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  • Cuando la ciencia cruza los límites

    » Clarin

    Fecha: 26/04/2024 10:39

    Este ensayo es el resultado de una intensa investigación documental sobre algunas etapas de la historia reciente del hombre durante las cuales la ciencia pasó de conformar una herramienta para el desarrollo del ser humano a transmutarse grotescamente en un instrumento aplicado al beneficio e interés exclusivo de unos cuantos”, escribe el doctor y licenciado en Bioquímica por la Universidad Rey Juan Carlos I de Madrid y la Universidad de Salamanca David González Jara en la introducción de su libro reciente Tratado de ciencia canalla (Fondo de Cultura Económica). También es autor de Bacterias, bichos y otros amigos y El reino ignorado. Tratado de ciencia canalla (Fondo de Cultura Económica) David González Jara Aquí este científico multidisciplinario, docente y divulgador examina diversos acontecimientos científicos de diferentes épocas en donde hubo ciertos desvíos dentro de lo que se considera moralmente aceptable e interroga a los mismos para intentar cometer menos errores en el futuro. En diálogo por correo electrónico desde España con Ñ amplía su mirada sobre estas historias y se abre hacia nuevas preguntas que giran en torno a lo que nos dejó el covid como enseñanza, el rol de los estados respecto al desarrollo científico y los totalitarismos, en tiempos donde a nivel mundial reverdecen las extremas derechas. –En el inicio del libro abordás el célebre caso de Alexis St. Martin (un hombre con un agujero en su estómago que fue investigado en torno a la digestión). ¿Qué tiene para contarnos sobre los límites éticos y morales de la ciencia? –Pone de manifiesto algunos de los principales aspectos que caracterizan las infames investigaciones que se han llevado a cabo utilizando seres humanos. Quizás la más relevante sea que los sujetos de experimentación se sitúan en un escalafón inferior al que ocupa el individuo “normal”. En el caso de St. Martin, el doctor que experimentó con él se sentía legitimado por el hecho de haberle salvado la vida después del disparo que el joven recibió en el pecho. El otro aspecto que se trata de destacar con la historia de Alexis St. Martin, consiste en que la inmensa mayoría de los resultados (muchos de ellos completamente inútiles) a los que se ha llegado mediante experimentos con seres humanos se habrían podido obtener de igual modo sin necesidad de utilizar a ninguna persona como sujeto de experimentación. –¿Cómo se ha ido modificando la experimentación científica en seres humanos? –El Código de Nuremberg, que surgió como respuesta a los crímenes perpetrados por los científicos nazis, supuso un paso decisivo en su control. En 1945, The American Medical Association había publicado las primeras normas éticas que regulaban la experimentación con seres humanos en EE.UU. y en 1966, mediante la Declaración de Helsinki, se aprobaron a nivel mundial los principios éticos que rigen este tipo de investigaciones médicas. Igualmente, aunque es cierto que en la actualidad se lleva a cabo un exhaustivo control desde el punto de vista ético, no debemos olvidar que en la Alemania nazi se encontraba vigente una legislación muy limitante en cuanto a la experimentación con seres humanos que no impidió los inicuos ensayos que realizaron los nazis con la población judía, gitana y eslava durante la Segunda Guerra Mundial. –También realiza un análisis del impacto que han tenido las ideas eugenésicas en la ciencia, sobre todo en la España franquista. ¿Observa resabios de esto en la actualidad? –Me propongo mostrar lo sencillo que resulta tergiversar los descubrimientos científicos, especialmente cuando de forma interesada se acomodan artificiosamente a contextos que poco o nada tienen que ver con su verdadero ámbito de aplicación. Podemos hacernos una idea de lo singular de los planteamientos eugenésicos en España si sabemos que fueron abrazados a la vez por fascistas, socialistas, comunistas e incluso anarquistas; eso sí, cada uno según sus intereses. Hoy se están estudiando técnicas, como la terapia génica de células germinales, en las que podríamos interpretar cierta acción eugenésica aunque muy diferente. No tienen por objetivo evitar la supuesta degeneración de la raza sino mejorar la calidad de vida del individuo y mitigar su sufrimiento. Investigación en el Instituto Malbrán. Foto: Marcelo Capece –En relación al nazismo, le dedica un pasaje de su libro. Habla de lo irracionalmente racional y advierte que esto podría volver a suceder. ¿Esto se vincula con el crecimiento de las extremas derechas a nivel mundial? –Se suele ligar a los execrables experimentos que hacían los nazis con la brutalidad y la locura lo cual es un error. Sabían perfectamente lo que hacían y por qué. Ligarlo a la locura nos puede generar la banalización de aquel terrible Holocausto e incluso repetirlo. El auge de la extrema derecha, tanto en Argentina como en mi país, es en parte consecuencia de una pérdida de