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  • Su hijo de 20 años murió en forma trágica al caer de un quinto piso y encontró la manera de que su dolor tuviera un sentido

    » Misionesparatodos

    Fecha: 04/05/2024 00:39

    Fabiana Apezteguía es la madre de Bautista Mora y Araujo, el joven que falleció luego de beber un té de hongos alucinógenos. También coordina la prensa del Superior Tribunal de Corrientes y trabaja para la adopción de adolescentes. El encuentro salvador con padres en su misma situación en el Grupo Renacer. Y el libro “Sin tu latido” (Dunken), que escribió “para llevar a mi hijo desde la mente al corazón, donde vivirá para siempre” “Te admiro, porque la verdad, yo me hubiese pegado un tiro”. Así, como un balazo, sonó para Fabiana Apezteguía el mensaje que un juez le mandó a su celular. Hacía apenas días -el 24 de enero de 2020- que había muerto su hijo mayor, Bautista, de 20 años, al caer de un 5to. piso luego de ingerir un té de hongos alucinógenos. Fabiana se encerró en el rectángulo de su cama. El llanto ocupaba todo su tiempo. Se negó a ver hasta a sus mejores amigas. Pero el teléfono estaba ahí. Y lo que llegaba, aunque tuviera la mejor intención y “admiración” hacia ella, no la ayudaba. “Estaba demasiado mal, y no quería que nadie me dijera nada. Recibía mensajes que eran de terror. ¿Qué me podía aportar algo así? Pero la gente dice esas cosas porque no saben qué decirte y te manda esos whatsapp. Nada me podía calmar el dolor”, le cuenta a Infobae desde Corrientes. Una postal de la niñez feliz de Bautista, cuando junto a sus padres vivía en Paso de los Libres Los padres lo sabemos: no hay peor pesadilla ni temor en el mundo que perder un hijo. De sólo pensarlo -o escribirlo, como aquí- se hiela la sangre. Por más empatía que se tenga, lo que siente Fabiana sólo lo podrían comprender en forma cabal quienes pasaron por esa experiencia desgarradora. Y hacia ellos fue. Hubo tres cosas que la rescataron de la locura y el dolor paralizante: en primer lugar, la tozudez de seguir adelante por su hijo menor, Hipólito (nacido el 25 de junio de 2015); las reuniones con los padres del grupo Renacer, que la abrazaron como hermanos del mismo sufrimiento; y la escritura de su libro, llamado “Sin tu latido (Aprendiendo a vivir tras la partida de un hijo)”, de Editorial Dunken, que la ayudó a sanar y a darle un sentido a ese dolor. Se puede sumar el trabajo: Fabiana es la coordinadora de prensa del Superior Tribunal de Justicia de esa provincia. Entre sus tareas, y luego del difícil regreso a lo cotidiano, produjo, por ejemplo, los videos de los chicos más grandes que quieren ser adoptados, que buscan otra familia, una mamá. El más conocido fue el de Lucio, el adolescente que adoptó José María Muscari. Ella reconoce: “me gusta todo lo que hago, pero la verdad, esto es lo que más me gusta hacer en mi trabajo”. Hoy, puede decir que su vida cambió para siempre, que no será la misma que tenía antes de aquel fatídico viernes de enero, pero que se reconstruyó y llevó a su hijo Bautista “desde la mente, donde vivió los primeros tiempos, al corazón, donde habitará siempre”. Fabiana, que tiene 46 años, nació en Montevideo, Uruguay. Cuando sus padres se separaron ella era muy chica y se mudó, con su madre correntina, a la provincia mesopotámica. “Me crié acá y tengo doble nacionalidad”, aclara. Luego de terminar el colegio secundario ingresó a la UNNE (Universidad Nacional del Nordeste) y obtuvo la tecnicatura en Periodismo. Mientras estudiaba, escribía en el diario El Libertador. Tenía 18 años cuando se enamoró de su director, José Luis Mora y Araujo, que era 12 años mayor que ella. Se casaron en 1999. Un mes después de cumplir sus 22 años, el 14 de enero de 2000, nació Bautista, su primer hijo. Dejó la carrera hacia la Licenciatura y se dedicó a su crianza. Fabiana y Bautista. “Hoy, mirándolo en retrospectiva, veo gente de 21 o 22 años y pienso ‘¿qué hacía yo con un bebé a esa edad?’