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  • Agricultura regenerativa corporativa: ¿Compromiso sostenible o riesgo de greenwashing?

    » Clarin

    Fecha: 27/04/2024 08:14

    En 2018, Gabe Brown publicó su libro Dirt to Soil, donde relata de qué manera logró incrementar la materia orgánica de su granja de setecientas doce hectáreas, ubicada en las afueras de Bismarck, en los Estados Unidos, de manera sostenida desde 1994 y dar así comienzo al término “agricultura regenerativa”. En su obra destaca los 5 pilares de esta innovación: minimizar la alteración del suelo, mantener la cobertura del suelo, preservar las raíces vivas de los cultivos perennes, integrar el ganado y mejorar la biodiversidad. El ejemplo de Gabe Brown se difundió por todo el planeta y hoy cientos de agricultores y decenas de instituciones de todo el mundo la impulsan. Se estima que, en la actualidad, se cultivan más de quince millones de hectáreas en todo el mundo con esta modalidad, lo que no es mucho si se tiene en cuenta que la superficie agrícola mundial es de aproximadamente cinco mil millones de hectáreas —pero recordemos que el viaje más largo siempre comienza con un primer paso—. En la Argentina, donde casi el 90% de la agricultura se hace en siembra directa, donde la practica de los cultivos de cobertura se expande aceleradamente año tras año y donde la ganadería todavía sigue compartiendo la rotación con la agricultura en muchos de los campos, estamos en una posición privilegiada para liderar esta tendencia globalmente, sin lugar a dudas. Posiblemente, la expresión más ambiciosa de la agricultura regenerativa es la comercialización del carbono acumulado durante dicho proceso. A esta variante de la agricultura regenerativa se la conoce como carbon farming o cultivo de carbono. Tuve la oportunidad de ser parte del lanzamiento de la primera iniciativa comercial en gran escala de carbon farming —identificada como “Terraton”- en junio de 2019, en la ciudad de Memphis; junto con un grupo de productores argentinos, quedé perplejo por el cambio de paradigmas que esta oportunidad representaba: agricultores compensados por mejorar el suelo, nada menos. En aquella oportunidad y con poquísimos antecedentes, un grupo de ciento setenta y cinco productores de los Estados Unidos se comprometieron a respetar un programa de cultivo de carbono en cuarenta mil hectáreas. Los resultados fueron monitoreados y verificados por la Reserva de Acción Climática (CAR), una entidad sin fines de lucro de California, que en el año 2022 anunció la primera emisión de créditos de carbono. Estos créditos fueron ofrecidos a grandes empresas que los utilizan para compensar sus emisiones. Con el resultado de esta venta, se compensa a los productores por el carbono fijado por cada uno de ellos. Algo que parecía inconcebible, en el 2019 se convirtió en un hito fundacional para la agricultura regenerativa. Aquella temprana iniciativa que fuera identificada inicialmente como agricultura beneficiosa, luego evolucionó hacia la expresión creada oportunamente por Gabe Brown. A partir de esa iniciativa, prácticamente todas las grandes compañías de insumos han lanzado sus programas de carbon farming con la intención de entender estos procesos y -eventualmente- premiar a aquellos productores que fijen carbono en sus suelos. Por ejemplo, el programa de Bayer se llama ProCarbono y el de Syngenta, Carbono Net. Además de impulsar estos programas de carbon farming, es sorprendente comprobar la cantidad de empresas que comunican abiertamente ambiciosos compromisos directamente vinculados con la agricultura regenerativa. Lo que era una verdadera rareza pocos años atrás, hoy pareciera ser una práctica standard.

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