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  • Paul Auster: El autor que pensó la Argentina

    » El Ciudadano

    Fecha: 01/05/2024 23:47

    Por Carlos Sacchetti 1° de mayo, día del trabajador. En los tiempos que corren, más una ironía que un homenaje. Recién votada de manera positiva la Ley de Bases (¿base de qué? ¿qué comienza hoy?), no hay muchas ganas de arrancar el día de manera festiva, Pero, como siempre, la realidad, que funciona en muchas capas, decide que la mala noticia sea otra: murió Paul Auster. Aun recuerdo el día que Roberto, mi psicólogo y, diría yo, asesor en lecturas, me prestó “El palacio de la luna”, la historia de un joven cualquiera y su camino para encontrar eso, justamente, su camino. Ciertas similitudes me llevaron a identificarme con Marc Fogg, su protagonista (creo que en mayor o menor medida todos nos hemos sentido al borde del abismo en algún momento), y, ciertamente, hay una similitud entre su rescate y el mío. Pero eso lo contaré otro día. Mi curiosidad por él se desató, y salí a la caza de su obra. Hoy quizás parezca increíble, pero internet no era el genio de la lampara que es hoy (ni hablar de AI) y la información era más bien escueta. Paul Auster, nacido en Nueva York en el seno de una familia judía de clase media, infancia difícil, exilio en París para evitar Vietnam, la herencia, el éxito, etc. Opte por la opción del diablo: librerías de viejo y discontinuos. Así fui a parar a M., librería de ediciones viejas con la pregunta que 20 años antes, para satisfacer mi hambre de música le hacia al interlocutor de turno: “que tenés de fulano?”. Ese día de 2009 la respuesta fue “El país de las ultimas cosas”. “Éstas son las últimas cosas –escribía ella–. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo”. Palabras iniciales, palabras últimas. Un abandonado amante recibe estas noticias de Anna Blume, una mujer que ha partido al país de las últimas cosas en busca de su hermano, corresponsal de guerra desaparecido en ese lugar. Nadie sale vivo de allí, a menos que cumpla ciertas reglas básicas: lo único que podés hacer para sobrevivir es seguir en pie. “Cuando caminas por las calles -continuaba ella-, debes dar solo un paso por vez. De lo contrario, la caída se hace inevitable. (….) La caída puede ser fatal. Antes o después, llega el punto en que uno ya no intenta levantarse. El cuerpo duele, y eso es mucho más terrible aquí que en otro sitio..” Todo se resume fácilmente: sobrevivir, escapar a las ruinas, reconvertirse , no asirse a nada “Se levantan nuevas ruinas y las antiguas desaparecen, es imposible saber por qué calles se puede caminar y cuales evitar. Poco a poco, la ciudad te despoja de toda certeza, no hay ningún camino inmutable, y solo puedes aprender a sobrevivir si aprendes a prescindir de todo”. Fue imposible escapar a la trama: la búsqueda, a través de un contexto imposible, de lo que habíamos sido, de lo que somos. Esta claro lo que plantea Auster: tenemos una ciudad que se derrumba, que pierde significado como estructura central de la vida y la sociedad, como estadio de cohabitancia y cooperación. El lenguaje pierde todo valor como puente unificador. Mientras la ciudad desaparece sin razón aparente, mientras las estructuras urbanas sucumben ante un mal nunca precisado, ante un caos sin razón aparente, el silencio se apodera de las calles y de las gentes. El pesimismo con respecto al futuro, que integra la utopía negativa en la novela, influye en a la caracterización de los personajes. Veremos degradación en los escenarios como también en las personas. La lógica de funcionamiento del país permite observar que en cuanto es una sociedad no ideal, donde no existe el bienestar o la armonía, existirán ciertos “antivalores” como el egoísmo, la violencia, la traición. Adaptarse a esa nueva realidad puede significar despojarse de todo vestigio de humanidad: “…por un lado queremos sobrevivir, adaptarnos, aceptar las cosas tal cual están; pero, por otro lado, llegar a esto implica destruir todas aquellas cosas que alguna vez nos hicieron sentir humanos”. Aquí es donde podemos ver la dicotomía en dos tipos de personajes: aquellos que, en afán de sobrevivir, se apegan a las nuevas reglas “antivalores” y aquellos que intentan conservar valores como el amor , la cooperación y la solidaridad. No es aventurado que, en su búsqueda, Anna consiga refugio de todo lo cruel y salvaje que propone ese mundo en una biblioteca. Y no es aventurado que las fuerzas desconocidas (del cielo o de donde sean) intenten echarlas abajo. Posiblemente mis pensamientos naveguen en un libro que solo algunos leyeron, No importa. Tengo fe en el lector, sé que encontrará aquello que busca; que sabrá que lo dicho nos atañe a todos y que , aun sin estar involucrado directamente, lo afecta . La buena literatura no tiene espóiler. Entonces, mientras tomo una copa de vino y como un plato de locro (¿el último?, quién sabe) con mis amados, dejo las ultimas palabras de Anna, una argentina más, extraída de un texto de un estadounidense que creyó en el azar mas que en otra cosa, y quizá esa sea la clave: “Teniendo en cuenta el futuro que nos espera, es agradable tener estos sueños ridículos. Ya parece que el deshielo es inminente e incluso es posible que salgamos por la mañana. Es lo que convinimos antes de ir a la cama: sui el cielo parece prometedor, nos iremos sin más discusiones. (….) Ahora estoy sentada abajo , en la cocina , tratando de imaginar lo que nos espera en el futuro. No puedo imaginarlo, no puedo ni siquiera comenzar a pensar en lo que sucederá allá afuera. Todo es posible, y es casi lo mismo que nada, así como nacer en un mundo que nunca ha existido. Ahora todo lo que pido es tener la oportunidad de vivir un día más”

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