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  • Paul Auster y el humano deseo de escribir

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    Fecha: 04/05/2024 00:12

    Una noche en Nueva York, después de un evento literario en la universidad The New School donde yo enseñaba en esa época, me encontré sentada al lado de Paul Auster en el restaurante Café Loup. No sé quién tuvo la amabilidad de asignarme ese lugar. Éramos en total unas diez personas, y la mayoría eran poetas. En la cabecera estaba el escritor Harry Mathews, miembro del Oulipo, un grupo experimental de escritura, y por unos minutos él nos relató anécdotas de Georges Perec e Italo Calvino, también miembros del Oulipo. Cuando la conversación dejó de ser general, hablamos con Auster brevemente de la Argentina y enseguida después de sus años en Francia y de su atracción por la literatura francesa. En 1972 ya estaba traduciendo al inglés poetas surrealistas, también ensayos de Jean Paul Sartre con Lydia Davis (vivieron juntos en Francia), African Trio de Georges Simenon, también con Davis y, en la década de 1980, a Mallarmé, a Maurice Blanchot, y lógicamente terminamos en su traducción de las libretas de Joseph Joubert, un hombre que se pasó la vida escribiendo páginas llenas de breves párrafos sobre todas las ideas literarias que tenía la intención de desarrollar y que no escribió. Coincidimos con Auster en que Joubert se había dado probablemente cuenta de que resumirlas en pocas frases era suficiente para él y que no necesitaba escribir más. Comentamos lo que afirmaba Robbe-Grillet: “El verdadero escritor no tiene nada que decir”. La influencia de la literatura francesa marcó a Auster en su deseo de experimentar con nuevas formas de relato mezclando géneros, aunque durante su estadía en Francia escribió principalmente poesía, un ejercicio frustrante para él, ya que los resultados no lo contentaban. En Café Loup, sentado frente a Auster, estaba el poeta David Lehman, que durante muchos años se ocupó de la publicación de “The Best American Poetry”. Lehman y Auster empezaron a hablar de la Universidad de Columbia donde ambos habían estudiado en la misma época (el final de la década de 1960). Era llamativa la precisión con la que recordaban en qué piso de qué edificio se estaban quedando e incluso el número de sus cuartos. Resultó que habían estado muy cerca el uno del otro y se sorprendieron de no haberse cruzado. Volví a ver a Auster en la celebración de los 80 años de Philip Roth (2013) y en un evento que organizaron La Pléiade y Library of America (2014), sobre los libros que publicaban. En ese evento, del que Auster participaba, pareció algo incómodo, quizás porque los representantes de La Pléiade hablaban de sus libros como si fueran mucho mejores que los de Library of America, lo que al menos a mi parecer y al de muchos otros, tal vez incluso el de Auster, no es verdad. La ventaja de La Pléiade es que publica libros de todos los escritores del mundo y Library of America solo de estadounidenses. De todos modos, fue un extraño evento donde quedaba al descubierto el desdén intelectual que esgrimen a veces los franceses. En algún otro evento me acerqué a Siri Hustvedt (la mujer que según palabras de Auster fue fundamental en su vida y lo rescató de épocas oscuras) para felicitarla por su maravilloso libro “La mujer que tiembla” (2009). Ante mi gran sorpresa, ella me abrazó sin decir nada, como si hubiera presentido algo de mí que ni yo sabía. Debió ser difícil para su renombre como valiosa escritora estar casada con Auster. De hecho, con sus primeros libros no faltó el periodista que supuso y hasta le preguntó si los había escrito su marido. Paul Auster ha sido uno de los escritores literarios más leídos. Publicó cinco libros que se pueden clasificar como autobiografías, diecinueve novelas, siete libros de ensayos, siete de poesía, doce traducciones al inglés y seguramente me estoy olvidando de contar alguno. Fue traducido a 40 idiomas. También se dedicó al cine en la década de 1990, cuando escribió y codirigió películas, entre otras “Smoke”. El primer libro que leí de Auster fue “La invención de la soledad” (1982) que