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  • Desempleo y precarización: segunda etapa del plan de Milei

    » El Destape Web

    Fecha: 05/05/2024 00:15

    La primera etapa del plan económico de Javier Milei consistió, básicamente, en pulverizar el poder adquisitivo de los salarios, es decir el valor del trabajo argentino, que se encuentra en pisos históricos. El efecto inmediato fue una retracción inédita del consumo, único ancla para la inflación que, incluso si en abril consigue evitar la doble cifra, sigue estando en valores absolutamente anormales, sobre todo teniendo en cuenta la magnitud del ajuste, el más grande de la historia de acuerdo al mismo presidente. Estancamiento con inflación y salarios a la baja; nada en el horizonte invita a imaginar una salida de ninguno de esos tres problemas. Al contrario. Mientras el gobierno habla de recuperación, sigue apretando el torniquete, simplemente porque no puede permitir una mejora. El veloz atraso cambiario y la insustentabilidad del falso superávit fiscal proyectan dudas que ninguna ley podrá aplacar. En estas condiciones, en cuanto repunte la demanda volverá a subir la inflación. Esta semana, por decreto, se determinó la actualización del salario mínimo, que quedará en 234 mil pesos a partir de mayo. Desde diciembre, apenas aumentó un 50 por ciento, lo que no alcanza a cubrir la mitad de la inflación acumulada en el mismo período. La canasta de indigencia está en 377 mil pesos. No es un error de cálculo ni un efecto colateral sino el corazón de la apuesta política de Milei: estabilizar a cualquier costo, sin importar el daño que se aplique en el camino. Esta semana lo dijo el empresario y heredero Eduardo Bastitta Harriet, miembro del consejo de asesores del presidente, en una entrevista con Ramón Indart: “Todos los países que partieron de una situación inestable que tuvieron que estabilizar tuvieron años de recesión”. Muchos economistas consideran que la recuperación, cuando llegue, será en forma de Y: algunos sectores (finanzas, agro, hidrocarburos, minería) podrán remontar pero el resto sufre un desplome vertical. Lo que se va a pique son los sectores que demandan la enorme mayoría de los empleos en este país: industria, comercio, servicios, construcción. Después de destruir el valor del trabajo la segunda etapa del plan económico es destruir empleo para asegurarse que el salario no vuelva a subir. Las paritarias pierden fuerza cuando hay que luchar por mantener las fuentes de trabajo y el ejército de reserva de desocupados juega para el patrón en la puja distributiva. Salarios por el piso y desempleo por las nubes: nada nuevo bajo el sol. A este gobierno las cuentas sólo le cierran con la gente afuera y las puertas tapiadas. El proceso ya está en marcha. La UOCRA denunció que desde diciembre se perdieron 100 mil puestos de trabajo en la industria de la construcción. Cuatro de cada cinco fueron a causa del freno en la obra pública. Las industrias PyME hablan de 20 mil empleos menos en el primer trimestre y proyectan 150 mil para todo el 2024. Por ahora se trata, principalmente, de empresas que achican su dotación, pero pronto van a empezar a hacerse más habituales los cierres. La caída del consumo, la apertura de las importaciones y la suba de tarifas serán barreras infranqueables para miles de empresas en los próximos meses. Si Milei consigue que el Senado apruebe la ley de bases y que la cámara de diputados no rechace el DNU 70/23 contará con las herramientas necesarias para profundizar los recortes en el Estado, incluyendo a más de 120 mil trabajadores en situación de planta permanente. También podrá disolver a sola firma, de forma parcial o total, un centenar de organismos públicos, entre los que están el CONICET (ciencia y tecnología), la ANMAT (seguridad alimenticia), la CONAE (energía atómica), el INCUCAI (transplante de órganos) o la UIF (investigación de delitos financieros). Milei ya ejecutó 15 mil despidos en el Estado y anunció llegar a 70 mil. También está en marcha la operación psicológica con la que el gobierno intentará deslindarse de la suba del desempleo. El modus operandi es recurrente: utilizar algún cálculo esotérico para anunciar una situación catastrófica imaginaria, por ejemplo una hiper del 15 mil por ciento, para luego celebrar una mejora allí donde nunca la hubo. Es parecido al cuento del rabino y la cabra pero en este caso la cabra no existe, como Conan. En este caso inventaron la idea de que existe una tasa de desempleo “oficial” (la que publica el INDEC) y luego una “real”, que triplica la otra, una vez descontado “el efecto del clientelismo político”. Ese brillante razonamiento es obra del no menos luminoso economista Ramiro Castiñeira, y fue incorporada al canon a través de un retuit presidencial, como se estila. Según explica Castiñeira en una nota publicada en el diario La Nación hace un año, el desempleo “neto de clientelismo” es 18 por ciento. Para