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  • Vamos ¡a comprar “Los versos satánicos”!

    » Clarin

    Fecha: 04/05/2024 21:06

    Me autocensuré. Sí, lo confieso, de manera absolutamente deliberada suprimí parte de una entrevista que hice en 2003 con un brillante escritor, el premio Nobel de literatura, V.S. Naipaul. Hablábamos del terrorismo yihadista cuando Naipaul me dijo que Arabia Saudí era “la raíz del mal”. Horas después su agente me llamó y me rogó que no publicara esas palabras; que temía las consecuencias para Naipaul. No las publiqué. Esta pequeño recuerdo me viene a la mente tras acabar de leer ‘Cuchillo’, el libro de Salman Rushdie sobre el intento de asesinato del que se salvó en agosto de 2022 a manos de un fiel musulmán. En este caso la raiz del mal fue Irán, cuyo Ayatolá Jomeini ordenó a “todos los valientes musulmanes”, en su famosa fatua de 1989, a matar a Rushdie. Rushdie perdió un ojo pero sigue con vida, a diferencia del traductor japonés de ‘Los versos satánicos’, el libro que tanto ofendió al ayatolá y a seguidores varios del Profeta. El traductor fue apuñalado a muerte por uno de los “valientes” en 1991. Hago la conexión con Naipaul porque seguramente ni él ni su agente hubieran querido evitar la publicación de aquello si no hubiese sido por el precedente Rushdie. Pero cuando hicimos la entrevista ya habían pasado 14 años desde el fatua y ya teníamos todos muy internalizada la idea de que el límite de la libertad de expresión en nuestro países occidentales la define el Islam. La libertad de expresión es el derecho más sagrado de la democracia, pero hacemos una excepción cuando entra en juego el sagrado libro del Corán. ¿Han leído el Corán? Yo sí. ¿Les digo lo que realmente pienso de las 77.934 palabras que Dios recitó al Profeta a través del Arcángel Gabriel? Mejor no, ¿no? Les podría decir cualquier barbaridad sin temor a represalias sobre cualquier otro texto religioso como el Antiguo Testamento o los Evangelios o la Torá o ‘El manifiesto comunista’ de Engels y Marx, pero con el Corán, cuidadito. A ver si vienen por mí o por mi familia o por mis compañeros en este diario. Quedemónos con el comentario de que si aquello no es fake news, las fake news no existen. O con la observación de que el Dios del Islam debe tener la piel sorprendente fina si no permite, bajo pena de muerte, que ni Rushdie, ni yo, ni nadie se rían, aunque sea un poquito, de su todopoderosa y bondadosa figura. Como intuirán, me quedo corto. Otra vez, autocensura. Pero me consuelo sabiendo que estoy lejos de ser el primero en sucumbir a semejante ejercicio de cobardía. Como también intuirán, todo esto me irrita mucho. O, mejor dicho, me enfurece un montón. Como periodista que llevo toda una vida siendo, a veces en países donde -efectivamente- te mataban por contar las cosas como eran, el derecho a la libertad de expresión es, justo detrás de “no matarás”, mi creencia más firme. Me da tristeza que no exista para la gente que habita países como Irán o Arabia Saudí. Como me la da que hace uno días el artista de rap iraní Toomak Salehi fue condenado a muerte por cantar que el régimen de su país “sofocaba” a la gente. Se refería a la feroz campaña de represión desatada en Irán contra los que se manifiestan a favor de la libertad de las mujeres. Su crimen, según la ley religiosa de aquel país: “corromper la Tierra”. Hace unos días también Manahel al-Otaibi, una saudí de 29 años, fue condenada a once años de cárcel por no llevar la cabeza cubierta en público y por tuitear en contra de la autoridad legal que tiene el padre, hermano, marido o hijo de una mujer saudí sobre cuestiones esenciales de su vida, como el matrimonio o el divorcio. Bueno, al menos no la van a matar, castigo no inusual para usuarios de las redes sociales en aquella tierra bendita. Dado a elegir entre Irán y Arabia Saudí, hoy por hoy Irán es peor. Por lo de Rushdie (los diarios iraníes expresaron su limitada libertad de expresión celebrando el ataque que sufrió en 2022 como “retribución divina”); por -para citar un ejemplo de miles- la condena de 26 años de cárcel a un futbolista profesional que se declaró a favor de los derechos de las mujeres; por los latigazos con los que los jueces castigan a las disidentes; por el apoyo militar de Irán a Hamás y a Rusia y al espectacularmente sanguinario régimen sirio; y quizá tambien por la campaña diplomática a la que han contribuido los “embajadores” Lionel Messi y Rafa Nadal a favor de los saudíes. Esto último es broma. Perdón, Leo y Rafa: ni ustedes, mis una vez ídolos, me convencen. Pero, bueno, hay que reconocer que Arabia Saudí está haciendo al menos un intento de maquillar su imagen, un homenaje de la barbarie a la civilización. Irán ni disimula. Se posiciona claramente con los suyos, los asesinos de los que intentan dar voz a los que no la tienen. Como digo, esto me causa tristeza. Estamos hablando de muchos millones de oprimidos. Pero lo que me da rabia es que los guardianes del Islam extiendan sus supersticiones represoras a las mentes y los corazones de gente como yo en los países libres. El fatua a Rushdie lo hemos asumido como un fatua a todos. Como con los mafiosos que amenazan con matarte a ti y a tu familia si te enfrentas a ellos, o que dejan a tu perro muerto en la puerta de tu casa, el mensaje que nos dan, y que nos llega, es: “Evita hablar del Islam, no ofendas a los musulmanes, si no…ya saben.” ¿Estamos indefensos? ¿No hay manera de responder a esta permanente agresión? Pues a mí me gusta la sugerencia de una escritora norteamericana, Lionel Shriver. Ya que Rushdie encarna la amenaza que sufrimos todos, dice, ¿por qué no lanzar una campaña para comprar ‘Los versos satánicos’ hasta que llegue al número uno de los best-sellers en Amazon?

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