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  • La fe como antorcha de esperanza

    » Diario Cordoba

    Fecha: 28/04/2024 05:05

    Allá por el año 1983 tuvo lugar un diálogo entre el entonces presidente francés Francois Mitterrand y el filósofo católico Jean Guitton. Vale la pena recordarlo y reproducir uno de sus momentos más tensos y luminosos: «Dígame en cinco minutos la síntesis de su experiencia como filósofo», le planteó Mitterrand, al filósofo Guitton, quien le respondió así: «Es la elección entre dos soluciones: el absurdo y el misterio. Mi colega Sartre ha escogido el absurdo, y yo, el misterio». Entonces, Mitterrand le formuló esta pregunta: «Pero ¿qué diferencia hay? ¡Tambien el misterio parece absurdo!». El filósofo católico le respondió de inmediato: «No, el absurdo es un muro impenetrable contra el que chocamos y nos suicidamos. El misterio es una escalera: se sube escalón a escalón hacia la luz, esperando». Este diálogo lo recoge el cardenal Gianfranco Ravasi, en uno de sus libros, comentándolo con estas palabras: «Estamos inmersos en un mundo absurdo y repugnante, en el que las puertas de las respuestas están todas cerradas y son impracticables, y el horror es la señal de nuestra existencia. El pensamiento de Guitton, que ve el ser como una escalera por la que podemos subir peldaño a peldaño, es un poco como la de Jacob, que, «apoyándose en la tierra, tocaba con su vértice el cielo» (Génesis 28,12). La subida es fatigosa, se puede tropezar, porque los primeros escalones están en la oscuridad, pero allá arriba hay una luz infinita». Me ha encantado encontrar este diálogo entre el politico Mitterrand y el filósofo Jean Guitton, ahora, precisamente, cuando la Iglesia católica continúa celebrando el «cincuentenario pascual», evocando las «apariciones» de Jesús a sus apóstoles, con sus últimas recomendaciones y mensajes. Con la imagen de la vid, enraizada en la tradición de Israel, Jesús nos hace dos hermosas invitaciones: la primera, la necesidad de estar unidos a Él, como el sarmiento a la vid, buscándolo, escuchándolo, dialogando con Él, sintiéndonos discípulos suyos; la segunda, el «contagio», la cercanía, como el mejor método de apostolado. La fe no es una impresión o emoción del corazón. Sin duda, el creyente siente su fe, la experimenta y la disfruta, pero sería un error reducirla a «sentimentalismo». La fe no es algo que dependa de los sentimientos. La fe no es tampoco una costumbre o una tradición recibida de los padres. Es bueno nacer en una familia creyente y recibir desde niño una orientación cristiana de la vida, pero sería muy pobre reducir la fe a «costumbre religiosa». La fe es una decisión personal de cada uno. La fe cristiana empieza a despertarse en nosotros cuando nos encontramos con Jesús. El cristiano es una persona que se encuentra con Cristo y en Él va descubriendo a un Dios Amor que cada día le atrae más. Esta fe crece y da frutos solo cuando permanecemos día a día unidos a Cristo, es decir, motivados y sostenidos por su Espiritu y su Palabra. En el mundo bíblico son tres los árboles frutales que marcan la vida del pueblo: la viña, la higuera y el olivo. El papa Francisco evoca las palabras de Jesús: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos», e insiste en que el verbo «permanecer» en Cristo, no significa una «permanencia pasiva», sino una «permanencia activa» para poder dar fruto. Hay una apuesta audaz de Jesús en el evangelio del V domingo de Pascua: «Si permanecéis en mí, pedid lo que deseáis y se realizará». ¡Increíble! Ahora comprendemos aquellos versos de Martín Descalzo, entrelazados con el aroma de una duda: «Verdaderamente esto nadie supo aclararlo: / si Él resucitó porque era primavera, / o si era primavera porque Él resucitó». *Sacerdote y periodista Suscríbete para seguir leyendo

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