. Pero bueno, estaba casada, eran otros tiempos. El papá de Bauti me insistía que hiciera una o dos materias por año. Mientras tanto seguía en el diario, que si bien en lo económico no me dió mucho, todo lo que sé lo aprendí ahí. Después de trabajar en una redacción, podés trabajar en cualquier lado…”, sostiene. Finalmente, aceptó el desafío y en 2007 obtuvo la Licenciatura: aprobó la tesis con un 10. Su vida dio otro vuelco el día que a su esposo le ofrecieron la secretaría del Juzgado Federal de Paso de los Libres. “Un muy buen trabajo”, admite. Durante un año, ella y Bautista continuaron en Corrientes, mientras José Luis vivía a 370 kilómetros. Entonces, su marido le dijo “no aguanto más así”. Ella tomó a Bautista y se instalaron en el barrio militar de la localidad fronteriza, donde comenzaron una nueva vida. Pero el reencuentro no fue el esperado, y un año más tarde se separaron. “Por suerte pude seguir viviendo allí hasta encontrar algo en la capital. Me había hecho muy amiga de las esposas de los oficiales. Era un barrio muy ‘Amas de casa desesperadas’”, confiesa. De vuelta en la ciudad de Corrientes, retomó su trabajo en el Poder Judicial. “Me habían dicho que el pase a Paso de los Libres iba a ser fácil, pero el regreso no. Al final, me llamó una jueza y me dijo que tenía una vacante”. Madre e hijo, inseparables La vida con Bautista no fue sencilla. Lo crió casi en soledad. “Tuve la suerte de que en casa trabajara Itatí, una chica con cama adentro que estuvo conmigo desde que Bauti nació hasta que cumplió 13 o 14 años. Fue de gran ayuda, porque mi mamá es re joven, me lleva 20 años nomás, imaginate que ahora tiene novio. Así que nunca ocupó el lugar de ‘mamá abuela’, ni vivimos con ella. Encima el papá, que siempre fue muy presente, estaba lejos, y hubo momentos en que pasaba dos meses sin verlo. Pero siempre estuvimos muy unidos con él”. La relación con Bautista, cuenta con cierta distancia, era de una unión total. “Ibamos juntos a todos lados. La verdad, fue muy distinto a como vivo la maternidad con mi segundo hijo, Hipólito. Siempre fuimos Bauti y yo, siempre estaba… Nunca existió ese ‘me voy un mes y se queda con la abuela o con el padre’. Pero hoy reconoce que “yo era insoportable. Lo escribí en el libro. Hay un capítulo que se llama ‘El control’, donde digo que que los seres humanos creemos que podemos controlar nuestra vida y la de los demás, cuando en realidad no es así. Si el control tuviera algún sustento, hoy no tendríamos esta charla y Bauti estaría acá. En el grupo de whatsapp de sus compañeros del colegio me llamaban ‘la controladora’. Lo esperaba despierta, para ver si llegaba con olor a alcohol de los bailes, por ejemplo. Me quedaba contenta, pero no sabía que él consumía pastillas. Me enteré después, claro… Evidentemente, mi control no sirvió para nada, y eso hizo que se quisiera ir de casa, obvio”. Fabiana y Bautista en un viaje al Tigre Cuando Bautista tenía 17 años, el consumo de drogas afloró. Fabiana sospechó de la conducta de su hijo. “Yo le veía raro, porque era un chico que nunca jamás pedía plata. Jamás dijo ‘vamos a comprar ropa’, que se yo… Y en un momento empezó con ‘mamá, ¿si te lavo el auto me das plata?’, cosas así. Un día se olvidó el whatsapp web abierto y lo revisé. Vi los chats que tenía y no era sólo él, era todo el curso, todo 5to. año. No era ni cocaína ni marihuana, eran pastillas. Lo llamé al padre. Le sacamos la computadora, no lo dejamos viajar a Bariloche. Hablamos con la rectora, le mostramos las capturas de los chats y nos dijo que no podía hacer nada…”. Al año siguiente, cuando llegó a la mayoría de edad, Bautista le pidió al papá que quería vivir solo. Fabiana se opuso, pero no lo pudo evitar. “Yo le decía a José Luis que no estaba preparado. Había tenido el problema de las drogas. Pero claro, entre vivir con la madre, la pareja de la madre y su hermanito, si a un chico de 18 años le ofrecés estar en un departamento va a decir que