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  • Sesenta años de la trágica caída de un autobús al río

    » Diario Cordoba

    Fecha: 26/04/2024 04:57

    El día 26 de Abril de 1964, Córdoba vivió un enorme sobresalto cuando por los barrios de la ciudad cundió la noticia de que un autobús de línea urbana de Aucorsa había caído al río Guadalquivir a la altura de la Cruz del Rastro. Pocas noticias había sobre cuántos y quiénes podían ser los usuarios del vehículo, pues este autobús de la línea Pío XII, era el último que partía de la plaza de las Tendillas y llegaba hasta el estadio de El Arcángel para acercar a los postreros aficionados al campo de fútbol. Esa tarde jugaba el Córdoba CF contra la UD Levante. El autobús siniestrado era uno de refuerzo y tras este itinerario, concluido el servicio, debería dirigirse a cocheras. No fue así, pues su recorrido terminó trágicamente cuando se precipitó al río Guadalquivir, tras romper el pretil. Cables de sondeo para ver dóinde está el autobus. / LADIS Apenas se iba conociendo la tragedia, infinidad de cordobeses se acercaron a la ribera. Unos movidos por la curiosidad y otros, ávidos de noticias, querían saber si sus familiares y amigos, que habían asistido esa tarde al fútbol, podían contarse entre los viajeros y ansiaban noticias de las autoridades sobre las personas que estaban dentro del vehículo en el momento del accidente. El bus continuaba sumergido y nada se sabía del número de pasajeros que había en el interior. La noticia del accidente, que vistió de luto a la ciudad, fue portada en la mayoría de los periódicos españoles y buena parte de la prensa extranjera se hizo eco del dramático accidente. Numerosas personas se acercaron a la Ribera para ver el autobús. / LADIS Supervivientes Del interior del autobús solo pudieron salir con vida el cobrador, Miguel Espinosa Priego (de 29 años), casado con Rafaela Caballero Salvador, padre de dos hijos y que esperaba un nuevo retoño. Sufrió rotura de clavícula y múltiples magulladuras y precisó ingresar en la residencia Noreña. Y José Vázquez Fernández que presentó una herida inciso contusa en la región superciliar derecha y traumatismo cerebral y toráxico. Tras ser curado pasó a su domicilio. Las autoridades supervisan las labores de rescate. / LADIS En el lugar del suceso se personaron todas las autoridades que dirigieron las tareas de rescate. Los bomberos, junto a los buzos, procedieron en primer lugar a localizar el vehículo, que estaba hundido a unos catorce metros de profundidad. También llegó, procedente del Parque de Talleres de Automovilismo, una potente grúa con personal especializado para tratar de extraer el autobús. Hasta el momento no se sabía que cantidad de personas viajaban en el momento de producirse el accidente, aunque se barajaba la posibilidad de que fueran pocas al ser el último servicio y solía llegar al estadio con la hora muy justa. Llegan los bomberos. / LADIS Como era difícil y complicada la recuperación del vehículo, que se encontraba volcado en el lecho del río, se procedió a rescatar los cadáveres, labor que concluyó sobre las ocho de la tarde (tres horas después de producirse el siniestro). Los once cadáveres fueron sacados en barcas y trasladados a las ambulancias que los llevaron al Depósito Anatómico Forense del cementerio de San Rafael. Cerca de las nueve de la noche, y tras romperse el cable de la primera grúa que acudió a reflotarlo, fue sacado el autobús del río Guadalquivir. Quedó sujeto con cables para al día siguiente arrastrarlo hasta la orilla opuesta. El coche, de la empresa Aucorsa, tenía matrícula de Málaga número 21929 y cubría la línea de Pío XII, en el Campo de la Verdad. Pretil por donde se precipitó el bus. / LADIS Víctimas Algunas de las víctimas eran muy conocidas, por regentar establecimientos de hostelería muy céntricos como Mariano Carrasco Ruiz (Bar Correo), casado con Rafaela Roldán González y padre de cuatro hijos; y Alfonso Pérez Quero (jefe de cocina del restaurante Imperio, de la calle la Plata), casado y con tres hijos. Ambos solían esperar a última hora para tomar el autobús. El conductor del autobús Wenceslao Gracia Arroyo, de 45 años, con un expediente de excelente conductor, nada pudo hacer por evitar la catástrofe. Estaba casado con Teresa Díaz Serrano y tenía tres hijos. Pedro Zurbano Barrionuevo, interventor del Servicio Municipal de Aguas y su esposa Ana España. El matrimonio compuesto por Luis Guerra Morillas e Isabel Pastor del Río, padres de una hija. Fernando Varo Artigues, José Llamas, Fernando Cubo de la Torre y Manuel Rodríguez Soto, de 15 años, que no iba al fútbol sino a entregar en las taquillas la recaudación (29.000 pesetas) de la venta de entradas del Bar Guerrero donde trabajaba. Cuando rescataron su cadáver llevaba en la mano, bien apretado el puño, todo el dinero. El entonces principe Juan Carlos con el obispo antes del funeral en la Catedral. / LADIS Luto en la ciudad Como es natural este trágico suceso impresionó profundamente a la ciudad acudiendo miles de personas al paseo de la ribera para conocer si entre los