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    Fecha: 02/05/2024 08:15

    Sobre Nuestro mundo plateado, de Emiliano Salto. AntiPop editora, 2023 Adherencia y transformación son dos términos que bien se aplican a los cuentos de Nuestro mundo plateado, de Emiliano Salto. Circulamos por ellos como se camina una ciudad donde suceden cosas -más allá o más acá en el tiempo- entre simultánea y periódicamente, a la manera de Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin o de La Colmena, de Camilo José Cela. Un atributo de la literatura -uno de los más importantes- es convertir todo discurso, usarlo a su piacere para llevarlo al terreno de la ficción. Una orden, una receta, una lista de supermercado, puestas en un cuento o novela o poema, adquieren otro estatus debido a la función poética que impera en ellos; luego habrá que ver si el resultado es bueno o no. ¿Por qué la reflexión anterior? Porque es uno de los gestos semánticos reiterados en estos cuentos del autor, el que estipula la transmutación por absorción, tornando plateado todo aquello que aún no lo es: “Lo que fuera, la boca se lo tragó y en su lugar dejó otra estructura: un espacio lleno de mesas y sillas, un espacio con gente nueva, que no conozco. Gente plateada que toma y se ríe. Siento que pierdo algo conocido”, leemos en “La boca”; “La caricia revela la superficie plateada que se esconde bajo la piel naranja del niño”, leemos en “El pájaro de arcilla”; “Marcos recuerda haber ido al patio para arrancar algunas malezas y, al tirar de un tallo plateado, sentir como la tierra colapsaba bajo sus pies”, descubrimos en -uno de los mejores cuentos- “Tres Marcos”; “De su bolso saca un sobre pequeño lleno de hojas plateadas. Saca un manojo de hojas, se lo lleva a la boca y mastica. (…) Después de repetir la palabra nada por tercera vez en su cabeza, Maru escucha que la última letra se estira al infinito. Una eterna a que sale de su mente y se mueve por la habitación, deformando los objetos al tocarlos, en una pulsación constante”, encontramos en “Palabras cruzadas”; “…Camila no podría dar una descripción precisa de las criaturas, pero podría hablar de que, al mirarlas, se sentían detrás de los ojos, como el anticipo de un fuerte dolor de cabeza”, se nos dice en “El frasco de membrillo”. Salto detiene vidas para llevarlas al pasado y al futuro, en una clara inscripción que alude al género de ciencia ficción, pero para hincar el filo plateado de las narraciones en dilemas del presente: la ineluctabilidad de los destinos, que incluye la caída de los grandes relatos pero también de los minúsculos, donde una mancha de vino que no ocupó aún la porción del mantel es la fatalidad cíclica que hermana a la protagonista con el alcohol y la familia; el corrimiento de los límites a la hora de observar, juzgar y decidir sobre la vida de otras personas desde las nuevas tecnologías, dispositivos e internet; los triángulos amorosos en medio de un viaje a lo inesperado, donde un accidente hace rodar las vidas de los personajes y mezclarlas en una especie de loop colorido y desengañado. En “Nuestro mundo plateado”, texto que da título al libro, aparece un acápite que -como los anteriores- intenta esclarecer algo más “eso que sucede” con la realidad, donde inmensos mantos plateados surgen para comerla, sustituirla y devolverla toda renovada (el pasado vuelto al presente es renovación): “…las ciudades plateadas incorporaban memorias y recuerdos a su arquitectura. Se teorizó que el material usado por la ciudad para construir sus edificaciones tendrá la capacidad de automodelarse para formar imágenes sacadas de la mente de las personas”. En el cuento propiamente dicho, uno de los seres de ese mundo se acerca a un auto de turistas que pretenden visitar la nueva ciudad, una de tantas que han ido apareciendo en diversos lugares de la provincia de Neuquén, Argentina y (avizoramos) el mundo. Sucede algo que irrumpe como novedad pero asimismo como recuerdo, algo “alejado de todo canon humano y, al mismo tiempo, innegablemente humano”. Los destinos van a los personajes y no al revés. Juan Revol indica en la contratapa que Salto trabaja con la idea (‘utopía metafísica’ le llama) de “ausentarse de uno mismo”; ello acarrea el sabor a tristeza que exudan las vidas de los personajes. Esa salida de uno mismo existe para poder vivir la vida de otros, donde la posibilidad de aventura, sorpresa y felicidad se presumen y desean, pero nunca aparecen. Accedemos a imágenes insoportables y maravillosas en iguales proporciones, porque la ilusión de novedad en este mundo lleno de hastío nos invita a flotar cuando somos alcanzados por esa arcilla plateada, haciéndonos olvidar que nuestra piel y condición humana ha dejado de existir, pero con ello la capacidad de llegar a conectar con nosotros mismos.

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