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  • El “gran dolor” de Osvaldo Pacheco: la “lista rosa”, la angustia por su hermano desaparecido y la nota indigna de Satiricón

    » La Nacion

    Fecha: 02/05/2024 00:18

    Cómico popular que se destacó en teatro y en televisión, donde brilló con el elenco de La tuerca, “Pachequito” tuvo una vida personal cargada de dolores profundos que nunca pudo mitigar Exclusivo suscriptores Guillermo Courau PARA LA NACION Escuchar Su habitación estaba impecable, como a él le gustaba. La cama tendida, la mesita de luz prolija sin nada fuera de lugar. El piso limpio, sin ninguna partícula de polvo; los libros de Lorca y Shakespeare, los cuadros y portarretratos que testimoniaban su vida y obra, tampoco. De la casona decorada con impecable gusto que ocupaba sobre la calle Sucre, en el barrio de Belgrano, su cuarto era su refugio. El lugar donde podía encerrarse a pensar, a descansar, a llorar. Por eso era muy importante que estuviera perfecto, esperándolo. Pero aquel 5 de marzo de 1984, día en el que el actor había fijado su regreso desde Carlos Paz donde hacía temporada de teatro, el cuarto quedó vacío para siempre. Porque Osvaldo Pacheco nunca volvió, había muerto inesperadamente una semana antes, a los 51 años. Sin embargo, dicen los que lo conocían, contradiciendo al obituario, que Pachequito había muerto muchos años antes. Por dentro claro, porque cuando se prendían las luces de una cámara, o los focos de un teatro, afloraba un personaje histriónico, divertido, subyugante. Una máscara construida minuciosamente a lo largo de los años para mitigar una procesión que iba por dentro, que lo laceraba, que lo hundía en la depresión cada vez con mayor intensidad. Pero que no estaba dispuesto a mostrar, porque hacerlo habría sido también la muerte del actor cómico, y eso era algo que Osvaldo no se podía permitir. Cuándo comenzó ese descenso a los infiernos que dominó gran parte de la vida de Osvaldo Pacheco es difícil de precisar. Quizás la muerte de sus padres, que rompió con un esquema familiar de charla, puchero y vino tinto, que él adoraba; tal vez la desaparición de su hermano menor Polo a manos de la dictadura, un hecho del que nunca se pudo reponer; puede ser también que el trabajo al que le había dedicado su vida fuera venerado por el público pero menospreciado por la crítica especializada, siempre a contramano de lo popular; o el dolor de saberse prohibido por sus preferencias sexuales. “No le tengo miedo a la muerte, porque le tengo muy poco apego a la vida”, decía un Pacheco de mirada perdida y rictus amargo, segundos antes o minutos después de salir a escena y hacer reír al país. La lista rosa Desde que en 1964 formó parte del elenco de La pulga en la oreja, Osvaldo Pacheco quedó encasillado en la comedia. Un hecho que marcó su esplendor y también su cruz. “¿Por qué se desprecia lo cómico en la Argentina? Lo cómico es una forma de conocer la realidad. Chaplin es un genio, pero si hubiera nacido en la Argentina habría muerto como Francisco Charmiello, que también era un genio. El público quiere comicidad pero la crítica la menosprecia, la crítica ‘intelectualoide’. ¿Por qué no pensar un poco en lo que el público quiere y necesita y en la forma de mejorar lo que se le da, en vez de condenarlo? Gracias a La Tuerca pudimos hacer por el interior una gira con El baúl de los disfraces, que no es Shakespeare pero que es una obra bonita. Y esa gente que la vio y la aceptó jamás habría tenido acceso a ella, ni a nada, de no ser por el atractivo de ver a un actor de La Tuerca. Pero cuando hicimos trámites en Córdoba para conseguir sala me contestaron que no, que un actor cómico de La tuerca no puede pisar las tablas de un teatro municipal. Y en el Cervantes me acaba de pasar lo mismo. La TV es una locura, que lo pone a uno al borde del colapso. Cuatro años de Viernes de Pacheco, 225 obras, ¿se imagina en cuántas carreras me habría podido recibir? Mi descanso diario es a la noche después de la función. Me como un bife con ensalada, tomo vino, soy feliz, y es mi única comida porque no almuerzo, no puedo engordar. ¿Se da cuenta qué vida? Ni siquiera puedo