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  • Por qué dejar de ser un fanático fundamentalista

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    Fecha: 04/05/2024 00:13

    “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema” (Winston Churchill) Cierta vez concurrí a un panel conformado por tres religiosos monoteístas: un rabino, un cura y un imán musulmán en el que debían explicar por qué cada uno había adherido a su respectivo culto y asumido una imagen de Dios que contrastaba con la de los demás. Se los consultó acerca de por qué todas las religiones han combatido entre sí imponiendo persecuciones, guerras, inquisiciones, etc., amparándose en la supuesta existencia de verdades reveladas y absolutas. Por qué han habido tantos conflictos internos entre grupos que veneraban a un mismo dios: violentas disputas entre diferentes sectas judías como lo muestra la Biblia; entre chiitas y sunitas, ambos grupos musulmanes que han llegado hasta a atentar contra las mezquitas pertenecientes a la otra comunidad; innumerables conflictos violentos entre cristianos católicos y protestantes. Las respuestas ofrecidas fueron vagas e insuficientes. Tiempo después conocí un stand up de George Carlin en el que el comediante explicaba por qué se había “convertido” en un adorador del Sol. La primera razón que justificaba su elección residía en un hecho concluyente: a diferencia de cualquier otro dios, al Sol se lo podía ver….¡No existe nada más importante que poder ver a Dios y encima todos los días! Parafraseando a Carlin, el Sol nos proporciona todo lo que necesitamos ya que nos ofrece calor; su luz permite la fotosíntesis en árboles y plantas lo que constituye la base de la vida en la Tierra. Esto no les gusta a los autoritarios El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad. Hoy más que nunca Suscribite El fanatismo por las armas, un flagelo con siglos de historia Creer en su existencia no es algo que provenga ni de mitos ni de dogmas: todos poseemos la certeza de su existencia; nadie exige dinero en su nombre y no hay que rezarle ni solicitarle nada; tampoco requiere de representantes que nos acusen de pecadores por haber o no haber hecho tal o cual cosa. No hay que pedirle perdón, ni a él ni a nadie, para no ser condenado. A los demás dioses -supuestamente bondadosos, omnipotentes y omniscientes- hay que tolerarles que no nos prevengan de terremotos y demás catástrofes naturales; que no eviten las guerras (entre ellas las religiosas) ni demás tragedias de las que, claramente, el Sol no es responsable. Bien podría decirse de esta religión solar que constituye un culto “científico” dado que, por milenios, el Sol ha sido estudiado por una de las ciencias más rigurosas: la astronomía. Todo lo que atañe al Sol es absolutamente previsible. Fanatismo y verdad Esta excepcional convergencia entre ciencia y religión me alentó a que yo fuera promoviendo entre familiares, amigos y conocidos la adhesión a este culto, y a exponerme, toda vez que me fuese posible, a la luz del Sol como forma de adorarlo y recibir su iluminación. Convertido ya en un fanático –condición que siempre había criticado en religiosos, ultraliberales, fundamentalistas del mercado, populistas e incluso en hinchas de fútbol- en cierta ocasión intenté convencer a los tres miembros de aquel panel de religiosos para que renegasen de su culto y adscribiesen al mío, para lo cual logré reunirlos una tarde. En la playa del fundamentalismo occidental Lo que sucedió fue que, prevenidos de mis poderosos argumentos, se reunieron, antes, ese mismo día a la mañana, y se pusieron de acuerdo en prescindir de sus profundas diferencias concertando una estrategia. Lo cierto es que en lo único que se pusieron de acuerdo fue en encontrar un argumento contundente que me hiciese renegar de mis convicciones para que no peligrasen las de ellos. Me persuadieron de no seguir con mi ofuscada adoración al Sol ya que, de lo contrario, con seguridad me moriría, de cáncer de piel… El cura me propuso internarme en un monasterio de clausura, al amparo de su sombra; el rabino sugirió que me enclaustrase en una midrasha (recinto cerrado donde se estudia durante todo el día los libros sagrados). Algo parecido me sugirió el imán. Obviamente, no les hice caso; eso sí, abandoné por temor mi fanatismo por el Sol y, con dignidad juré no volverme nunca más un fanático de nada. El mejor tratamiento que encontré contra las quemaduras de tercer grado de mi cuerpo fue la noche: me he convertido en un verdadero noctámbulo. Por eso es posible verme deambular por cualquier resquicio de la ciudad después de la puesta del Sol y hasta antes del amanecer. De día duermo a oscuras en mi casa protegiéndome de toda luz exterior y de los fanatismos y profetas de todo tipo que hoy asolanan el país. Espero, ansioso, que todo tipo de intolerancia desaparezca para poder volver a compartir alguna vez la luz del día. * Escritor, filósofo y físico.

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