Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • 1° de Mayo de 1921, un día trágico en la ciudad

    Gualeguaychu » El Dia

    Fecha: 27/04/2024 21:35

    A mediados de la dé­cada del 80, siendo es­tudiante, me interesé por estos hechos. Me los reveló la lectura de un ensayo de Osvaldo Bayer, que los aludía co­mo al pasar. Recuerdo que lo comenté en una reunión de estudiantes en Buenos Aires y casi ninguno había tenido noticias al respecto. So­lo un par atinaron con alguna vaga referencia. Así es que me puse a estudiarlo en los diarios de la Biblioteca Nacio­nal, por entonces en México al 500. Allí me dirigía a manera de des­canso, luego de haber rendido algún final, co­mo para relajarme. Era un lugar bonito, antiguo y bastante misterioso que había sido dirigido nada menos que por Jorge Luis Borges. Allí leí La Prensa, La Nación (diarios conservadores), La Vanguardia (socialis­ta), La Protesta y La An­torcha (anarquistas). También hice averigua­ciones en mis vacacio­nes en Gualeguaychú y un par de reportajes atrapantes a Don Án­gel Jordán. Lo recuerdo como un anciano flaco, simpático y tembleque. Lo visitamos con Juan Brasesco y Rubén Vae­na. Nos recibió junto a su esposa dispuesto a contarnos toda su ver­dad sobre hechos de los cuales él había sido pro­tagonista. Nos impac­tó que nos asegurase que la manifestación obrera había recibido disparos desde los te­chos del edificio de la Catedral y que, por esa razón, años después, bautizó con el nombre de Ateo a su hijo. Don Ángel Jordán, na­cido con el siglo pasado, tenía al tiempo de los hechos unos 20 años; la misma edad que noso­tros teníamos entonces. Nos contó cómo huyó de la balacera metién­dose en la casa de los Luciano –hoy Caja Fo­rense– en la calle Riva­davia, frente a la Plaza San Martín. Nos con­tó que algunos de los agresores lo persiguie­ron hasta los fondos de la casa sobre la calle Co­lombo, por donde pro­curaba escabullirse para reunirse con sus com­pañeros. Allí, hallándo­se él caído en el suelo, y cuando estaban por rematarlo, se interpuso una mujer del servicio de la casa, que al pare­cer conocía a los ata­cantes por frecuentar la misma diciéndoles: “¡Así quieren ser patrio­tas ustedes, matando a estos pobres obreros! Mándense a mudar in­mediatamente y dejen en paz a este mucha­cho”. La autoridad de una empleada domés­tica con carácter se im­puso ante las armas de fuego y Don Jordán pu­do contar el tiempo. El 1º de mayo de 1921 es, sin duda, el día más negro de la historia de Gualeguaychú como ciudad. Ese día grupos conservadores ataca­ron una manifestación de obreros reunidos en la plaza San Martín –por entonces llamada Inde­pendencia- matando a cinco personas e hirien­do a más de treinta. Hu­bo algunos detenidos y una causa judicial, pero pocos resultados con­cretos. El tiempo fue se­llando el caso con una suerte de estiércol pe­gajoso. Razones políti­cas, vecinales, temores, prejuicios y favoritismos se dieron cita para tapar el hecho durante déca­das. Estuvo allí a la cabe­za de los agresores una de las más prominentes figuras del conservado­rismo local, Juan Fran­cisco Morrogh Bernard. Nunca más se habló del tema hasta la apari­ción de mi primer libro a fines de los ‘80, salvo las misas que tenían lugar en el cementerio por la mañana, ante un reducido número de personas. El hecho se enmarca en la lucha desatada por la tensión generada entre trabajo y capital. Esto se dio en las gran­des ciudades en los al­bores de nuestra indus­trialización tardía y en los pequeños pueblos ante el agotamiento de la extensión de las fron­teras productivas. Estos dos hechos significaron que la renta industrial y la del campo le era dis­putada a la burguesía tradicional por trabaja­dores, muchas veces de origen inmigratorio. Esa tensión económi­ca y social se materializó en dos grupos antagó­nicos que, en la década de 1920 y con distintas variantes, protagoniza­ron la lucha social: La Li­ga Patriótica Argentina y la Federación Obrera. La Liga Patriótica Ar­gentina era una suerte de alianza policlasista, de ideología naciona­lista que representa­ba a los sectores más conservadores. La Liga organizó una multitu­dinaria reunión y des­file callejero en Guale­guaychú para esa fecha, con el objetivo de cele­brar el pronunciamien­to de Urquiza contra Rosas. La invocación de la gesta de Urquiza era el ámbito favorito de los estancieros e intelec­tuales conservadores de la provincia para dar rienda suelta a su afán reaccionario. Su ecua­ción era sencilla: Bande­ra roja era igual a anar­quía e igual a agresión a los valores nacionales. Eso daba pie a los dis­cursos anti obreros. Por su parte, la