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  • Geopolítica y guerras bajo presión

    » La Prensa

    Fecha: 28/04/2024 02:30

    Como el conflicto de Medio Oriente se repite de manera cíclica hace un siglo, con un agravamiento especial desde la Guerra de los Seis Días (1967), las lecturas que ayuden a comprender su desarrollo no pierden vigencia a pesar del paso del tiempo. Uno de esos trabajos, escrito y publicado en medio de una polémica de inusual virulencia, se conoció en Estados Unidos hace diecisiete años, en 2007. El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, de los profesores John J. Mearsheimer (Universidad de Chicago) y Stephen M. Walt (Universidad de Harvard), ya desde el título pisaba terreno minado. Y las detonaciones no tardaron en llegar. Dividido en dos partes con once capítulos en total, el estudio surgió como un largo artículo que en 2005 los autores enviaron sin éxito a The Atlantic Monthly. Vetada su publicación inicial en ese medio, el texto vio la luz en marzo de 2006 en la London Review of Books. De inmediato se abatió sobre la LRB y los autores una lluvia de críticas de diverso calibre en la que no faltó la ubicua acusación de antisemitismo. Hoy podría decirse que Mearsheimer y Walt sufrieron un coordinado y sostenido intento de cancelación, que no logró silenciarlos pero que mancilló desde el comienzo el valor y el sentido de sus argumentos. Transcurrido un año y cuando lo peor de la tormenta había quedado atrás, los autores ampliaron y revisaron el trabajo original, incorporaron algunas de las críticas que habían recibido, respondieron o refutaron otras y conformaron una obra nueva de medio millar de páginas que apareció con el título citado en edición del sello Farrar, Straus & Giroux (en castellano lo publicó Taurus). LA TESIS La tesis básica del ensayo es que el desproporcionado apoyo material y diplomático que ha recibido Israel de parte de Estados Unidos desde al menos seis décadas no puede explicarse a partir de razones estratégicas o morales. Los autores creían que la explicación radicaba en el poder de las organizaciones y personas que integran el “lobby israelí”. Cuyo objetivo declarado y nada oculto es influir sobre el gobierno y la política exterior de Estados Unidos para beneficio de Israel. “En efecto, el lobby al mismo tiempo se jacta de su poder y frecuentemente ataca a los que llaman la atención al respecto”, comentaban. Al momento de la publicación del libro, en 2007, el poder de este formidable grupo de presión había logrado incidir en la posición estadounidense frente al proceso de paz con los palestinos, fomentó la invasión de Irak en 2003 y avivó la creciente tensión con Irán y Siria. La historia posterior del conflicto en Medio Oriente no hizo más que reforzar la argumentación de los autores. GIRO A LA DERECHA Recurriendo a una gran cantidad de fuentes primarias y secundarias, mayormente israelíes o de autores judíos estadounidenses, el libro trazaba la evolución del “lobby”, su fortalecimiento a partir de la década de 1960 y el cambio que se operó en la actitud de Estados Unidos hacia Israel en esos años, especialmente después de la Guerra de los Seis Días (junio de 1967). Con el tiempo el grupo se fue orientando más hacia la derecha, identificado con el partido Likud de Israel, y acumuló gran peso dentro del partido Republicano de EE.UU. Pero su influencia alcanza a todos los sectores del país y es abrumador en el Capitolio y sumamente influyente sobre quien ocupe la Casa Blanca y su elenco gobernante. “Demócratas y republicanos por igual le temen a la influencia del lobby -escribieron-. Todos saben que cualquier político que objete sus políticas tiene pocas posibilidades de ser presidente”. Miembros de la escuela “realista” en política exterior y discípulos de Samuel Huntington, los profesores Mearsheimer y Walt descartaban las justificaciones tantas veces pregonadas por los simpatizantes de Israel de que su vínculo con Estados Unidos (y el resto de lo que se llama “Occidente”) reviste un valor estratégico. Por el contrario alegaban que en numerosas ocasiones las acciones israelíes terminaron siendo más una carga que un beneficio para Washington. “Aunque existen motivos elocuentes para que Estados Unidos apoye la existencia de Israel y permanezca comprometido con su supervivencia, el actual nivel de ayuda norteamericana y su carácter cada vez más incondicional no pueden justificarse con argumentos estratégicos”, observaban. Si la supuesta necesidad estratégica del lazo con Israel se justificaba durante la guerra fría, el fin de ese enfrentamiento larvado eliminó el peligro de la expansión soviética hacia el petróleo del Golfo Pérsico, al tiempo que el posterior auge del islamismo debilitó la posición de Estados Unidos en la zona justamente en virtud de su apoyo inclaudicable a Israel. Mearsheimer y Walt recordaban con agudeza que ese vínculo tampoco podía sostenerse apelando a una común adhesión a la democracia y al combate contra el terrorismo, que es otro de los argumentos infaltables en la defensa de las acciones más discutibles cometidas por Israel. La misma política exterior norteamericana relativizaba la importancia del argumento en favor de la democracia. “De hecho, que un país sea o no democrático no es un indicio confiable del vínculo que Washington tendrá con él -objetaban en el libro-. En el pasado Estados Unidos derrocó a muchos gobiernos democráticos y apoyó a numeroso dictadores cuando se pensó que con ello favorecería los intereses norteamericanos”. Del mismo