la obra y pidió al Congreso de la Nación que le diera las herramientas para poder preservar el sitio histórico. Fue otro tucumano, el diputado nacional Tiburcio Padilla, quien presentó el proyecto de la compra a los entonces propietarios Zavalía Laguna. Se autorizaba al Ejecutivo Nacional a adquirirla, y a disponer lo relativo a la conservación del edificio por cuenta del Tesoro Nacional. El 15 de septiembre de 1869 el presidente Sarmiento y el ministro Dalmacio Vélez Sársfield la promulgaron con el número 323. Los trámites continuaron para por fin sancionarse el 5 de octubre de 1872, la normativa por la cual se autorizaba al Ejecutivo para construir o adquirir casas destinadas al Correo en varias ciudades del país, entre otras Tucumán, por un monto total de 200.000 pesos fuertes. De esa manera, la histórica casona tendría como objeto ser sede del correo, pero se preservaría el Salón de la Jura. Finalmente el 25 de abril de 1874, el gobernador de Tucumán, Belisario López, en representación del Gobierno Nacional firmó la escritura respectiva con sus propietarios Gertrudis y Amalia Zavalía, Carmen Zavalía de López, Fernando S. Zavalía; pagándose por ella la suma de 25.000 pesos fuertes, pagaderos en letras giradas contra el Gobierno Nacional. Debe por ello darse el crédito debido al gran Sarmiento, también por su gestión al defender el patrimonio histórico tangible e intangible de los argentinos, y así a salvaguardar la casa histórica para las presentes y futuras generaciones. Enojo de Avellaneda En 1875 se iniciaron los trabajos para que en la casa se instalaran oficinas federales. Se procedió a demoler el frente, muy ruinoso ya, que amenazaba con caerse y las habitaciones del ala derecha del primer patio, de modo de dejar el Salón Histórico separado de las oficinas del Juzgado federal y Correos, que ocuparían el frente y el costado izquierdo. Luis F. Aráoz cronicó años después los detalles de la demolición. Primeramente se arrasó el tan característico frente con las columnas retorcidas, reemplazándolo por una fachada neoclásica, con pilastras y medias columnas dóricas soportando un entablamiento y gran frontis. Una portada central, de medio punto, y seis ventanas completaban la fachada. Dos leones acostados flanqueaban el arranque del frontis. La mayoría de la opinión pública tucumana estalló en ira, pues se cambiaba radicalmente el estilo de la casa. Aráoz logró ingresar a la obra donde increpó al constructor, el ingeniero Federico Stavelius, quien un tanto en sorna le contestó que la obra ya estaba en marcha. Meses después, Aráoz se entrevistó con el entonces presidente Nicolás Avellaneda a quien puso en autos de los detalles de las “modificaciones”. Con mucha aflicción Avellaneda le expresó: “…la ley, lo que dice y lo que ha querido es reparar la casa para que se conserve intacta. Su noticia me contrista, amigo…al decir del tucumano: se había consumado esa herejía…”. La foto de Paganelli Hacia 1860 había llegado a la ciudad de San Miguel de Tucumán, un industrioso italiano llamado Ángel Paganelli. Rápidamente vio una veta de negocios con la naciente industria de la fotografía, que en un principio sólo retrataban a personalidades de la ciudad. Pero el italiano decidió probar suerte con las “vistas” de exteriores o las primeras fábricas de azúcar; también el registro de la plaza principal de Tucumán, con sus diferentes ángulos y los frentes de las casas que la rodeaban. Para ello debió construir especialmente una suerte de estudio ambulante ya que las placas fotográficas de entonces requerían un tratamiento químico casi inmediato a la exposición. Y el destino o su visión empresaria lo hizo sacar dos fotografías que quedarían para la historia de los tiempos y que luego servirían para la reconstrucción del inmueble histórico. Primero sacó el frente de la Casa Histórica, foto fechada en 1869, donde ya se advertía el profundo deterioro del inmueble, con su revoque íntegramente levantado, lo que al decir del Dr. Carlos Páez de la Torre: “…al extremo que impide ver varios detalles. Por ejemplo, si es un escudo familiar lo que había encima del portal, o si se trata del escudo de España, o adornos caprichosos sin idea ni motivo alguno”, según el comentario a Antonio M. Correa. Según Villarrubia Norry, los dos hombres que se ven sentados en la vereda eran el carrero que había trasladado el aparatoso equipo de Paganelli y su propio hijo. Lo que nunca pudo suponer el italiano fue que con el tiempo, esas fotografías serían inapreciables, ya que su valor documental único sería aprovechado para la reconstrucción del inmueble décadas más tarde. Pero esa es otra historia, que los invito a conocer en una próxima nota. Bibliografía: Roberto Zavalía Matienzo (1989), La Casa de Tucumán; Historia de la Casa de la Independencia. Archivo Histórico de Tucumán. Carlos Páez de la Torre (2023), La Casa Histórica a través de los años; Libros Tucumán Ediciones. Carlos Vigil (1968). Los Monumentos y lugares históricos de la Argentina, Tercera Edición, Editorial Atlántida.

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