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  • Quedamos en los patios

    » Diario Cordoba

    Fecha: 05/05/2024 02:41

    Descubrí qué guardaba Córdoba en sus históricos y populares patios una tarde de mayo en la calle Albucasis, en plena Judería, cuando yo era un pubertón con la cara llena de acné y espinillas que se las enjuagaba todas las noches con aguas de Carabaña. Cuando vivíamos en dictadura, nada sabíamos de política, soñaba con un periodismo libre y sin bulos, todavía faltaba tiempo para conocer a la compañera Rosa Luque, recién nombrada esta semana la primera periodista numeraria de la Real Academia de Córdoba, y aún no celebraba Villaralto –como hará hoy—su romería de la Divina Pastora. Era el tiempo en que empecé a mirar la belleza de una ciudad cuya larga historia era la demostración de que había cautivado a romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos. Con sus patios, por ejemplo, cuando Córdoba se ha despertado del letargo del invierno y convierte en fiesta esa intimidad doméstica con forma de maceta, cal, lavadero y estrellas, con las que se puede hablar en ese trozo de cielo particular. En los patios de Córdoba, donde las habitaciones dan a los naranjos, a las piletas y a los sauces llorones, se ha ido amontonando la belleza de generación en generación por paredes y recodos. El resultado ha sido un perfecto abigarramiento barroco, mezcla de olores, colores, recuerdos y vivencias. Por eso la ciudad, que no olvida su destino, se asoma a ellos por mayo. Y allí reconoce su alma popular. Por San Basilio a Córdoba le crecieron las rosas, los geranios y los jazmines de forma espontánea. Umbríos y soleados, como sus serpenteantes calles, los patios de este barrio cargado de historia, con cierta evocación de ballesteros del rey, de almenas, de ejército, son la concreción del alma popular que ve y siente cómo la naturaleza echa raíces en una maceta y cómo la eternidad es capaz de hacerse un hueco florido entre estación y estación. Por San Lorenzo las fragancias parece como si tomaran aromas de incienso y de plegaria y, postradas de hinojos, elevasen a Dios un rezo. Aquí las flores son como jaculatorias, como letanías floridas, como rosarios con cuentas de pétalos. Por la Mezquita, en el barrio que presta nombradía, historia y sentido a Córdoba, los patios adquieren la trascendencia histórica de culturas y comportamientos encerrados en un mismo espacio. Por aquí han desfilado, y convivido, judíos, moros y cristianos. Y juntos, al atardecer, oyendo la voz del moecín o escuchando el toque de ánimas, han rezado a su dios particular. El milagro de la convivencia. Luego está el patio que resume en su interior ese otro comportamiento humano que tiene que ver más con la transgresión y con lo prohibido que con la ley y lo establecido. Entre San Lorenzo, San Agustín y los Padres de Gracia, cerca de los Jardines del Alpargate y de San Juan de Letrán, por la calle Frailes, los aromas de los patios se hacen tan mundanos como un carnaval. Por allí, el gozo y la algarabía, la multitud y la máscara, el disfraz y la otra forma de entender la vida. La que se coloca una flor en la solapa. Pero ¿y qué descubrí yo en los patios de Córdoba cuando era aquel jovenzuelo con la cara llena de espinillas que curaba todas las noches con aguas de Carabaña? Por la Judería, en el de Albucasis, 6, había una muchacha morena, de tez aceitunada y ojos que hablaban, que nunca se desprendía de la belleza cordobesa de mayo, que era mi reclamo todos los atardeceres del mes, cuando las macetas recién regadas desprendían un olor a tierra mojada y las puertas de su patio se abrían de par en par. Un año, aquella muchacha que hablaba con sus ojos, ya casi mujer, faltó a la cita y se esfumó como un espíritu. Volví a sentir su presencia años después cuando detrás de los cristales de las ventanas de un patio unos ojos tristes de mujer le hicieron competencia a la lluvia con sus lágrimas. Quizá se acordaba de aquellas tardes de mayo del patio de Albucasis, 6, a donde Córdoba se asomaba para mirar el cielo y no perder el rumbo de su historia. Suscríbete para seguir leyendo

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