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  • Otra vez Dinamarca: aberrantes programas de esterilización sobre niñas de la comunidad

    » Tiempo Argentino

    Fecha: 05/05/2024 02:33

    Aunque desde el siglo XVIII Dinamarca ha tenido en Alemania «su» enemigo histórico, y durante la Segunda Guerra Mundial vivió cinco años bajo el asedio del ejército nazi, nada impidió que el Reino nórdico replicara en sus colonias las mismas prácticas impuestas por Adolf Hitler en los países dominados. Más allá de sus políticas de exterminio, básicamente reprodujo los experimentos con seres humanos. El blanco de sus llamadas investigaciones fue el pueblo inuit, los nativos de la isla de Groenlandia, cuya colonia estaba situada en medio de las heladas aguas del Ártico. La práctica, conocida tras una demanda indemnizatoria formulada por al menos 143 mujeres que tienen hoy entre 60 y 82 años, consistió en la colocación, a la fuerza, de dispositivos intrauterinos (DIU) a niñas de entre 12 y 14 años. En Dinamarca, en Copenhague sobre todo, fue donde Naja Lyberth asentó la primera denuncia sobre las prácticas aberrantes implantadas en el marco de un programa que buscaba reducir los índices de natalidad y reemplazar a la población originaria por otra que observara la cultura de la metrópoli e impusiera sus modos y usos. Las autoridades ocultaron la realidad hasta que el ejemplo de Lyberth cundió entre las mujeres que fueron humilladas con el DIU y perdieron para siempre su posibilidad de ser madres. Pese al estremecedor testimonio de Lyberth, que incluía el relato de otras víctimas, la repudiable práctica ordenada por la Corona tardó en atraer la atención pública. Al fin, fue gracias a una serie de podcast de la DR, la radiotelevisión pública danesa, que el tema empezó a hacerse visible. Tarde, muy tarde, como suele ocurrir con los organismos internacionales llamados a velar por la paz, la seguridad y la justicia en el mundo, recién en 2023 llegó a Nuuk, la capital de Groenlandia, un relator de la ONU para los derechos de los pueblos indígenas. Francisco Calí Tzay, el enviado, se conmovió ante la realidad y opinó: «Lo que estamos viendo y viviendo es un escándalo especialmente perturbador del legado colonial». El funcionario condenó la discriminación y persecución infligida al pueblo inuit y sus repercusiones. Nunca volvió, pero aconsejó arreglar las cosas como lo intentó Alemania con las víctimas del nazismo: con dinero. En este caso algo así como U$S 5200 a cada una de las 4500 entonces niñas que, se cree, fueron parte del experimento. En los mismos años, un programa aplicado por los Cuerpos de Paz de EE UU, un instrumento de penetración de la CIA creado por el entonces presidente John Kennedy, diezmó a la población indígena de Bolivia. La aberrante historia escrita en los meses previos al asesinato del mandatario norteamericano, e inscripta en la intervencionista Alianza para el Progreso elogiosamente publicitada en aquellos años ’60 del siglo pasado, fue denunciada y contada en todos sus detalles por el cineasta boliviano Jorge Sanjinés. Su relato documental-cinematográfico, plasmado en Yawar Mallku (Sangre de Cóndor), advirtió al mundo sobre los planes de EE UU para controlar la natalidad aborigen global y detuvo la experiencia que se llevaba a cabo en el corazón de América del Sur (ver reucadro). Groenlandia dejó de ser una colonia en 1953, pero recién en 1979 tuvo un gobierno y un parlamento propios. Aún así, Dinamarca se reservó el derecho a manejar los aspectos esenciales de la vida del país. Desde 1979 la sanidad y las condiciones generales mejoraron, la esperanza de vida creció y la población inuit aumentó. Fue entonces que la metrópoli puso en marcha la Revolución del DIU. En algunos años el programa de control forzado de la natalidad redujo la tasa de nacimientos a menos de la mitad. «Es terrible que tantas niñas sufrieran abusos y se les haya arrebatado el derecho a ser madres, el sueño de toda mujer. Ningún Estado debe pasar por encima de los Derechos Humanos. Es nuestro el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos», dijo Lyberth al relator de la ONU y se quedó sin respuestas. Desde que, presionada por todo el mundo, Alemania se disculpó en nombre del nazismo por las atrocidades cometidas en los años de la Segunda Guerra Mundial, y hasta hoy intenta lavar sus culpas indemnizando a las víctimas, el resto de Europa optó por la misma vía, aunque también a regañadientes. Fácil en la práctica, dolorosa desde lo ético y lo moral. A todos les costó aceptar sus responsabilidades, pero al final Emmanuel Macron asumió las culpas de Francia en las matanzas de pueblos africanos que peleaban por su independencia. Bélgica y Holanda, también, por sus crímenes en el saqueo y los asesinatos en África. Y el Vaticano por haber sumado su cruz a la espada española para bendecir el genocidio americano. Debería ser el momento del reino de Dinamarca, que sigue callado ante la criminal campaña de esterilización de niñas en Groenlandia Recientemente se conocieron detalles de un experimento de «desprogramación del cerebro» en pacientes con diversas formas de enfermedad mental, puesto en práctica por el gobierno de Canadá y por la CIA con el objetivo final de elaborar un manual de interrogatorios a sospechosos políticos. Todo se supo gracias a una investigación encarada en conjunto por la agencia de prensa oficial y la CBC, la radiotelevisora del Estado canadiense. En el mismo momento se revelaron detalles sobre la explotación infantil en las plantaciones de cacao de Ghana. El espanto se conoció por una denuncia del medio árabe Al Mayardeen, que tomó como base un estudio de la BBC de Londres, la radiotelevisora del Estado británico. Ahora es gracias a un programa de la DR, la radiotelevisora del Estado danés, que se sabe sobre el programa de esterilización inuit. Gracias a sus medios, el Estado siempre estuvo presente.

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