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  • Se consolida el álgebra libertaria

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    Fecha: 05/05/2024 03:47

    Hace más de una década, en un encuentro con un transeúnte, afloró de su parte esta pregunta: ¿por qué la sociedad no se rebela? Era la época en que Cristina Kirchner hegemonizaba la política con arengas y admoniciones morales casi diarias; la inflación, aunque mucho menor que la actual, empezaba a trastornar a la gente y el delito y la corrupción crecían sin control. El interrogante lo formulaba un residente en alguna de las entonces elegantes calles de Recoleta. La respuesta, imbuida de relativismo sociológico, fue: su opinión y sus sentimientos son una variante posible entre otras; representan expresiones típicas de la clase media alta educada de este barrio y de la edad a la que usted pertenece; si fuéramos al Conurbano profundo y le preguntáramos a un joven cómo se siente, probablemente nos contestará que confía y aprueba a la Presidenta porque su gobierno le dio oportunidades e ilusiones que antes no tenía. Este episodio provocó una ocurrencia: el consenso o el disenso surgen de una suerte de “álgebra del conformismo”, una suma y resta de factores que arrojan saldo favorable o desfavorable para las personas y su entorno, según cómo cada uno lo aprecie. En aquellos años, una suma algebraica posible, que daba resultado negativo para quienes estaban disconformes, como el transeúnte, era la siguiente: poder cambiar el auto y comprar un plasma + acceder a buenas vacaciones – padecer inseguridad e inflación – soportar la soberbia presidencial – constatar la corrupción. Esto no les gusta a los autoritarios El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad. Hoy más que nunca Suscribite El joven del Conurbano podía hacer, en cambio, este cálculo, que estimaba favorable: tener trabajo + disponer de cobertura social + poder ver Fútbol para Todos – padecer inseguridad e inflación. La conclusión que surge de este pasatiempo desilusionó al señor de Recoleta, porque le mostró que su opinión era relativa y, en ese entonces, minoritaria. Contrariado, dio media vuelta y se fue sin saludar. Al recordar esta anécdota, en días en que muchos repiten la pregunta del vecino desconcertado, nos damos cuenta de que al utilizar la palabra “conformismo” introducíamos un sesgo discriminador para juzgar a los que apoyaban a Cristina. Según el diccionario de la RAE, conformismo significa “práctica de quien fácilmente se adapta a cualquier circunstancia de carácter público o privado”. De acuerdo a esta definición, el conformismo expresa una particular aptitud para adecuarse, que lo aproxima a uno de sus sinónimos: la resignación. En cambio, “conformidad” tiene un carácter muy distinto. Según una de sus acepciones, significa “adhesión íntima y total de una persona a otra”. Quiere decir que el que presta conformidad expresa sentimientos intensos, cuya naturaleza está en las antípodas del que se adapta y resigna. El desilusionado señor de Recoleta no profesaba ese sentimiento por nadie, pero el joven del Conurbano, probablemente, sí. La conformidad que despierta Milei es ahora la cuestión, distinta de la que suscitaba Cristina porque entre ellos ha ocurrido un cambio de época, con todo lo que eso implica. Como él mismo se autopercibe, y como la mayor parte de los analistas y periodistas lo asumieron, Milei es, a diferencia de la expresidenta, un outsider, el actor que no pertenece al sistema y que con su comportamiento transgrede las normas. El sociólogo Howard Becker diría: uno que se ha hecho acreedor a una etiqueta que le resulta particularmente rentable. La consagración pública de estos personajes es la novedad que, conjeturamos, debe su éxito fulminante a una especie de emulación invertida, cuando el líder político, en lugar de buscar la imitación de sus virtudes, se mimetiza con las pulsiones populares, excitándolas y manipulándolas. A propósito de esto, y retrocediendo en la historia, el cambio crucial que separa a los libertarios de los fascistas del siglo XX reside en que las pasiones sociales se potencian y dirigen ahora mediante un formidable dispositivo comunicacional, provisto por las redes, donde se quebró la relación asimétrica entre emisor y receptor, dando lugar a un universo virtual en el que todos emiten y reciben sin ninguna verificación de validez y en un tono predominantemente agresivo, que se vuelve la forma natural de interacción, sobre todo entre los jóvenes. En este magma, el régimen de la verdad moderno caduca y la democracia como conversación deja de tener efecto. De ese modo, se consuma la emulación invertida: los Milei, como los Trump, abrazan las nuevas tendencias de la comunicación, que para los demócratas son perversas, en vez de representar la mesura y el pluralismo. Es decir, o sea: qué me importan las formas si tengo el culo limpio. ¿Cuánto de este cambio de época entienden y asumen los progresistas? ¿Hasta dónde captan el modo que adquiere la nueva conformidad? ¿Tienen insight respecto de su propia sorpresa y frustración? ¿Comprenden por qué la sociedad no se rebela? ¿Asumen que tal vez no estalla porque la rebelión, tal como la entendimos, ya no pertenece a su naturaleza? Si no pueden responder a esto, quizás estén aún menos dotados para discernir por qué, además de sus recursos soeces y atrayentes, los populismos de extrema derecha pueden adoptar, desprejuiciadamente y si perder sustento, el más crudo realismo para negociar con oscuros factores de poder que venían a eliminar. Esto acaba de suceder con la aprobación de la ley ómnibus y el paquete fiscal en la Cámara de Diputados, con la colaboración de muchos republicanos que, por negocios, culpa o imbecilidad, lo facilitaron. Después de este logro, Milei se fortaleció, desmintiendo a los que esperaban que el helicóptero les devolviera el confort y las certezas del pasado. La conformidad social ha oscilado en estos meses en torno a cuatro factores: inflación, nivel de actividad, creencia en la casta y papel de la oposición. Considerándolos, observamos que el cálculo favorable al Gobierno se consolida, al menos por ahora. Podría formulárselo así: inflación a la baja + creencia en la casta + oposición degradada – recesión, si no fuera brutal. No incluimos en la suma y resta la marcha universitaria ni la postulación del juez Lijo, debido a que podrían no incidir en la aprobación presidencial. Es dilatada la indiferencia, aunque cueste aceptarlo. Comprensión lúcida de la época actual y mucha creatividad y coraje deberá poseer una nueva fuerza política –las actuales no sirven más– para quebrar a un régimen que, si lograra mantener la fe en el relato, estabilizara la economía y no tuviera que vérsela con una oposición sólida, podría durar más de lo que cualquier optimista hubiera imaginado. *Sociólogo.

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