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  • Predicación en la Misa día de San José Obrero – CONLAGENTE

    » Conlagente

    Fecha: 02/05/2024 16:32

    A Jesús se lo conocía como “el hijo del carpintero”, mostrando no solo la pertenencia familiar, sino también el oficio de San José, un “padre trabajador”. “San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.” (Papa Francisco). El trabajo es articulador de la cuestión social y es connatural a la dignidad de la persona humana. Los hombres y mujeres trabajadores con su tarea cotidiana sostienen a sus familias, contribuyen a consolidar la democracia y colaboran con el bien común de la Nación. En estos tiempos de crisis me ha tocado recibir a gente angustiada por el cierre de pequeñas o medianas empresas a causa del aumento de los costos que se hacen imposibles de afrontar. Esto deriva en una creciente pérdida de fuentes laborales. El trabajo no registrado ha aumentado exponencialmente, y no tienen acceso a la seguridad social. No cuentan con gremios que les protejan orgánicamente, ni les ayuden a pactar aumentos que les permitan acceder a salarios dignos. Por otro lado, las mujeres son las más castigadas por las condiciones de precarización. Ante la expulsión de muchos trabajadores de los empleos formales, han surgido otras formas de economía popular: asociaciones de artesanos, de recicladores, cooperativas de diversos oficios, ferias de productos orgánicos de huertas familiares, la práctica del trueque… A quienes se organizan de este modo el Papa les ha dicho: “Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial” (Francisco, Bolivia, 9 de julio de 2015), recordando que “Tierra, Techo y Trabajo son derechos sagrados”. En la crisis crece la inequidad y duele más la indiferencia. Mientras algunos ganan el pan con sudor y sacrificio, y otros hasta lo buscan en la basura, una pequeña parte de la humanidad despilfarra obscenamente. Me avergüenza esta injusticia flagrante e impune. ¡Cuánto desprecio por los pobres! San Pablo nos expresaba en la primera lectura que “cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres” (Col 3, 23). Dándole de este modo un sentido casi ritual o cultual. Con el correr de los siglos, debido a algunas corrientes economicistas —que tienen su centro en las riquezas y no en Dios— se cae en una divinización del dinero y en una degradación de la persona humana, como no se cansa de señalar Francisco uniéndose a la tradición de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos. Esta perversión consiste primero en considerar el trabajo meramente como una mercancía, para llegar incluso a comprar y vender seres humanos tratados como objetos de consumo y sometimiento, y no estoy exagerando. Los más vulnerables y postergados han tenido historias largas de carencias de generación en generación. Familias durante décadas viviendo en casillas con techos de chapa, con paredes de nylon o cartón, con pisos de tierra, sin agua potable, sin cloacas. O en ranchos de caña y barro, con techos de paja cargados de insectos, con letrina en tierra. Los niños allí crecen a menudo sin alimentación adecuada, sin vacunas, sin zapatillas, sin estímulos que les ayuden a desplegar cualidades en el sistema educativo. Hambre, desnutrición, exclusión. Un aborto en cuotas. Ante un panorama difícil es necesario afianzar los principios de la dignidad de la persona humana, poner los ojos en el horizonte, alentar la creatividad. La solidaridad debe hacernos cercanos con los que quedan afuera. No claudicar las convicciones más profundas. El año pasado el Papa proponía a Rectores de diversas Universidades la consigna de “organizar la esperanza”. Debemos alejarnos del “sálvese quien pueda” y crecer en la certeza de “estar todos en la misma barca”. Los dirigentes deben dar el ejemplo. Hay acciones que desalientan al pueblo sencillo, alejan la confianza en la democracia y son un insulto a los más desprotegidos. En la película que nos narra el hundimiento del Titanic se mostraba que los botes y salvavidas estaban en primera clase, mientras que los pobres que viajaban en el mismo barco tenían poco o nada para sobreponerse al naufragio, apenas alguna madera sobrante de los destrozos. Soñemos con una Patria fraterna y solidaria, y pongamos nuestras manos a la obra. P. Obispo Jorge Eduardo Lozano Arzobispo de San Juan de Cuyo Catedral San Juan Bautista 30 de abril 2024, vísperas de San José Obrero.

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