sí. Averigüé en la justicia, con gente que sabe. Una persona muy importante me dijo, textual, ‘si tenía 17 años y 364 días lo traía del forro del culo, pero con 18 no puedo hacer nada, Fabiana’”. Finalmente, Bautista se mudó a un departamento del 5to piso en la calle Pellegrini al 1500, en el centro de la ciudad de Corrientes. Participaba de un grupo de teatro y estaba enamorado -dice Fabiana- de una chica llamada Josefina, que había conocido en la ciudad y ahora vive en Holanda. “Bauti era un chico tranquilo, que no confrontaba, que te iba a decir lo que querías escuchar. A nosotros nos dio toda una explicación: como vivimos lejos del centro, él decía que iba a poder ir caminando a la facultad, porque no manejaba. No se fue mal. Siempre terminaba por hacer lo que quería…”, explica. La última foto de Bautista, junto a Josefina, una chica de la que estaba enamorado y hoy vive en Países Bajos La última foto que Fabiana conserva de su hijo es del 14 de enero de 2020, el día de su cumpleaños. Está abrazado con Josefina. “Ese día se fueron al campo, y de ahí trajo unos hongos alucinógenos”, revela. Diez días después, fue con amigos a una fiesta electrónica. “Se que ahí consumió algo, no se qué… Y volvió con dos amigos al departamento. Preparó un té con los hongos, lo tomó y se cayó desde el 5to. piso. El médico que le hizo la autopsia fue el decano forense José Luis Gálvez, amigo mío. Me dijo que fue imposible que se quisiera suicidar, y que con el nivel de drogas que tenía, Bauti no sabía ni dónde estaba”, relata. Pasaron más de cuatro años, y todavía se escucha cierto temblor en su voz cuando lo dice. Bautista no murió en el acto. Lo llevaron al hospital Escuela. “Mi hijo sobrevivió ocho horas. La cabeza y el tronco estaban bien. No tuvo muerte cerebral. Lo peor fue la hemorragia que tenía de la cadera para abajo. La médica de la ambulancia es amiga de mi psiquiatra. Como un año después, porque antes yo no estaba preparada para escucharlo, me contó que mientras lo llevaban hablaba perfecto, y que lo único que decía era ‘mamá te amo, papá te amo, perdonen, la cagué…’” Ese día, Fabiana estaba de vacaciones. Se había levantado temprano. Tocaron la puerta de su casa. Era el mejor amigo de Bautista. “Le dije, ¿qué pasó? Me respondió que Bauti había tenido un accidente, que no les querían decir nada, que estaba en el hospital. Que estaba vivo”. Se vistió rápido, pidió un remis y salió con el corazón palpitando. Cuando llegó al hospital estaba José Luis, el papá de su hijo. “Se largó a llorar, y me contó que se había caído del quinto piso… Encima en el hospital había una falta de empatía total. En un momento nos dijeron que había una esperanza, pero desde el primer momento sabíamos que estaba gravísimo. Nunca lo pudieron estabilizar”. Otra imagen de Bautista, 10 días antes de morir Cuenta Fabiana que “en ese momento todo fue una confusión. Yo le rezaba a todo lo que te puedas imaginar. Hasta que nos dijeron que nos quedáramos por ahí porque había entrado en paro. Y enseguida fue el desenlace… Recién lo pudimos ver después que falleció. Yo no sabía si quería verlo, pero mi psicóloga, que fue hasta ahí, me dijo ‘lo tenés que ver, tenés que cerrar’. Daba igual en el momento, porque desde que me contaron del accidente entré en un estado de shock, me decía ‘esto no me puede estar pasando a mi’”. Al día siguiente, los compañeros de teatro de Bautista del grupo Chico Pleito escribieron un artículo que titularon “Inundados de tristeza”. Allí contaron cómo era su amigo. “Un chico re tranqui, eso nos dijeron ellos a nosotros también. Que Bauti no consumía, pero que en diciembre enloqueció. Fueron dos meses, cuando vinieron sus compañeros que estudiaban en Córdoba y Buenos Aires. Ahí comenzó a full con las drogas”. Fabiana no ignoraba ese peligro. Había un antecedente e intentó, dice, hacer lo imposible para saber si su hijo tomaba estupefacientes. “En octubre le pregunté a José Luis cómo veía a Bauti. Me dijo ‘re