llegar a ese número cuenta como desempleados a todos los cargos públicos creados en los últimos diez años, a los beneficiarios de planes sociales (aunque trabajen), y a quienes no trabajan y no buscan hacerlo, que metodológicamente se excluyen del índice oficial. Pronto, cuando el desempleo suba, nos explicarán que está bajando. Tres frases peronistas Gobernar es crear trabajo, es decir planificar la explotación de cada recurso que ofrece un país de forma tal que multiplique su valor tanto como sea posible antes de ser exportado, porque en ese proceso se requieren trabajadores y se produce la riqueza que permite pagarles bien por su trabajo. El desarrollo de una nación sucede cuando se gobierna bien y de forma sustentable en el tiempo y no es otra cosa que incorporar cada vez más eslabones a la cadena de valor del trabajo local. En ese sentido, resulta evidente que el plan de Milei no es un plan de gobierno sino de desgobierno y que su implementación no lleva al desarrollo sino todo lo contrario. Ya desde comienzos de abril la desocupación comenzó a aparecer en las encuestas como una de las principales preocupaciones de los argentinos, junto con la inflación. Debería ser una oportunidad para la oposición que quiere representar una alternativa posible al modelo autodestructivo de Milei. Hay una demanda permanente desde, por lo menos, 2012: la demanda de una vida tranquila, ordenada, sin tantos sobresaltos. Esa demanda, y la manera en que distintos sectores y referentes políticas reaccionaron a ella, llevaron a los argentinos a elegir a Macri en 2015, a Alberto Fernández en 2019 y, agotadas todas las instancias, a Milei el año pasado. Y el gran ordenador de la vida en comunidad, al menos para el peronismo, debe ser el trabajo. Pero no cualquier trabajo sino trabajo con derechos y bien retribuido, de forma tal que el laburante y su familia puedan tener una vida digna, acceso al consumo y alguna perspectiva de progreso. Si no, no ordena. El trabajo precario o, para ser más específicos, el trabajador cuya vida se vuelve más precaria a partir de un trabajo de peor calidad, se encuentra en las bases del descontento que nos trajo hasta acá. Pasó en Estados Unidos a la salida de la crisis de las hipotecas y terminó en Donald Trump. Pasó en Brasil y llegó Bolsonaro. Pasó en Argentina y vino Milei. Este jueves el periódico uruguayo La Diaria publicó una interesante entrevista con el economista brasileño Pedro Abramo, quien destaca un fenómeno detectado en Brasil que pone de manifiesto uno de los aspectos de esa precarización. “En Río de Janeiro, en el último censo de población que vive en la calle, se reveló una situación muy interesante. Más de la mitad de la población tiene casa, pero de lunes a viernes duerme en la calle. Porque los costos de volver a su hogar en la superperiferia son muy altos. No les da para ir y volver todos los días con lo que ganan en el mercado informal de trabajo”, explica. No hace falta ser una eminencia en economía, como Abramo, para entender el efecto que puede tener en la Argentina la combinación de medidas tomadas en estos meses como la destrucción del salario, el encarecimiento del transporte público y la liberalización del mercado de viviendas. Esta semana los medios mendocinos informaron que la cantidad de personas en situación de calle en la capital de esa provincia se duplicó en el último año. En Rosario, según la secretaría de Desarrollo Social de la municipalidad, aumentó un 30 por ciento. En CABA no hay datos oficiales pero Jorge Macri hace campaña “limpiando” la ciudad a la fuerza. La oposición podría levantar esas banderas y mostrarse como una alternativa para devolverle la dignidad y el valor al trabajo de los argentinos pero antes deberá revisar el espejo retrovisor. No solamente porque el gobierno del Frente de Todos falló a la hora de hacerlo, y ese recuerdo aún está demasiado fresco, sino también porque incluso durante sus mejores etapas los gobiernos kirchneristas aprendieron a convivir con tasas de informalidad altísimas, que naturalizaron la desigualdad entre trabajadores ante los ojos de todos, excepto de aquellos que quedaron del lado malo en el reparto, esperando, sin resultado, que alguien vuelva a tenderles una mano. Si no existe más que una sola clase de personas, las que trabajan, entonces todas las personas que trabajan deben pertenecer a la misma clase. Y sin embargo, desde hace tanto tiempo, en la Argentina no es así. En esa división entre formales e informales, entre protegidos y precarios, entre los que a ver cómo llegan y los que ya no tienen ni esperanza de llegar, creció Milei. Hasta no cerrar esa herida será difícil torcer la historia. Pero además, o mejor dicho antes que eso, si el peronismo no siente la herida en carne propia, si no experimenta la necesidad urgente de curarla, no termina de entenderse en qué es distinto a aquello a lo que dice oponerse.

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