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  • Científicos descubrieron la verdad sobre la maldición de Tutankamón que “mató” a 20 personas: “Aquellos que rompan la tumba”

    » La Nacion

    Fecha: 29/04/2024 19:50

    Escuchar La maldición de Tutankamón atemorizó a los arqueólogos a lo largo de la historia. Por más de un siglo desde que se descubrió la tumba del faraón egipcio, le siguieron 20 misteriosas muertes que se atribuyeron a un “embrujo” contra quienes profanaron los restos mortales de aquel rey. Sin embargo, tras años de diferentes investigaciones se logró dar con el origen de las “extrañas enfermedades” que afectaban a los intrusos. Egipto está colmado de secretos, maravillas arqueológicas e innumerables leyendas del mundo antiguo que aún prevalecen en nuestros días y que de tanto en tanto cobran sentido y fama luego de diversos descubrimientos. En sintonía con ello, en 1922 nació la idea de que la tumba de Tutankamón estaba maldita, tras el hallazgo de Howard Carter. Según las escrituras de los pergaminos reales, quien “osara a profanar el templo” que fue destinado al descanso del faraón, sufriría enfermedades imposibles de detectar y curar, por lo que la muerte sería su única escapatoria. La tumba de Tutankamón se descubrió en 1922 y se creía que estaba maldita (Fuente: Instituto Griffith, Universidad de Oxford, colorizado por Dynamichrome) En los siguientes años, 20 personas que abrieron la sala donde se encontraba el sarcófago real murieron como lo rezaba dicho mensaje. No obstante, para desmitificar la causa que provocó un deceso impactante de arqueólogos y ayudantes durante las diversas expediciones, Ross Fellowes inició una investigación que más tarde publicó en el Journal of Scientific Exploration. Allí relató la versión científica y descartó un hecho sobrenatural. Para Ross las muertes sucedieron debido al envenenamiento por radiación procedente de compuestos naturales como el uranio, al igual que otros desechos tóxicos. Cabe recordar que durante 3000 años la tumba permaneció sellada completamente, por lo que se generó un ambiente propicio para la descomposición de estos elementos y se concentró en la recámara sin tener salida. Según explicó, el contacto con este tipo de sustancias peligrosas pudo causar distintos tipos de cáncer, como el de linfoma de Hodgkin, como el que sufrió Carter 11 años después de ubicar a Tutankamón. Este se relacionó con el contacto continuo con radiación. El sarcófago de Tutankamón, un antes y después en la arqueología (Fuente: Instituto Griffith, Universidad de Oxford, colorizado por Dynamichrome) Otro de los expertos que falleció tras adentrarse en la tumba fue Lord Carnarvon, cinco años después, por envenenamiento en la sangre. Además, se señalaron otros casos de hombres que padecieron asfixia, derrames cerebrales, diabetes, insuficiencias cardíacas y malaria. En el artículo que se mencionó más arriba, se detalló que los niveles de radiación de las tumbas egipcias era 10 veces mayor de lo que se considera saludable en la actualidad para el ser humano. Este mismo estudio se reprodujo en otros sitios similares como las pirámides de Giza y de las sepulturas subterráneas de Saqqara. “Se asoció una intensa radiactividad con dos cofres de piedra, especialmente en el interior”, sostiene. Howard Carter junto con sus ayudantes al momento de abrir la tumba de Tutankamón (Fuente: Instituto Griffith, Universidad de Oxford, colorizado por Dynamichrome) El profesor Robert Temple, que colaboró en el trabajo de investigación, explicó que los cofres estaban hechos de basalto, que “eran una fuente puntual de radiación, a diferencia de los niveles naturales [de radón] del lecho de piedra caliza circundante”. Por su parte, Fellowes escribió: “Tanto las poblaciones del Egipto contemporáneo como las del antiguo Egipto se caracterizan por una incidencia inusualmente alta de cánceres hematopoyéticos, de huesos, sangre y linfa, cuya principal causa conocida es la exposición a la radiación”. De este modo, se especuló con que los egipcios eran conscientes de estas toxinas, por ello que el experto recordó: “La naturaleza de la maldición estaba explícitamente inscrita en algunas tumbas, y una de ellas se tradujo proféticamente como: ‘Aquellos que rompan esta tumba encontrarán la muerte por una enfermedad que ningún médico puede diagnosticar y curar’”. LA NACION

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