viajeros iban familiares y amigos. Igualmente querían saber el horario de los funerales. El alcalde de la ciudad Antonio Guzmán Reina ordenó que, por cuenta del Ayuntamiento, se facilitaran los féretros a las víctimas y que se colocaran crespones negros en señal de luto en los balcones de la Casa Consistorial. También ordenó que los cadáveres fueran depositados en la iglesia del cementerio de San Rafael, para que pudieran ser velados por las familias. Funeral Para el día del funeral estaba previsto que se consagrara la iglesia de San Alberto Magno, pero por el trágico accidente se pospuso un día más. El príncipe Juan Carlos que tenía anunciada una visita oficial de dos días a la ciudad, dispuso por el luctuoso suceso, que todos los actos programados en su honor quedaran suspendidos para unirse al duelo de la población. El gobernador civil, Landín Carrasco, pidió a las empresas que permitieran, a los trabajadores que lo deseasen, salir con tiempo suficiente para asistir a los funerales por las víctimas. Labores de rescate en las que intervino el barquero Enrique Caballero. / LADIS El funeral de corpore in sepulto se celebró el lunes día 27 a las siete de la tarde en la Mezquita-Catedral. Lo ofició el obispo monseñor Fernández Conde y estuvo presidido por el príncipe Juan Carlos, que estuvo acompañado del Gobernador Civil Prudencio Landín Carrasco; el alcalde Antonio Guzmán Reina, y el presidente de la Diputación, Antonio Cruz Conde, entre otras autoridades, calculándose que asistieron unas diez mil personas. El templo estaba abarrotado, así como el Patio de los Naranjos y las calles adyacentes, ocupadas por la multitud que luego acompañó al cortejo fúnebre hasta el cementerio. Enrique Caballero, barquero y héroe de aquella jornada Enrique Caballero Álvarez fue el último barquero. Desde que nació (1918) estuvo ligado al río Guadalquivir, pues vino al mundo en la calle Badanas, entre el río y la plaza del Potro. Su padre era molinero y propietario del molino San Antonio. Allí pasa largas temporadas trabajando con su padre, cuando salía del colegio de don Luis (frente al embarcadero). Su afición por el río y su habilidad para construir barcas le inclinan, en su juventud, a la noble tarea de barquero. Profesión que desarrolló hasta que cumplió 54 años. En total estuvo más de 25 años pasando a los cordobeses de una a otra orilla del río. Recuerda que durante la semana llevaba muchas mujeres del barrio de Miraflores que iban al mercado de la Corredera a comprar y los domingos pasaba aficionados para el futbol. Algunas veces hasta llegó a transportar cincuenta personas en la barca. El viaje valía dos reales (luego lo subió a una peseta). pero simplificaba mucho el camino a recorrer. Y fue la tarde del 26 de abril de 1964, cuando contaba con 46 años, y llegando al embarcadero escuchó un ruido enorme… Pero mejor será que lo cuente él. "En la barca íbamos mi sobrino y yo. Mi hermano Pepe nos esperaba en la orilla. De momento escuchamos un gran golpe, miramos y vimos a un autobús perderse dentro del rio. El agua comenzó a moverse. Remamos hasta allí y había una enorme mancha de aceite. Encima de la superficie flotaba una gorra. De momento salió un hombre que chapoteaba desesperadamente, era el cobrador (Miguel Espinosa Priego, de 29 años). Nos acercamos y lo izamos a bordo. Estaba herido y extenuado. Se había salido por la ventanilla y se quejaba de la clavícula. Al momento salió otra persona (José Vázquez Fernández). Lo cogimos y lo subimos a la barca. Era un usuario que había podido salir del autobús. Ya solo se veían muchas burbujas y remolinos en el agua. Si tardamos unos segundos más estas dos personan se hubieran ahogado. Uno era marido de mi sobrina y el otro trabajaba en la Renfe. Nos ayudaron unos pescadores que había en la orilla y los atendimos hasta que llegaron las ambulancias. Enseguida se arremolinó la gente y vinieron las autoridades y los bomberos. Intentaron sacar el autobús pero era difícil. Había que sacar a los que hubiera dentro que no sabíamos cuantos eran. Nadie tenía narices de hacerlo y entonces mi hermano Pepe, mi sobrino Manuel y yo los sacamos a todos con gran esfuerzo. En total había once. Recuerdo todo perfectamente. Había varias mujeres e incluso un niño. Fue una pena. No pudimos hacer nada por ellos. El autobús estaba muy hondo. Pudimos llegar a ellos cuando lo levantaron un poco con los cables de las grúas". --¿Se les reconoció oficialmente su meritoria labor? --Nunca, nadie. Seguimos de barqueros. A eso de un poco tiempo llegó un señor con seis mil pesetas a repartir entre mi hermano mi sobrino y yo. Se las devolví. Le dije que lo hicimos de corazón y que los molineros somos pobres…pero ricos. Bastantes años después me han puesto una placa de reconocimiento en el molino de Martos, pero me gustaría que me la pusieran en el de San Antonio, que era de mi padre y donde viví mi infancia. (Entrevista realizada en 2014 al cumplirse el 50 aniversario de la tragedia. Enrique contaba entonces con 96 años) Suscríbete para seguir leyendo

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