se divide en dos partes: “Retrato de un hombre invisible”, acerca de su padre, y “El libro de la memoria”, que evoca a una variedad de escritores como Ana Frank, Kierkegaard, Pascal, Descartes y San Agustín, escritores que Auster sentía haber incorporado de tal modo que habían influenciado su escritura. En 1987 publicó “La trilogía de Nueva York”, uno de sus mayores éxitos no solo entre los lectores sino también para la crítica. Expone bien lo que Auster quería mostrar: dos realidades paralelas, la realidad tangible en la que se vive y la otra intangible que se imagina. Tiene una apariencia detectivesca, y como lectores sentimos que hay algo que debemos resolver mientras leemos. Lo que define la mayoría de los libros de Auster es ese lazo que crea con sus lectores: nos vuelve partícipes de alguna manera misteriosa, quizás porque escribir para él era un modo de conexión, un continuo dar. “El cuaderno rojo” (1995) es acerca de las inverosímiles coincidencias que puede provocar el azar, lo que Auster llamaba “la mecánica de la realidad”, la extrañeza por cómo ocurren las cosas. Extrañeza que él también aplicaba a la escritura: “Nadie puede decir de dónde viene un libro, y menos la persona que lo escribe”. A menudo dijo que un libro nunca terminaba siendo lo que el escritor había imaginado antes de emprenderlo. Estaba de acuerdo con el consejo de Samuel Beckett: fracasar cada vez mejor en el intento de escribir. Asociaba escribir con un deseo de sentirse más humano. “Leviatán” (1992), su séptima novela y, la más explícitamente política, abarca las décadas de 1950 a 1990, con referencias culturales a esa época en los Estados Unidos, y a la guerra en Vietnam. Fue la primera vez, según él, que intentó escribir una novela realista, en la que el protagonista estuviera rodeado de otros en su misma situación histórica. Recuerdo algunas novelas mejor que otras, sobre todo las que se destacan por su particularidad como “El país de las últimas cosas” (1987), acerca de un lugar hipotético que no se nombra y donde es necesario aferrarse a lo que significa ser humano mientras todo el alrededor se está derrumbando. La traductora al español de esta novela, de nacionalidad argentina, le dijo a Auster que lo que él había escrito se sentía como la realidad del día a día en su país. “A salto de mata” (1997) trata de las dificultades de un joven escritor, de su continua lucha por sobrevivir económicamente. El tema central es el dinero y la esclavitud mental que produce no tenerlo, ya que la mayoría de los pensamientos y decisiones en esa situación vienen de esa falta. “Tombuctú” (1999) es sobre un hombre en situación de calle y su perro, que es el narrador de la novela. Como perro no juzga, solo ama incondicionalmente, y ni la muerte del hombre los separa. Al leer mucho a un escritor sus relatos se van mezclando, algo que Auster (como Roth y Bolaño) hacen adrede. Reciclan personajes anteriores y los continúan en nuevos relatos. “Brooklyn Follies” (2005) es el único libro que él imaginó como comedia: la vida y sus trivialidades en un barrio agradable de Nueva York antes del 11 de septiembre 2001. A partir de cierto momento, empiezan las novelas del decaimiento físico y mental, como pueden ser las novelas “La noche del oráculo” (2003) o “El hombre en la oscuridad” (2008) o la autobiografía “Diario de invierno” (2012), acerca de un accidente de auto en el que él manejaba y en la que relata de algún modo el descubrimiento de su vulnerabilidad. En sus años finales, las circunstancias de la muerte trágica, primero de su nieta a los 18 meses, y después de su hijo debieron ser lógicamente golpes muy fuertes para Auster. Sus dos últimos libros son desgarradores por distintos motivos: “Un país bañado en sangre” (2023) trata de la horrible violencia que engendra la venta libre de armas en los Estados Unidos y el derecho constitucional de poseerlas. “Baumgartner” (2024) gira alrededor del duelo, de las ilusiones de futuro que ya no serán, y el escritor tanto como el lector sabíamos o sospechábamos que esa sería su última novela. Por Flaminia Ocampo Escritora por Flaminia Ocampo

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