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  • Rasgos de la era narcisista

    » La Prensa

    Fecha: 28/04/2024 02:30

    POR NICOLÁS LEWKOWICZ La era que nos toca vivir se caracteriza por el individualismo, el narcisismo, la precariedad y la hibridez, como lo cuenta Jacques Attali en Breve Historia del Futuro. Este pensador, otrora asesor de François Mitterand, presidente de Francia entre 1981 y 1995, ve a todo esto como algo encuadrado dentro del progreso material y transhumanista de la historia. Nada mejor entonces que valerse de las afirmaciones de alguien que promulga la carrera infinita hacia el materialismo nihilista para afirmar que existe algo perfectamente demoníaco en la era moderna. El narcisismo, una de las características principales de la modernidad, se ha convertido en una especie de religión del yo. El hombre moderno se ha retirado de la esfera divina. Y el vacío se llena de narcisismo, forma extrema de individualismo y de falta de atención al prójimo. Solo sirve lo que está inmediatamente ligado al presente. La pérdida de la noción de eternidad hace que el individuo quede aprisionado por comportamientos desequilibrados, promovidos por una permanente búsqueda de lo elusivo, sustentada por fantasías creadas por su profundo estado de absorción en sí mismo. VERDAD CAPRICHOSA El expandido espacio social otorga un lugar donde poder hacer relucir una serie inacabable de necesidades permanentemente insatisfechas. Ya lo predijo Nietzsche: una vez revocado el lugar de Dios en la vida terrenal, no le queda al individuo otra que empezar una exploración personal hacia la verdad. Es decir, “su verdad,” la cual obviamente cambia caprichosamente de acuerdo a las circunstancias temporales que le toca vivir. La reducción de los círculos íntimos de plenitud, como la familia y la comunidad, hacen que el individuo moderno busque realizarse de acuerdo a los mandamientos de su presente más inmediato. Esta perdida de identidad y falta de trascendentalismo promueve una psicología basada en prácticas desordenas. Para formar parte de este espacio social no queda otra que adaptarse a un concepto de igualdad que no es mas que la repetición de homilías seculares cada vez mas desligadas de la verdadera esencia de la realidad humana. Cualquier duda que quepa al respecto de lo promulgado por el credo moderno debe ser aliviada mediante la disonancia cognitiva. Ir contra lo impuesto por el espacio social (supuestamente pluralista, pero en realidad homogeneizador) lleva al ostracismo. De esta forma, la parte metafísica del narcisismo, como se percibe en la era moderna, se centra en la voluntad de transitar la vida sin pensar mas allá del momento. Este “permiso para sentir” hace que lo existencial sea guiado por lo instintivo, acercando así al individuo cada mas a su condición animal y alejándolo de su imagen y semejanza con lo divino. PRACTICAS ORIENTALES Paradójicamente, este camino hacia una verdad que sirve para justificar berrinches infantilistas está muy conectada con una supuesta necesidad de abandonar el “yo.” En efecto, lo hibrido y sincrético de la era moderna invita a contactarse con prácticas orientales donde la capacidad de entendimiento racional (parte fundamental de la tradición sagrada de Occidente) es abandonada en pos de un fluir constante hacia ninguna parte. Un enjaularse en la de idea del mundo como ilusión, sin sentido ni trascendencia. Pero lo que ocurre en definitiva es que este “yo” racional es cambiado por otro “yo” que aumenta un sentido de grandiosidad fomentado en un espacio social que alienta la manifestación de instintos irrefrenables. La verdad es meramente una subjetividad que apenas sirve para llenar un vacío generado por el trauma de estar desprovisto de amarres de corte transcendental. Una constante insatisfacción con la existencia, la cual lleva a inventar delirios persecutorios y a fomentar una obsesión casi enfermiza con las nunca saciadas necesidades personales. Lo inmanente lleva en este sentido a buscar, de cualquier forma, la realización de un paraíso terrenal, imposible de llevar a cabo por lo imperfecto de la condición humana. La obsesión compulsiva por rectificar la condición humana (y acercarla así a un concepto inmanente de la divinidad) es promovida por el fenómeno “woke”, que puede ir por “izquierda” (en la búsqueda de la “justicia social”) como por “derecha” (como se percibe en la idea de “respetar el proyecto de vida de cada ser humano”). Una de las características principales del narcisismo es su objetivo destructor. Por eso no sorprende el proceso de descomposición que nos toca vivir. La era moderna venía a sacar al individuo del dominio de lo trascendente, en pos de liberarlo de reglas sociales y culturales que supuestamente restringían su capacidad de acción. La modernidad ya se encarga de enjaularlo en lo inmanente, creando un espiral donde se busca un sentido de satisfacción que jamás se podrá encontrar. La desorganización de lo sagrado, propulsada por una expansión incontrolada del espacio publico, hace que el individuo caiga en un sentido de absorción ilimitada en su condición material. La esperanza, en términos prácticos, reside en recrear entornos íntimos e inmediatos para para engendrar satisfacción personal. La esperanza también reside en aceptar el inevitable flujo y reflujo que caracteriza la vida material. Por eso, hay que abrazar lo sagrado y lo profético y “cabalgar al tigre” de la mejor manera posible, sabiendo que el guerrero del alma lleva todas las de perder en este imperfecto mundo. La batalla espiritual excede los confines de este mundo. Por eso, en el “kali yuga” que nos toca transitar, el único deber que tenemos es abrazar lo heroico. Para llegar, ya no en este mundo, a un estadio perfectamente protegido de lo que esta mas allá del entendimiento y la acción humana.

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