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  • Anotaciones arqueológicas

    Parana » Ahora

    Fecha: 29/04/2024 15:13

    * Me gustaría salir más, buscar calles abiertas por las huellas, esas venas que se hacen sobre la tierra, me gustaría caminar lento y trazar una orilla interminable. Juntar piedras y elegir las más lindas para traer a casa, revisarlas una por una, tener un verdadero interés arqueológico, armar un herbario y aprender sobre raíces, entender sobre la botánica de las cosas que crecen y pisamos, la poesía en las plantas salvajes que terminan en la suela. En cambio, camino rápido y para resolver algo o salgo para disfrutar y me estreso, quiero volver a casa porque se desparraman los chicos como loros, gritan mamá, quieren comer, quieren y quieren. Urracas que clavan los dientes en las nubes con mi nombre. Si no estoy con ellos, los escucho en todos los sonidos, me apuro para volver a verlos, saber qué hacen, si me necesitan. Cuando estoy con otras personas, aún pasándolo bien, comento sus gracias, las cosas nuevas que hicieron, lo que tengo que hacer con ellos. De bebés, mientras dormían, en vez de descansar, miraba los videos de ellos despiertos. Es insoportable ser madre, pienso, siento y digo. Después escondo la cabeza como hacen los ñandú, para que de lejos los confundan con arbustos, yo quiero que en casa no me vean tanto y a su vez, quiero que si se caen me nombren, si tienen hambre piensen en mí, si quieren dormir, necesiten de mi cuerpo. Un plomo. Eso me pasa mientras son niños, a la mayor quisiera verla despegar, que vaya a sacarse sangre sola, que tome colectivos o camine si tiene que ir o volver de la terminal, que resuelva por su cuenta las cosas. Hace casi veintitrés años que nos miramos fijamente una a la otra, que nos chupamos la sangre de los ojos, que nos contamos los bocados mientras masticamos. Sabemos todo de nosotras, creo que seremos una especie de madre e hija solas eternamente, aunque haya variaciones en la vida y se sumen arterias nuevas que laten con la misma pulsión de vida que nos convoca. Si ella no está, me despierto sobresaltada y me contengo de escribirle, si se levanta al baño muchas veces, repaso qué comió y cuántas veces y elaboro un reproche mental para retarla. Soy insoportable, las dos lo sabemos. Hay un libro hermoso de Vivian Gornick que se llama Apegos feroces, con Pipi el vínculo podría titularse igual pero la historia es otra. Con cada hijx la narración contiene su propia mitología. Eso es lo más misterioso de ser madre y de ser hija, que incluso entre las diferentes etapas nos descubrimos la primera dermis, como si supiéramos dónde permanece el rasguño del tigre más allá de las capas que ya nos cubran. Y algunas veces queremos rascar la lámina que lo recubre, herir de nuevo. Y ser también, quien de nuevo consigue el único ungüento que lo sana. Mi hija me suele contar algo de lo cotidiano y después termina, “yo me imaginaba tu cara” o “yo escuchaba lo que le hubieses dicho”. En ella también aparecen mis voces como un enredo de palometas, mordiendo sus diálogos internos, haciéndome presente en el subsuelo de su presente sin mí. Quizás esas son las piedras que busco, las que junten mis hijxs para silenciarme mientras buscan hacer su vida o de verdad sean solo piedras que me recuerden caminos que me armé por fuera de ellos, migas endurecidas como fósiles que vuelvan como pruebas. Nos sobrevivimos, pese a tantas plumas fuera de las fundas, nos sobrevivimos a esta forma incesante del amor. Amonitas. La forma circular de los huesos que aparecen en las rocas. *

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