bien’. Le propuse comprar un test antidroga, porque nos pidió plata para organizar una fiesta electrónica. Eso sería un sábado, así que le dije al padre que viniera desde Paso de los Libres para que se lo hiciera. Si daba negativo, que siguiera viviendo solo. José Luis vino, Bauti se hizo el test, que era para diez tipos de drogas, y miramos el resultado. Dio negativo. Hasta esa tranquilidad tengo. Después de mucha terapia, lectura y meditación, entendí que las cosas están destinadas… Imaginate que si le daba positivo, la realidad iba a ser distinta”. Fabiana con sus dos hijos, Bautista (que nació en el 2000) e Hipólito, nacido en 2015 Durante un tiempo, Fabiana vivió pensando que Bautista no podía haber muerto. Se sentía dentro de una pesadilla, aún cuando estaba despierta. “Mi psiquiatra me lo dijo, eso sucede porque no estamos preparados para la muerte de un hijo. Dicen que cuando es una enfermedad larga, y lo ves sufrir, es diferente. Pero esto fue un shock, y es un mecanismo normal de tu cerebro”. Lo único que hacía era llorar. Debió medicarse para dormir por las noches. “Tomaba tres miligramos todos los días de no sé qué… Estuve tirada en la cama dos semanas seguidas. Quería que vuelva Bautista, nada más… Durante nueve meses no recibí a nadie en casa. Los únicos que entraban eran Joaquín (Martínez Córdoba, su segundo esposo, con quien se casó en 2013), mi hijo Hipólito, mi mamá y mis hermanos. Igual, justo me agarró la pandemia” Con el que sí hablaba, todos los días, era con su ex, con el papá de Bautista. “Estaba peor que yo, porque él se quería matar. Yo le decía que él ni siquiera era creyente, que así no lo iba a volver a ver. Él tenía una relación muy estrecha con Bautista, era la luz de sus ojos. Le hablé mucho, mucho…”. Fabiana en la presentación de su libro junto a padres que perdieron a sus hijos del Grupo Renacer de Corrientes que ella creó Un día, su hermana Alina la convenció de buscar algo que la consolase. Comenzó a googlear “padres que perdieron a sus hijos” y encontró al colectivo social Renacer, que sostiene grupos para intercambiar experiencias entre quienes sufrieron ese golpe. “Vi que había en todos lados menos en Corrientes ó en Chaco… Lo más cómodo era ir a Buenos Aires: había dos, uno en Pacheco, que estaba los viernes, y otro en Avellaneda, los sábados. Todavía no había comenzado la pandemia. Mi hermana me dijo, ‘vamos’. Y le respondí, ‘¿no me levanto ni para ir al baño y querés que vaya a Buenos Aires?’ Pero fui. Sacamos pasajes y el viernes estábamos en Pacheco”. El resultado de la primera visita la decepcionó. “Salí peor de lo que entré. Era tipo ‘nunca vas a superar esto’. Me lloré todo. Le dije a Alina que no iría al otro día a Avellaneda, que no podía más. Entonces se puso firme y me dijo ‘para eso vinimos’, y me obligó. Fui. Y ahí cambió mi vida”. Este grupo, dice, era totalmente distinto. “Me abrazaron, me recibieron. La verdad es que lo único que hice en la reunión fue llorar. Pero me escucharon. Y me dieron las primeras herramientas. Yo no entendía mucho, porque estaba muy mal. No había pasado un mes desde la muerte de Bauti. Era gente que había pasado por lo mismo que yo, pero que estaba mejor y quería ayudarme. La psiquiatra también me ayudó, pero a ella nunca le pasó de perder a un hijo”. Fabiana con su libro en la mano, acompañada por Josefina -la chica de la que su hijo estaba enamorado-, su actual esposo Joaquín Martínez Córdoba y el novio de Josefina, Federico Por suerte para Fabiana llegó la pandemia y con ella, el Zoom. “Suerte” -entiéndase- por un tema económico: sólo podría haber viajado una vez por mes a Buenos Aires. El Grupo Renacer comenzó a sesionar con reuniones virtuales y Fabiana se conectaba dos veces por día con distintos centros distribuidos en todo el país. “Vi que llegaban padres nuevos, porque también morían chicos por COVID. Esas reuniones eran el único lugar donde contaba lo que me pasaba y podía darme cuenta que no me había sucedido