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    » Diario Cordoba

    Fecha: 04/05/2024 02:28

    La Fiesta de las Cruces tiene en Añora un sabor especial. Tal vez sea lo recoleto de pueblo que respira rusticidad (a pesar de sus avatares de modernidad), la vivacidad con que se concierta el vecindario en aras de bonhomía, y la singularidad de la morfología crucera. El visitante capta todo este enjuague de tradición y trabajo colectivo. Los preparativos no son simple preámbulo de la fiesta, sino pilares grandes de sustentación. La convivencia de cruceras y cruceros, niños y vecinos forma un armazón de fraternidad envidiable. La creación de composiciones constituye la mayor enjundia de la proeza, perdido el sentimiento fuerte de religiosidad y vivencias distintas de antaño, que hoy no existen. Los protagonistas de hoy saben muy bien que el disfrute está en el empeño, vistiendo hermosas cruces entre la cerveza y el amable parloteo que es aglutinante en muchas horas de trabajo. Ahí reposan, creo, los principales quilates. El visitante percibe en las Cruces a un mueblo arracimado en sentimientos en torno a estas materialidades, disfrutando de andar a pata suelta de calle en calle en un ambiente de confraternización especial, hablando con unas y otros; porque se mira aquí y allá; porque se siente el calor de las hogueras y el arrimo de propios y forasteros. Añora se convierte en el día grande (y tardes previas) como portaestandarte de hospitalidad que vierte verdades de tradición ancestral, aunque entre las grietas de la fiesta se cuelen efervescencias de montaje moderno, de turismo elaborado y enaltecimiento artificioso de carácter postinero. Es inevitable. Las tradiciones tal cual eran no existen, porque las esencias se han perdido (lógicamente) y vivimos en el s. XXI, y ni es la misma religión (ni en pintura), ni la mentalidad es la misma. En esa disyuntiva caminan ahora a sangre y fuego. El ingrediente de mayor singularidad festera, decimos, se encuentra en el lucimiento de las cruces montadas dentro (en casas tradicionales) y fuera (plazas y encrucijadas) con desbordante imaginación. Creatividad a ultranza admirable, con fantásticas composiciones con hechuras de magisterio. Para quitarse el sombrero. Distintas y distantes. Los resortes decorativos y ornamentales, timbrados de virtuosismo técnico, nos sorprenden con tules blancos flotando con inusitada solvencia e ilusionismo a espuertas. La excelencia de la factoría imaginativa llevada al extremo como Añora solo sabe hacerlo. No pueden explicarse con palabras recursos tan elaborados, productos tan elevados y respuestas tan definitivas que elevan el espíritu. Esto no se aprende, se vive y siente. Cuando juntas en un mismo cesto el ambiente de confraternización de meses, las proezas virtuosísimas del arropamiento de la cruz y el soniquete de la sempiterna música -que suena en derredor del misterio (...maaaaaayo, maaaayo... mayo... bienvenidos seas), el visitante entiende que las cruces de Añora son especiales. El forastero comprende que es la esencia de un pueblo, que ha concitado pasado, religión y naturaleza en un punto para expresar con humilde grandeza que hay momentos del año que tienen que vivirse con excelsitud. Añora sintetiza todo eso y mucho más, que un servidor apenas si puede retratar con alicortas palabras. Vengan, entren y vean el espectáculo del tiempo, la belleza evanescente y la naturaleza hecha prodigio en torno al misterio de la cruz. Las Cruces de Añora sientan cátedra en Andalucía. *Doctor por la Universidad de Salamanca Suscríbete para seguir leyendo

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