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  • Un cartel argentino

    Gualeguaychu » El Argentino

    Fecha: 27/04/2024 18:04

    Por Luciano Peralta ¿Voy a ser la primera universitaria de mi familia? El cartel es austero pero creativo, como si fuera una alegoría de lo que demandan los tiempos en Argentina. El cartón, color marrón cartón, no está escrito, tiene pegados pepelitos blancos impresos con letras negras, uno por palabra. Once pedazos de papel impresos forman la frase que se hace foto. Su autora es Sofía Sack, tiene 23 años y cursa el cuarto año de la licenciatura en Ciencia Política en la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Sofía accede a conversar con La Mala, me cuenta de su papá, de su mamá, de sus abuelos, gente de campo. Le cuento, un poco para romper el hielo y un poco porque así me sale, que mis cuatro abuelos vivieron la pobreza de verdad, esa que nosotros no conocimos. La pobreza de la falta de comida, de la falta de un abrigo, de la falta de algo tan básico como un piso en casa. Eran épocas en las que la gente pobre, del campo y de la ciudad, con suerte, apenas terminaba la primaria. Los abuelos de Sofía, ni eso. Como los míos. Pero, con mucho esfuerzo lograron su casita, criar a sus hijos y garantizarles un futuro un poquito mejor que el que les tocó. Para que algunos, aunque sea, pudieran finalizar el colegio secundario y, por qué no, probar con alguna formación terciaria. Para eso, el esfuerzo debió ser casi inhumano: laburando de sol a sol, literal, 12, 13, 14, 15 horas por día, sin parar, sin sábados y sin domingos, sin francos, pero garantizándoles a sus hijos un piso de dignidad que ellos no tuvieron. Y sus hijos repitieron esa historia, pero con más herramientas. No dejaron de pertenecer a la “clase trabajadora” -entiéndase: pobres asalariados (en el mejor de los casos) que viven haciendo equilibrio sobre la delgada línea de pobreza- y también debieron laburar 12, 13, 14, 15 horas por día, para que Sofía pudiese tener la posibilidad de estudiar una carrera universitaria. Algo inimaginable para papá y para mamá, y para sus abuelos, ni pensarlo. “Mi mayor sueño es colgar mi diploma en la pared, en un cuadrito”, me dice, se ríe. Sofía parece genuina, sincera. La conocí hace diez minutos, pero parece sincera. En un momento de la charla me cuenta cómo fue que eligió estudiar Ciencia Política en la UNER. Me cuenta de la iniciativa del profesor Pascal, un capo de las matemáticas de estos pagos, mediante la cual ella y su curso de la escuela Sagrado Corazón pudieron conocer Ciudad Universitaria, la UADE, la UCA y la USAM; me dice que quedó fascinada con el campus de la Universidad de San Martín, que hay hasta un circo y que le hubiese encantado estudiar ahí. Pero las posibilidades económicas de la familia en que le tocó nacer, que son muchas más que las que tuvieron su papá y su mamá, y muchísimas más que las que tuvieron sus abuelos, hicieron de ese deseo una misión materialmente imposible. Me dice, también, que la llegada de las dos cohortes únicas de las licenciaturas de Ciencia Política y Trabajo Social a Gualeguaychú le abrió una ventana de posibilidades. Cuenta que entró con una idea de la carrea y que ahora tiene otra, que le gusta, que la entusiasma. Me dice que no sabe qué va a hacer cuando se reciba y que tiene mucho miedo de no poder hacerlo, tiene miedo que la cierren, miedo a ver sus sueños truncos, y los de su familia. Sofía estudia y trabaja. Dice que lo hace porque quiere, no tanto por necesidad, y me cuenta que empezó a hacerlo en el 2020, un año nefasto para el gran pueblo argentino y para la humanidad toda. Fue ese año en el que el Municipio de Gualeguaychú y la Facultad de Trabajo Social de la UNER firmaron un convenio por el cual se crearían las dos cohortes únicas. Serían cinco años de cursada y los docentes llegarían en su gran mayoría de Paraná, en su gran mayoría, también, hijos de la universidad pública, formados en la Universidad Nacional de Rosario. Pero en marzo del 2020, la humanidad se chocó de frente con el mundo, con la humanidad misma, con el más humano de los mundos y, también, el más degradado. La pandemia por el coronavirus paralizó el reloj de la historia y la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Paralizó, también, lo que iba a ser el inicio de la vida universitaria de Sofía. Me cuenta que, entonces, decidió empezar a trabajar en gastronomía. Todavía lo hace, en el mismo lugar, donde le acomodaron los horarios para que pueda cursar. La universidad pública llegó para Sofía recién en el 2021 y de manera virtual, porque todavía la presencialidad no era cosa de ese mundo, que nos encerró como en una burbuja, que nos rompió la cabeza. Sofía empezaba, ahora sí, a ser la primera estudiante universitaria de su familia, aunque sea a distancia, con las reglas de este nuevo mundo. Una marcha y un cartel Lejos está de ser esta, la del martes 23 de abril, su primera movilización. Ella viene marchando desde el 2018. Y como antes habíamos hablado de los pañuelos verdes y de los celestes, de que los primeros no se permitían en su escuela y sí los segundos, asumí, a riesgo de equivocarme, que había participado en las movilizaciones por el aborto legal. Seguimos. Me cuenta que invitó a su amiga Fanny a la marcha, que es graduada del Instituto Superior de Arte y que al principio estaba en duda, pero que terminó acompañándola. También, que ni bien arrancó la movilización le encajaron un pupitre y que le pasó el cartel que había hecho diez minutos antes en su casa a su amiga. Las ocho cuadras que separan la esquina de 25 de Mayo y Perón con la plaza Urquiza, o “la plaza de la Municipalidad”, como se le dice en Gualeguaychú, cargó su pupitre. Me dice que lo importante del cartel es la idea, la frase, no quien lo lleve. Ahora lo luce Fanny, que también tiene 23 años y, a diferencia de ella, está marchando por primera vez en su vida. Y en la plaza se sentó con el cartel, lo hizo propio. Al lado está Sofía. El acto fue muy particular y merece una crónica aparte. De hecho, la hice para EL ARGENTINO (fue publicada con el título “Crónica de una protesta diferente: estudiantes y trabajadores, juntos por la educación pública”). Pero la foto es esa. Es el cartel, es la frase de Sofía y es Fanny. La de la foto es Fanny. Sofía está a su lado, pero no entra en cuadro, Sofía es la autora intelectual de la foto, pero no se ve. Es un simple cartel, pero no es sólo un simple cartel. Es mucho más. Ese pedazo de cartón de color marrón, de color marrón cartón, que tiene pegados varios papelitos blancos con letras negras, que forman la frase que se hizo foto es mucho más que un cartel, mucho más que una pancarta de protesta. Es un pedazo grande de la historia universitaria argentina, es un pedazo grande de nuestra historia. Olvidarla no es una opción, al menos para quienes somos conscientes de que sin la universidad pública, nosotros, los y las Sofías de este mundo, jamás tendríamos la posibilidad de ser estudiantes universitarios, de tener un título de grado, de ser licenciados, doctores o esas cosas, sin la universidad pública y gratuita. Es un cartel, sí, pero es mucho más que un cartel. *Nota publicada en www.lamalarevista.com.ar

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