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  • Educando al soberano

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    Fecha: 28/04/2024 04:41

    El presidente Javier Milei A cuatro meses y medio de haber consumado su sorpresivo y vertiginoso ascenso al poder, el presidente Javier Milei sigue chocando con una realidad que no solo es mucho más compleja que la que ha venido simplificando la -hasta ahora- exitosa narrativa oficialista, sino que en muchos casos se muestra irreductible a los propios deseos y anhelos de un líder enfrascado en una “batalla cultural” de dudosa necesidad y urgencia. La masiva marcha en defensa de la universidad pública indudablemente expuso con meridiana claridad que la educación pública sigue ocupando un lugar central para una significativa parte de la sociedad. Y, al mismo tiempo, dejó en evidencia que el apoyo popular, de lo que el presidente y su mesa chica se jactan reiteradamente, como si se tratara de una realidad inmutable o un bloque sólido, en realidad es un fenómeno dinámico y plagado de fisuras que, al tensionar los ya caldeados ánimos, pueden convertirse rápidamente en profundas grietas. Con su habitual mezcla de descalificaciones, prejuicios ideológicos, simplificaciones discursivas y falta de empatía, el presidente y su entorno, “no la vieron”. Creyeron que aplicando la receta con la que habían enfrentado eficazmente las movilizaciones anteriores, es decir, exponiendo los intereses de sus desgastados protagonistas (por ejemplo, el sindicalismo), habrían de capitalizar -una vez más- la protesta. Un manifiesto error de cálculo, agravado por las primeras reacciones oficiales frente a la contundente movilización, que incluyeron las habituales diatribas en redes sociales, los torpes intentos de minimizar la masividad de la convocatoria, y la infructuosa apelación al discurso de exponer pretendidos intentos de aprovechamiento de la protesta. Todas lecturas que, como desnudaron las propias imágenes del pasado martes en la capital y otros grandes centros urbanos, que mostraron que los protagonistas excluyentes de la marcha fueron los miembros de una comunidad universitaria que incluso abarca a propios votantes del oficialismo, daban cuenta del desconcierto y profundo desconocimiento de la dramática situación. La multitud y transversalidad de esta participación le puso un límite incluso al tantas veces promocionado protocolo de Bullrich pero, más importante aún, está poniendo a prueba la capacidad del gobierno para salir de esa zona de confort que configura la trinchera desde la que defiende su pretendida “batalla cultural” y abordar otros temas que rompen con la agenda que impulsa el gobierno. Una agenda casi exclusivamente centrada en la macroeconomía, las grandes variables financieras y el ajuste fiscal que, al desentenderse de la micro y la economía real, los lleva previsiblemente a cometer errores y minimizar problemas concretos. En este contexto, lo ocurrido con las prepagas había sido una señal de alerta importante: cuesta creer que los funcionarios del gobierno puedan haberse sorprendido por el impacto que tendrían los fuertes aumentos en las cuotas, algo que explícitamente había sido habilitado por el mega decreto desregulador de diciembre del año pasado. O, ¿realmente creían que los mercados se autorregularían en función de la oferta y demanda? O, más aún, ¿desconocían que la cartelización es una constante en los más variados mercados de nuestro país? Si descartamos la ingenuidad, cuesta entender no solo cómo el gobierno dejó crecer esta “bola de nieve” sino la forma en que relativizó la previsible reacción de la opinión pública. La posterior sobreactuación del gobierno en este tema es un indicio más de algunas de las lecciones que debería comenzar a entender un presidente que no tiene entre sus atributos, ni la autocrítica ni la reflexión. Lo cierto es que, con estas señales de alerta, el oficialismo buscará esta semana acercarse, después de casi cinco meses de gestión, a una primera victoria legislativa que le permita pasar de la primera etapa de ajuste y shock a una fase de estabilización, que le demandará concretar las promesas en normas que garanticen previsibilidad y estabilidad. En este marco, si bien las fuentes legislativas hablan de significativos avances entre el oficialismo y los bloques “dialoguistas” para aprobar en el recinto de la Cámara baja la nueva y acotada versión de Ley Bases y el paquete fiscal “conversado” con la mayoría de los gobernadores, todavía hay algunas diferencias que podrían generar “ruidos” en el marco de la votación en particular que se espera tras una maratónica sesión. Además, será solo el primer paso, para enfrentarse a la prueba de un senado que no solo ya lo desafió abiertamente con el tema de las dietas, sino en el que el “poroteo” de votos está muy ajustado y donde más allá de la representación “provincial” de los senadores, a veces la anuencia de los gobernadores no se traduce en votos. Conforme se profundiza el estancamiento económico y se alejan las perspectivas de una recuperación “en V”, Milei debiera ir descubriendo a partir de la experiencia fáctica que la aritmética de la opinión pública, que reflejan las encuestas y sondeos, no siempre se asimila a la aritmética de la política. Algo que, por cierto, ya debiera haber aprendido del estrepitoso fracaso de la primera y ambiciosa ley de bases y que, a la luz de la movilización universitaria, debiera tener en cuenta para no emular escenarios de protestas que desbordaron intereses sectoriales, como el de la 125. Así las cosas, parafraseando el axioma sarmientino, “hay que educar al soberano”, a fin de que comprenda de que la soberanía reside en el pueblo de la nación (él es un representante y depositario transitorio de un mandato que deriva de dicha soberanía), y que para garantizar un pueblo soberano es imprescindible la libertad, pero también la responsabilidad para ejercer los derechos con un sentido de justicia y, por todo ello, más y mejor educación.

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