sólo a mi”. En julio volvió a trabajar. Dice que la miraban “fijo, como a una extraterrestre”. Además, entraba a una reunión y lloraba. Tomó una decisión: “Le pedí a mi jefe hacer home office y me dijeron que sí”. Las reuniones de Renacer continuaron en forma remota, y sucedió algo novedoso para ella. “Entró una señora que venía de cremar al hijo, que ya era grande. Graciela se llamaba. Estaba muy mal. Y me dije ‘a esta mujer no le puedo traer más problemas’. Y, por primera vez, pude hablar de Bautista y de lo que es Renacer sin llorar para no hacerle mal a otra persona”. El libro “Sin tu latido”, editado por Dunken Los ejemplos de resiliencia frente a semejantes pérdidas se multiplicaron. En una reunión de Renacer Diamante, escuchó una historia muy movilizadora. “Un papá, Gustavo, contó que iba en su auto con su esposa y tres hijos chiquitos, dos mellizos de 2 y una nena de 4 años. Todos, menos él, murieron en forma instantánea. Estuvo siete días en coma. Se enteró al despertar. Y por supuesto quedó con secuelas físicas. Cuando terminó la reunión me mandó un mensaje diciendo que quería ayudarme en lo que pudiera. Pensé que si ese hombre me quería ayudar a mi, cómo no iba a poder yo”. El 1 de febrero de 2022, Fabiana organizó la primera reunión del Grupo Renacer en Corrientes. Hoy tienen dos encuentros los primeros y terceros jueves de cada mes, uno presencial y el otro virtual. En estos últimos se reúnen más de 30 padres, varios -cuenta- de la localidad de Tostado, Santa Fe. Además de escuchar a otros resilientes como ella, la lectura del libro del sobreviviente de los campos de exterminio nazis Víktor Frankl, “El hombre en busca de sentido”, la sostuvo en el camino de la recuperación. “En uno de los capítulos dice que cuando estaba en los campos y no podía dejar de sufrir porque tenía hambre, frío, no sabía si su mujer y sus padres estaban vivos, lo habían despojado de todo y sometido a los castigos de los nazis, pudo encontrar el sentido al sufirimiento: vivir para encontrar a su familia. Como no lo logró, su sentido fue reescribir un manuscrito que los nazis le habían quitado… Yo se que no hay un amor que se asemeje al que se siente por un hijo, ni siquiera el amor propio. Pero aún así, puedo encontrarle un sentido a mi sufrimiento y a mi vida”. Fabiana hoy, con su hijo menor Hipólito, de 8 años, y su actual marido, Joaquín Y el sentido que encontró fue sentarse a escribir un libro para ayudarse y ayudar a otros padres. “Allí hablo de la culpa, de la negación, de todas las etapas del duelo… Los padres que perdemos hijos siempre nos sentimos culpables porque estuvimos ahí y no lo evitamos, aunque haya sido una enfermedad. Yo escuché en los grupos decir ‘y… quizás si lo llevaba a otro médico’. Pero a la culpa no la vamos a poder solucionar en el pasado, sino en el presente. Bauti siempre fue amor. Y no podía permitir que en la oficina me miraran con lástima, como diciendo ‘ahí viene la que se le murió el hijo’ y me cambiaran de tema si quería hablar de él. No quería eso para mi hijo. Entonces, mi obligación como mamá es que no sea un pasado doloroso ni la anécdota de que se drogó. Si él siempre fue amor Cuando un papá me dice que se sintió identificado con lo que escribí, siento que no soy yo ni es el libro, sino que es Bautista dando amor en el presente”. -¿Cuál es tu primer consejo para los padres que transitan ese duelo? -Les digo que sus hijos fueron amor, y por más que el dolor sea desgarrador, no permitan que sea el verdugo o el causante de una vida miserable. Si yo me quedaba en el dolor, llorando y lamentándome, lo único que iba a lograr es que la pérdida de Bautista fuera responsable de una vida que podía arruinar a las personas que estaban a mi lado, principalmente a su hermano Hipólito, que lo amaba con toda el alma. Ese hijo que partió se merece que dé lo mejor en su nombre. Vivir una vida en su honor. Por Hugo Martin-Infobae

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