comer como cualquiera”, contaba en una charla con LA NACIÓN en 1971. El artista en la obra El baúl de los disfraces La obsesión del artista pasaba por lo que llamaba “ductilidad interpretativa”. Aferrado a los guiones, en cualquier proyecto que encarara, Pacheco no creía en la improvisación, a lo sumo en cambiar algunas líneas o sumar otras, pero siempre en el ensayo, nunca en la grabación, el escenario o el vivo. De esa necesidad de cambiar constantemente surgía una galería de personajes inagotable, que podían ser hombres, mujeres, niños; Tita Merello, Lola Flores, Charles Chaplin; podían cantar, bailar, nada era imposible para el actor. “Muchos colegas han desarrollado sus respectivas carreras en base a una seguidilla de cínicos, padres de familia o comisarios. No es mi caso”. Tampoco lo convencía, como sucedía con varios de sus pares, abrir las fronteras e irse a probar suerte al exterior. “Narciso Ibáñez Menta -con quien compartió pantalla en la película Obras maestras del terror- me invitó a España, pero no quiero ir. Perder contacto con el público local, aunque sea momentáneamente, suele ser peligroso”. Nadie es profeta en su tierra, pero Pachequito por voluntad propia fue la excepción que confirmó la regla. Tanto así que su apellido (artístico, porque en el DNI figuraba como José Ramón Fernández) se convirtió rápidamente en marca: Las mil caras de Pacheco, Viernes de Pacheco, Domingos de Pacheco, Osvaldo Pacheco presenta, o el que le brindó una mezcla de sensaciones de alegría y también de desesperación: Pacheco Café Concert. Así lo contaba a la revista La semana: “A finales de 1977, los militares me lo levantaron, pese al buen rating que tenía. Como no acepté hacer otra cosa, durante dos años no me llamaron ni para hacer un reportaje. En esa época había tres listas: una negra para los peligrosos, otra amarilla para los más o menos y otra rosa para los que no podían trabajar por problemas morales. Yo no estaba en ninguna de las tres hasta que fui a ver a un coronel que, después de una amansadora de tres horas, me hizo sentar y se quedó mudo mirándome. Cuando le pregunté por qué estaba prohibido, solo me dijo: ‘Por su vida privada’. Mi área de trabajo dejó de ser el cine y la televisión y me refugié en el teatro”. Osvaldo Pacheco y Alba Castellanos El escenario fue su resguardo, el único lugar factible para replegarse. Aun cuando después de la última ovación se transformaba en un lugar frío, lúgubre, repleto de fantasmas. El mismo en el que en 1967, durante un entreacto se enteró de la muerte de su madre y de todos modos siguió la función hasta el final. Años después, se disponía a partir de su casa cuando su hermana abrió desesperada la puerta de su habitación (algo que nunca hacía) para decirle que a su hermano Polo, al que Osvaldo quería como un hijo, se lo habían “llevado los militares”. Uno de los dolores más grandes de su vida Polo Cortés era el nombre artístico de Carlos Jesús, hermano menor de Osvaldo, también actor y gremialista en la Asociación Argentina de Actores. En junio de 1976 fue sacado a la fuerza de su casa, en la calle Piedras al 900, por 25 hombres armados y con uniforme militar. Desde entonces integra la lista de desaparecidos. “Lo único que quedó de él fueron unas manchas de sangre sobre la cama. También se llevaron la funda de la almohada, supongo que para usarla como capucha”. Osvaldo Pacheco se había propuesto no contar públicamente su trágica historia familiar hasta que no volviera la democracia, por eso lo hizo por primera y última vez en una entrevista del 8 de enero de 1984. Había llegado el momento. “A medida que iba haciendo mi peregrinaje por tribunales, oficinas de funcionarios, cárceles, morgues viendo cadáveres y todo lugar imaginable, crecía en mí un odio muy grande. Lo de Polo ha sido la destrucción de nuestra familia. No sé cómo hago para maquillarme todas las noches, hay cosas inexplicables. Al pasar esa pata que separa al camarín del escenario, en donde hay un mundo diferente, me transformo y salgo. Luego lloro en mi camarín o en mi pieza, o sigo llorando solo. A la noche, cuando me acuesto, no puedo dormir porque veo a Polo en su celda. Veo