princi­pal central obrera del país era la Federación Obrera Regional Argen­tina (F.O.R.A.). Había dos vertientes de aquella antigua central. La del V Congreso que era anar­quista y la del IX Con­greso que era socialista o socialdemócrata. Esta última se vinculaba con el Partido Socialista que, a diferencia de los anar­quistas, consideraba viable la presentación de listas en las eleccio­nes para autoridades constitucionales, dejan­do a un lado la lucha ar­mada y la realización de atentados violentos. Volviendo a Guale­guaychú, la Federación Obrera Departamental estaba conectada con la FORA del IX Congre­so, sin perjuicio de lo cual la Liga Patriótica la acusaba igualmente de promover la anarquía por usar una bandera roja. Esta bandera sería protagonista principal de los hechos de ese día, y por ello pienso que la principal causa del desastre fue la pre­sencia de las brigadas de la Liga Patriótica y de sus principales dirigen­tes en la Plaza Indepen­dencia el 1° de mayo por la tarde, justamente re­clamando el retiro de la bandera roja de la F.O.D. El jefe de policía, Isaías Lahíte, tenía instruccio­nes del Gobierno pro­vincial de evitar que ambos actos se cruza­ran en espacio y tiempo. Por eso dispuso que la Liga Patriótica realizara su desfile y actos hasta las 3 de la tarde, empe­zando por la calle 25 de Mayo, desde Rocamora hasta Mitre, volviendo por Urquiza hasta su inicio y luego hasta el Hipódromo, donde ha­bía varias vaquillas con cuero para promover y agasajar la concurren­cia. Recién una vez no­tificada la desconcen­tración de esos actos se autorizaría la salida de la manifestación obrera –sin duda mucho más modesta en cantidad y despliegue- desde su local de calle Perú –hoy Camila Nievas– hasta la plaza Independencia. Así se hizo, solo que al­gunos dirigentes de la Liga Patriótica fueron a la plaza, en actitud pen­denciera –el sólo hecho de concurrir era ya una provocación-, muchos de ellos armados y a ca­ballo. Allí comenzaron a exigir airadamente el retiro de la bandera ro­ja de los trabajadores y no obstante haberlo ob­tenido, emprendieron a tiros contra los trabaja­dores desarmados. La causa judicial que trató los hechos fue la Nº 438 caratulada “Su­mario con motivo del choque sangriento ha­bido entre elementos de la Liga Patriótica y Federación Obrera”. Sin embargo, luego de su inicio no tardó mucho en perder el dinamismo de sus primeras horas. Tramitó bajo la carátula de una figura atenuada, que es el homicidio y lesiones en riña o agre­sión. Esta figura –la mis­ma que reclamaba que se aplique la defensa del famoso caso de los rugbiers de la costa- se da cuando resulta im­posible ubicar la perso­na del agresor o agre­sores, y entonces se imputa a todos los que hayan actuado o mera­mente intervenido en el episodio que discurrió violentamente contra las víctimas. La causa concluyó lue­go de más de 1.000 fo­jas de actuación, seis años más tarde, el 2 de noviembre de 1927 –va­ya paradoja, el Día de los Muertos–, cuando se declaró prescripta la acción penal respecto de todos los acusados y querellados, por el transcurso del máximo de la condena prevista por la ley para el delito de homicidio en riña. El Juez Cepeda se pro­nunció de esta manera al declarar prescripta la acción para acusar en la causa, sobreseyendo definitiva y totalmente a los imputados y “de­jando a salvo su buen nombre y fama con las costas de oficio”. El clima de tirantez que se vivía en los días pre­vios lleva a inferir que los liguistas concurrie­ron a la plaza en forma premeditada, organiza­da, y con un deliberado –o al menos conjetura­ble– propósito de agre­sión del que debieron ser más temerosos. Del riesgo al propósito hay una distancia muy es­trecha o tal vez ningu­na. Como decía un ve­cino citado por el diario La Nación de aquellos días, un liguista hecho y derecho no podía menos que enfurecer­se debiendo presenciar manifestaciones y dis­cursos socializantes y viendo flamear la ban­dera roja –que ellos lla­maban “el sucio trapo rojo”– justo el día del pronunciamiento de Urquiza. Sin embargo, nada de ello justificaría abrir fuego contra ciu­dadanos desarmados. Muchos cayeron heri­dos en aquella jornada. Un especial recuerdo para los muertos: Lo­renzo Timón, Ángel Sil­va; Celedonio Iglesias y Pedro Villareal. A ellos debemos sumarle al agente Fernando Ro­dríguez, conocido como Urristi o Urriste, ascendi­do post mortem a Sar­gento. Uno de los casos curiosos en la historia de un policía que estuvo del lado de la manifestación obrera, sin duda identifi­cado con las órdenes de su Jefe Departamental, Isaías Lahíte.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por