modo, agregaban, el combate común al terrorismo no eximía de la necesidad de buscar otras motivaciones que fundamentaran una política exterior de largo plazo. Muchas veces Washington se había aliado con antiguos terroristas, o promovió por su cuenta hechos de terrorismo. Y en 1948 el propio estado judío nació en gran medida gracias a una feroz campaña terrorista llevada adelante por grupos como el Irgún o la banda Stern. Los autores apuntaban que “fueron terroristas judíos del infame Irgún…los que a fines de 1937 llevaron a Palestina la práctica hoy común de colocar bombas en ómnibus o grandes concentraciones”. Luego citaban al historiador israelí Benny Morris, una de sus fuentes de cabecera, quien destacaba en uno de sus libros la paradoja de que “los árabes bien podrían haber aprendido de los judíos el valor de los atentados terroristas”. Pero estas argumentaciones quedaban sepultadas por la eficacia del “lobby” en acción. De acuerdo con el volumen, el poder del grupo, cuyo mascarón de proa es el imbatible Comité de Acción Política Israelí Estadounidense (Aipac, en inglés), se manifiesta a través de un disciplinado mecanismo de examen y vigilancia de la clase política norteamericana en todos los niveles, incluso en las etapas iniciales del proceso electoral. Las declaraciones de legisladores o incluso candidatos a cargos legislativos son sometidas a un férreo escrutinio, lo mismo que el historial de sus votaciones en relación con Israel o el Medio Oriente. El político que exprese críticas o simples disidencias con la línea que favorecen los simpatizantes del estado judío se arriesga a perder financiamiento para sus campañas, o puede afrontar el desafío imprevisto de rivales que sí reciben considerable ayuda económica. El Aipac no suele aportar directamente los fondos en uno u otro sentido, pero sí funciona como el intermediario para hacer circular los cuantiosos aportes. Este mecanismo aceitado ha producido resultados evidentes. “A diferencia de cualquier otro país, Israel es mayormente inmune a las críticas en el Capitolio -apuntaban Mearsheimer y Walt-. Una situación admirable por sí sola, ya que el Congreso trata temas contenciosos y no cuesta encontrar puntos de vista divergentes...Pero en lo que se refiere a Israel los críticos potenciales se callan y prácticamente no hay debate”. El “lobby” también es muy escuchado en la Casa Blanca. Los autores señalaban que su influencia empezó a crecer durante el breve gobierno de John F. Kennedy (aunque otros consideran que ese predominio surgió después de su asesinato en 1963). Desde Lyndon Johnson (1963-1969) en adelante, sólo dos mandatarios exhibieron una cierta independencia ante las sugerencias del bloque: Jimmy Carter (1977-1981) y George Bush padre (1989-1992). El resto, ya fueran republicanos o demócratas, izquierdistas o neoconservadores, terminaron repitiendo el alineamiento acrítico con Israel y juraron defender una relación que alguna vez el progresista Barack Obama se animó a calificar de “sacrosanta”. LA ACUSACION En el libro se reconocía que una de las armas más poderosas del “lobby” es la acusación de “antisemitismo”, que suele emplear con gran eficacia contra sus adversarios. Mearsheimer y Walt la sufrieron en 2006 cuando apareció el artículo que dio origen al libro. El epíteto figuró en una nota de opinión en el Washington Post y se lo insinuó en un artículo en el New York Sun, en tanto que otra nota en el Wall Street Journal firmada por William Kristol los tildó de “antijudíos”. La Liga contra la Difamación (ADL, en inglés), una de las entidades clave del “lobby”, denigró al artículo por ser el “clásico análisis conspirativo y antisemita que invoca las mentiras del poder y el control judío”. Cuatro artículos diferentes en The New Republic también los acusaron de “antisemitas”. Desde luego que los autores rechazaron la acusación y tuvieron especial cuidado, tanto en el artículo como en el libro, de no caer en generalizaciones que pudieran ser ofensivas (por eso siempre se refirieron al “lobby de Israel” y no al “lobby judío”). También aclararon que el “lobby” no consiste en una “conspiración” ni una “camarilla” sino que es un actor más en la “política de grupos de interés”, algo típico de la cultura norteamericana. Pero las explicaciones no conformaron a los críticos más amargos. En las conclusiones el libro invitaba con cierta ingenuidad a mantener una “discusión franca pero civilizada” sobre la influencia del “lobby” y un “debate más abierto” respecto de los verdaderos intereses norteamericanos en Medio Oriente. Postulaba la necesidad de concretar la creación del estado palestino y sugería que si Israel se negaba, Washington debería “restringir su apoyo económico y militar” al estado judío debido a que la ocupación israelí de los territorios palestinos “es mala para Estados Unidos y contraria a los valores políticos norteamericanos”. Desde luego que ninguna de esas propuestas estuvo siquiera cerca de hacerse realidad, y mucho menos lo están desde la última escalada belicista activada con la sorpresiva agresión de Hamás de octubre de 2023. Pero ello no quita relevancia al estudio ni disminuye la valentía de sus autores, que se animaron a abordar un tema intocable y cuya importancia excede en mucho al ámbito de Estados Unidos y sus aliados directos. Lo demuestra la llegada al poder de Javier Milei y su decisión de arrastrar a la Argentina a un alineamiento incondicional con Israel, en contra de la extensa y asentada tradición diplomática del país.

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