su cara de sufrimiento. Hace frío, mucho frío, veo la picana, veo las cárceles, veo a mi hermano torturado, digo: ¿dónde estarás? Le pido a mamá que lo ayude para que tenga fuerzas para aguantar el dolor que sufre. Pienso en la angustia que siente. Cuando actuaba en Pacheco Café Concert terminaba llorando, pues me imaginaba que sus torturadores le pondrían la televisión y le dirían: ‘Mirá tu hermano cómo se ríe por televisión y se hace el payaso mientras vos estás sufriendo’. Yo lloraba por mi hermano, por la angustia de estar trabajando y porque si me veía sintiera que yo también estaba angustiado. Estoy seguro de que a través de mis ojos, él me habría entendido. Quiero que se comprenda lo que me cuesta hacer reír con mi gran dolor adentro”. Una muerte y muchas dudas En la temporada 84 del teatro Estrellas de Carlos Paz, Osvaldo Pacheco y Moria Casán brillaban al frente de La mejor revista de la cuadra, con dirección de Hugo Sofovich. Sin embargo, la salud del actor le pasaba factura por un ritmo imparable que le servía para mitigar su depresión. Una persistente disfonía, que amenazaba directamente su labor en el escenario, lo llevó a aplicarse una serie de inyecciones de Betametasona, que le provocaron un absceso en la nalga derecha, a lo que siguió la hinchazón de su pierna. Reacio a los médicos -sus amigos cercanos declararon luego que evitaba cualquier consulta profesional-, el actor se automedicó con antibióticos. Hasta que el lunes 27 de febrero a las ocho de la noche fue internado de urgencia en la clínica San Roque de Carlos Paz. Pacheco volaba de fiebre, se lo veía muy pálido y su cuerpo ya no era delgado, sino que estaba consumido. Murió al día siguiente. ¿Qué había pasado? ¿Cómo una disfonía podía terminar de esta manera? Los estudios mostraron que el actor era diabético y, según parece, no lo sabía. Un cuadro agravado por su estado anímico. La infección avanzada y su estado general complicaron el tratamiento y un cuadro de peritonitis terminó con su vida. Al menos eso fue lo que dijo la ciencia, porque para su amigo Gogó Andreu la razón fue otra: “Hay heridas que se tapan pero no se borran. Cuando te dejás caer en la forma en que lo hizo y no luchás, es porque ya tenés una gran ansiedad de morirte”. ¿Hubo para Osvaldo Pacheco duelo nacional? Sí, al punto que esa noche todas las compañías de teatro de Carlos Paz suspendieron sus funciones. Pero también la indiferencia y el desprecio de aquellos que nunca lo quisieron. Y, de todos, el ejemplo más indigno fue el de la revista Satiricón, que cambió sátira por agresión y le dedicó una nota póstuma con el título: “Pachequito te fuiste… Y bueno. Hiciste bien”. Acompañado de un texto ominoso que ostentaba frases como: “con Osvaldo Pacheco desapareció un personaje que fue depositario de nuestro más absoluto desprecio, candidato reiterado de nuestras críticas más indignadas y mejor merecidas. No se trató de algo personal, porque por más que lo intentamos nunca alcanzamos a ver dónde estaba Pacheco como persona”. Y el subtítulo: “Los artistas mediocres también mueren”. Necrológica del actor en la revista Satiricón. La nota sin firma fue objeto de condena por parte de los lectores y, de acuerdo a información de la época, provocó una escisión en la redacción, a raíz de un grupo de periodistas que no estuvo de acuerdo con su publicación. El (mal) humor negro se enfrentó a la humildad de aquel que evitaba vanagloriarse de su carrera, resumiéndola en un camino de trabajo: “Soy simplemente un cómico, un actor que puede hacer tanto personajes dramáticos, de comedia o característicos, alternativamente. He realizado todo tipo de interpretaciones a pesar de no haber estudiado arte escénico, ya que soy, lo que podría denominarse, un autodidacta o un intuitivo. Aunque todo lo he encarado con la mayor dedicación y responsabilidad”. Desde joven, incluso antes de ser famoso, Osvaldo Pacheco se reconocía como “celoso, obsesivo, nervioso, cobarde y vanidoso”. Seguramente la enumeración fuera cierta pero incompleta, porque también era talentoso, creativo, agudo, ingenioso. Y, por supuesto, inolvidable.

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