Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Puesteros y puesteras: trabajadores del oeste hostil y desértico profundo de La Pampa

    » Diario Pampa

    Fecha: 02/05/2024 13:35

    Durante años hicieron un aporte enorme para el crecimiento de la Provincia, cumpliendo una función social insustituible. Aún siguen desarrollando múltiples oficios, ahora con las ventajas que trajeron los servicios, y Ariel "Alpataco" Vázquez lucha por darle visibilidad e impedir que sean condenados al olvido. Hijo de un pocero del puesto de San Enrique, subraya que la labor más sacrificada es la de las mujeres, como su madre, María, que trabajaba de sol a sol y hacía "de todo". En el oeste profundo de La Pampa se fue construyendo la grandeza de la Provincia, con el aporte sacrificado y perseverante de puesteros y puesteras, capaces de hacer todo tipo de trabajos. Además de luchar contra las complejidades de la zona y del clima, deben lidiar con el inescrupuloso manejo del cauce del río Atuel por parte de Mendoza. Entre los múltiples oficios que desplegaban en las zonas cercanas a Santa Isabel y La Humada, se cuentan los de pocero, molinero, criancero, hachero, castronero, hortelano, alambrador, esquilador, jagüelero, zorrero y soguero. Muchos de ellos se reconvirtieron en artesanos y emigraron a pueblos cercanos; en otras familias se fueron desprendiendo de las tierras y algunos continúan con el mandato histórico persistiendo como puesteros. La historia de "Alpataco" "La mujer era la más sacrificada, porque debía ocuparse de los hijos, de todos los trabajos propios de su crianza y sacar agua del pozo todos los días", le cuenta a la Agencia Provincial de Noticias, Ariel "Alpataco" Vázquez, orgulloso de su historia personal. El escritor, que trabaja en la Secretaría de Turismo de la Provincia desde hace 31 años, es orgulloso hijo de puesteros. "Nací en San Enrique, en el puesto de María y Mario, mis padres, puesteros de toda la vida. Mamá falleció el año pasado y fue una mujer admirable", relata Ariel. "Mi viejo, con 89 años, sigue en el puesto y se emociona mucho con mis obras, que reflejan su historia de vida". San Enrique está a 50 kilómetros de La Humada, a donde su padre lo llevaba a caballo todos los días para que fuera a clases. En el puesto, como en la mayoría de los de la zona, había chivas, ovejas, caballos y algunas vacas. "La falta de lluvias y el corte del río Atuel que hizo Mendoza condenaron a toda la región", dice con amargura "Alpataco", apodo que debe al corte a tijera de esquilar que le hacía su madre y hacía ver sus cabellos como espinas rebeldes saliendo del cuero cabelludo, a la manera de ese arbusto propio del lugar. Los puesteros debían encargarse de la crianza de los chivos, que demandaba mucho tiempo y esfuerzo. La subsistencia dependía de esa tarea, dado que los animales eran su fuente de alimentación. Había que ocuparse de que comieran bien, tuvieran agua a disposición y administrar y asistir las pariciones. En ese punto era importante la labor de los castroneros, que se encargaban de vigilar y controlar a los animales para que las pariciones se produjeran cuando estaba estipulado. También estaban los cazadores, que proveían de vizcachas y zorros (muy buscados por su piel), por ejemplo. Las mujeres eran las que generalmente se ocupaban de hacer el queso casero. "Además, todas las puesteras tenían una huerta, en la que tenían distintas verduras. Era una alimentación autosustentable y muy sana", recuerda Ariel. Donde el tiempo se mide por las sombras En esas zonas donde el tiempo se mide por las sombras y no existen los relojes, el trabajo es de sol a sol y sin días feriados. "Los puesteros se asentaban generalmente en tierras fiscales y con la sanción de la ley veinteañal se convirtieron en dueños de sus tierras, como en el caso de mis padres. En muchas familias la tradición se fue perdiendo y los puestos se han vendido. Por eso rescato en mis libros a los últimos puesteros, tratando de darle visibilidad e impedir que desaparezcan", asegura Vázquez. También son muy interesantes las costumbres de los puesteros, que Ariel lucha para que no se pierdan. "Son muy comunes los bailes en los patios de tierra para hacer celebraciones. Los músicos, con acordeones y guitarras, se mezclan entre la gente en festejos que duran toda la semana. Hay muchos rituales propios de la cultura popular que deben mantenerse. Mi humilde aporte es a través de los libros", dice "Alpataco", que agotó las seis ediciones de "Los últimos puesteros", una de sus cinco obras. Hay que marcar la gran diferencia en el trabajo de los viejos puesteros con los de la actualidad. Antes había enormes carencias que se fueron solucionando desde la llegada de la democracia. "Ahora ya hay servicios, escuelas, caminos, hospitales. Hay que agradecerle al Gobierno de La Pampa por haber llevado electricidad a los puestos, porque eso sirvió para mejorar la calidad de vida de la gente", afirma Vázquez, que tiene 55 años. En una región en la que no existe el caldén, los puesteros aprovechan las jarillas para hacer casas y delimitar terrenos. "En nuestro caso, con mis hermanos ayudamos a mi padre para construir una vivienda con jarillas y barro. Con el paso de los años pudo hacerla de adobe". Para tener una idea del día a día de un pocero, el oficio de su padre, Ariel cuenta que salía en el amanecer a caballo rumbo al lugar donde le habían encargado el trabajo. Con pico y pala debía hacerse el pozo de 100 o 120 metros. "Se llevaba agua en un envase forrado para mantenerla fresca, pero imagínense cuánto podía durarle. Y no se quejaba nunca, al contrario, agradecía de tener trabajo y estaba orgulloso de la función social que cumplía", señala. Ariel, que tiene tres hijos, empezó a escribir cuando realizaba el servicio militar. Le tocó en la marina y llegó hasta la Antártida a bordo del buque "Gurruchaga". Como premio por su dedicación, se ganó un viaje en la Fragata Libertad, que le permitió recorrer el mundo durante un año y conocer muchas culturas. Sin embargo, recién hace una década empezó a publicar sus libros, que han tenido enorme repercusión. "Los he llevado a toda la Provincia, para darle visibilidad a los puesteros y defender una cultura que quiero que persista", dice este hombre que tiene convicciones duras y firmes como esos cabellos que le hicieron ganarse el apodo de "Alpataco"

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por