memoria que en el transcurso de muy pocas generaciones nos ha hecho infravalorar el daño que los extremismos políticos (y añado a los extremistas de izquierdas) han causado a las sociedades humanas. Como diría Primo Levi, “conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas: las nuestras también”. –¿Qué podría suceder en relación a la ciencia? –Durante los primeros años de la dictadura franquista en España se depuraron maestros y profesores, se expulsaron catedráticos de la universidad y muchos de los mejores científicos tuvieron que exiliarse en otros países; todo ello con el objetivo de someter la ciencia al control político. –En el libro aborda el rol de los estados en relación a descubrimientos científicos. ¿Cómo analiza el vínculo ciencia y Estado? Tenga encuenta que en la Argentina, el gobierno comenzó a implementar recortes en el área de ciencia. –Nos encontramos en sociedades modernas que son dependientes tanto de la ciencia como de la tecnología que surge de su aplicación: la medicina, la educación, las telecomunicaciones e incluso el ocio están subordinados al desarrollo científico. Y en este aspecto los Estados pueden decantarse por dos opciones radicalmente opuestas: apostar por el desarrollo científico y tecnológico dentro de sus fronteras, o hacerse dependientes de otros países. Respecto de la primera opción, resulta evidente que la ciencia no es barata, se debe invertir en la formación de los investigadores, en la construcción y el mantenimiento de laboratorios e institutos de investigación, dotar periódicamente partidas presupuestarias destinadas a proyectos y ciencia aplicada, etc. Todo ello supone una importante inversión económica que no suele dar fruto a corto plazo. Pero precisamente se trata de eso. De una inversión en el futuro del país que apuesta por tener una estructura científica consolidada, madura y eficaz. Algo que vimos, incluso, en la resolución de la pandemia. Una nación potente debe poseer un sistema de investigación y desarrollo de alto nivel, y eso de ningún modo se consigue limitando los recursos que el propio Estado puede, y debe, destinar a la mejora de su estructura científica y tecnológica. Un laboratorio de pruebas móvil utilizado por Choice Canning para detectar la presencia de antibióticos en los camarones. Crédito: Grupo Choice –Esto se vincula con el aspecto geopolítico de la ciencia abordado en su libro. Analiza los avances científicos en tiempos de posguerra, el rol que ha tenido EE.UU. junto a las grandes potencias y cómo esto impactó en la desigualdad social. ¿Qué podría comentar al respecto? –Hace tiempo que la clase política sabe que el desarrollo científico y tecnológico que presenta un país puede marcar la diferencia entre ganar y perder una guerra o entre formar parte de la élite mundial o ser dependiente de la tecnología de otros. Las grandes potencias mundiales invierten en ciencia y tecnología como estrategia para mantener su estatus o para ser incluso más poderosas. No nos engañemos: la ciencia no es solo una herramienta para el conocimiento, también lo es para el crecimiento económico y el poder de un Estado. –Respecto a esto último, de su libro también se desprende una reflexión en torno al poder del discurso científico/cientificista. ¿Coincide? –Sin duda, uno de mis objetivos es promover la reflexión sobre el papel que desempeña la ciencia en la sociedad actual analizando tanto su campo de acción como todas las limitaciones que presenta cuando quiere ser artificial e interesadamente aplicada a otras áreas del conocimiento o a ámbitos de la realidad donde poco o nada tiene que aportar. La ciencia, como herramienta de conocimiento, ha ganado una legitimidad extraordinaria, de modo que una inmensa mayoría de la sociedad está dispuesta a aceptar como verdadero e irrefragable todo aquello que en su nombre se llegue a aseverar. Nos encontramos dentro de un contexto extraordinariamente cientificista en el que hemos perdido la noción de cuáles son el objetivo real y la utilidad del conocimiento científico. –Respecto al poder, usted reflexiona acerca de quienes fueron oprimidos por este en nombre de la ciencia. Afrodescendientes y pobladores originarios que fueron utilizados para experimentos científicos. ¿Cómo analiza esto? –En la mayoría de los pasajes más oscuros de la ciencia, cuando se han utilizado seres humanos como sujetos de experimentación, estos se han situado en una categoría inferior a la que los científicos consideraban que ocupaba el individuo “normal”. Para algunos malos científicos el simple hecho de que un individuo estuviera en prisión o presentase una minusvalía legitimaba su participación en investigaciones que podrían revertir, aunque raramente lo han hecho, en el bien de la mayoría. Históricamente el factor determinante para formar parte del grupo de “mártires de la ciencia” ha sido pertenecer a una etnia minoritaria. –Por último, ¿cuáles le parecen que son los principales desafíos de la ciencia hoy?

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