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  • Un teatro que parece no serlo

    » La Prensa

    Fecha: 02/05/2024 01:21

    Sergio Blanco.Fernando Castro.Miguel Grompone.Laura Leifert.Laura Leifert, Sebastián Marrero.Sara Sabah.Matilde López Espasandín.Andrea Davidovics, Sebastián Serantes, Soledad Frugone, Tomás Piñeiro. Hasta el domingo, a las 20.30, en la sala Casacuberta del Teatro San Martín. Clima de impuntualidad y misterio. Estuvimos cerca de quince minutos para ingresar a la sala Casacuberta a media luz. El escenario, un rectángulo convencional, iluminado con luces azules. Un grupo de personas que no se distinguen desde la platea lo transitan, hablan entre ellos, parecen dudar. Como fondo se proyecta una imagen que puede ser la luna, la tierra, un cráter. El clima está enrarecido. El público se sigue acomodando y muy suavemente se escuchan como fondo, entre el murmullo, los sones de una grabación. Un piano interpretando una obra romántica que puede ser, quizá, de Chopin. De golpe, el escenario se ilumina, los actores toman posición frente a los micrófonos, instrumentos en mano, y nos sorprenden cantando. Improvisan una banda de rock, buenas voces y mejor interpretación musical de una canción de Billie Ellish. Concluyen y se presentan. Rompen la cuarta pared y cada uno brevemente nos anoticia de cómo fue elegido y qué personaje va a interpretar. Arranca Sebastián Marrero y nos dice que será Sergio Blanco; pide que se apaguen los teléfonos celulares y continúa la función. AUTOFICCION Estamos en presencia de una autoficción donde el intérprete está trabajando con su cuerpo, sus emociones y lo proyecta a un campo de ficción. La fábula parece simple: Blanco convoca a tres exalumnos de Liliana, su madre, profesora de Literatura y muerta recientemente. Toda la acción transcurre en el gimnasio del Liceo donde aquella enseñaba. Los convocados también están atravesados por la muerte y el duelo. Celia -la empleada de limpieza- llora a su hijo muerto en un accidente automovilístico, Clara sigue buscando a su padre desaparecido durante el gobierno militar uruguayo, y Tomás, el más hermético, asesinó a su hermano gemelo de un hachazo y purgó una condena en la cárcel. Cada uno brindará su versión de Liliana. Este último la evocará recordando cuando lo sorprendió copiándose en un examen y sin escándalo le brindó una lección de vida alentándolo a encontrar la poesía en las palabras dispersas; luego escribiéndole mientras estaba en la cárcel y hasta regalándole una guitarra eléctrica. Clara y Celia subrayan la compañía de la profesora y su consejo para que no desfallezcan en la búsqueda de la justicia. Se suma en el caso de Celia otra historia. Una nueva versión de la Cenicienta sin príncipe, pero con una profesora que como un hada madrina le ofrece un nuevo mundo y se convierte en su alumna quizá más apreciada. Sebastián Marrero/Sergio Blanco es el encargado de registrar las historias y los sentimientos con su cámara que se proyecta simultáneamente en la pantalla gigante. Los rostros lejanos se acercan a los espectadores y con ellos el duelo, el dolor y las marcas que deja la muerte, sin maquillaje, en blanco negro. Hay cruce entre la confesión ante Dios y ante un tribunal humano que absorto escucha y no emite opinión. REFLEXION La puesta, dividida en un prólogo, tres actos y un epílogo, se asemeja a un ensayo teatral donde el director convoca a cada uno de los actores, pide y exige como quiere que se ubiquen y expresen de determinada manera. El intérprete de Blanco logra distanciarse del personaje evocado; su madre es eso, un personaje al que trata con emoción contenida, por momentos se asemeja a un periodista que tiene frente a frente a su entrevistado y que de manera incisiva busca quebrarlo como un fiscal o un abogado acusador. Las inflexiones de su voz son amables, hasta paternalistas; no obstante, entrañan una cierta pedantería. El elenco logra involucrarse en una forma de actuación diferente. Discreta, uniforme, lineal, con movimientos corporales reñidos con la actuación tradicional y una cadencia vocal plana. El vestuario nos induce a pensar que no existe. Los actores podrían bajarse del escenario sin cambiarse de ropa y confundirse anónimamente con el público; juegan a hacer un teatro que no parece teatro, pero lo es sin dudas. El autentico autor y director nos empuja a compartir en el subtexto una reflexión sobre la actuación y la teatralidad. Muchos pueden distraerse y quedarse únicamente con la parafernalia técnica-visual de luces y proyecciones manejadas con precisión por Laura Leifert, Sebastián Marrero y Miguel Grompone; otros, emocionarse con las historias dramáticas e intensas contadas con verdad por un elenco de actores que está en el escenario permanentemente, sin cortes ni apagones a lo largo de cien minutos. Sergio Blanco, dramaturgo y director teatral franco-uruguayo, autor de ‘Slaughter, Kassandra’, ‘El bramido de Düsseldorf’ (presentada en 2018 en el San Martín), entre muchas otras, con ‘Tierra’ homenajea la memoria de su madre y coincide con Raymond Aron en que “la historia es la reconstrucción, por y para los vivos, de la vida de los muertos”. Claro que para contarla en el teatro necesitó de la poesía que, como ‘Esas pequeñas cosas’ que canta Serrat, “hacen que lloremos cuando nadie nos ve”. Calificación: Muy buena FOTO: GENTILEZA NAIRI AHARONIAN

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