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  • Secretos del conurbano: la parroquia en Glew que oculta una reliquia artística invalorable

    » La Nacion

    Fecha: 26/04/2024 00:20

    >LA NACION>Sociedad Información basada en hechos y verificada de primera mano por el cronista, o reportada y verificada por fuentes expertas. Noticia Original Durante 23 años entre 1953 y 1976, Raúl Soldi pintó una serie de frescos dentro de la capilla de Santa Ana, que fueron declarados patrimonio histórico nacional y todavía se pueden apreciar Exclusivo suscriptores Jesús Allende LA NACION Escuchar La capilla es de ladrillo a la vista, terracota, el color del polvo y la tierra. Tiene un doble campanario por encima de un rosetón translúcido y una puerta de madera que está cerrada. Se construyó sin ventanales, quienes ingresan no necesitan mirar afuera. Un barrendero limpia la vereda, levanta las hojas del otoño entrante y saluda con un ademán. Los vecinos que caminan frente a la iglesia centenaria saludan también, incluso los que pasean a la distancia en bicicleta con las bolsas de compras colgando de los manubrios. Las casas de la cuadra son bajas, pintadas en tonos ocre, con ventanas enrejadas por las que se escurren los gatos para entrar y salir, indiferentes al sonido del paso del tren. La capilla Santa Ana está situada en Raúl Soldi 276, la calle que justamente recuerda al pintor que trabajó en su interior DIEGO SPIVACOW / AFV En Glew, que hoy pertenece al partido de Almirante Brown, quedan algunos resabios de su pasado como pueblo, la época en la que un joven Raúl Soldi, el pintor porteño, se perdía cada verano en la cotidianeidad de sus calles y la conversación de los residentes, siempre con sus materiales encima, inspirado en los tambos, molinos y cardos. Una reliquia del artista permanece en la pequeña parroquia de Santa Ana, que fue declarada patrimonio histórico provincial. Cuando se abren las puertas del templo –en la calle Raúl Soldi 276– aparece la obra con la que quiso trascender, una ucronía rural que retrata la vida de Santa Ana como si hubiera ocurrido en Glew. En el altar, el artista pintó la glorificación de la mujer, la madre de la Virgen María en la tradición cristiana. La escena reimagina sus últimos días descansando en una mecedora de campo. Hay caballos criollos, un sulky y un monte sombreado por el que se eleva un molino. La imagen se desdobla para mostrar el ascenso de la santa hasta que se rodea de ángeles. En los laterales se suceden el resto de los frescos, que tardó veintitrés años en culminar y nunca firmó. Un mural representa el nacimiento del Niño Jesús, en la Argentina_ los Reyes Magos le obsequian láminas de rodocrosita, una piedra de tonalidad rosa, y leche que se extrae en Minas Capillitas, Catamarca DIEGO SPIVACOW / AFV “En una de sus caminatas por el pueblo se encontró con la capilla que se construyó en 1905. Como Soldi nació en el mismo año, cuando entró dijo que había algo muy especial que los unía. Vio primero los arcos despintados y sintió que el arquitecto había dejado el espacio preparado para él”, dice Mónica Girves, secretaria de la iglesia de Santa Ana y vecina de Glew. A los 17 años, Girves conoció por primera vez al artista. Recuerda ver, a través de la puerta entornada de la iglesia, los andamios en los que se subía todos los veranos a pintar, desde 1953 hasta 1976. La humedad característica de la zona, que puede hacer estragos en cualquier estructura, fue la atmósfera ideal para perfeccionar el fresco, una técnica con la que hasta entonces Soldi no había experimentado y que requería pintar con velocidad sobre un revoque fino de cal antes que secara. En el altar, Soldi pintó la glorificación de la mujer, la madre de la Virgen María en la tradición cristiana; la escena reimagina sus últimos días descansando en una mecedora de campo DIEGO SPIVACOW / AFV “Con los años evolucionó la técnica y se ven los cambios entre los primeros y los últimos. La gente que se acercaba no entendía cómo al final podía unir las figuras porque pintaba siguiendo la gama de colores y no la forma. A veces le sucedía que no podía encontrar el mismo tono y arrancaba el fresco otra vez desde cero”, detalla Girves. Primeros años Soldi conoció Glew por unos amigos que habían comprado una casa para el fin de semana. “Dijo que se inspiraba más en un pueblito que en la ciudad de Buenos Aires donde vivía. Recorría el pueblo con todo su material de trabajo; si había un rincón o escena que lo inspirara, se detenía a pintarlo”, relata Girves. Pensó la obra de Santa Ana como un legado cultural, no cobró el trabajo y costeó los materiales. A modo simbólico, el padre Gerónimo, el primer párroco del templo, le obsequiaba una gallina y una docena de huevos por cada fresco terminado. Los trabajos de albañilería para preparar las paredes estuvieron a cargo del sacerdote, con quien forjó una amistad a través de los años. Una escena con la capilla como protagonista; la iglesia es de ladrillo a la vista, terracota, el color del polvo y la tierra, con un doble campanario por encima de un rosetón translúcido DIEGO SPIVACOW / AFV El apoyo de Gerónimo fue vital para avanzar con la obra cuando peligró su continuidad. A los cinco años, cuando terminó el cuarto fresco, un grupo de vecinos reclamó a la iglesia que pusiera fin al proyecto. “Soldi pertenecía al mundo del teatro; era escenógrafo, su madre vestuarista y su padre luthier. Este grupo más conservador veía como un sacrilegio que estuviera pintando la iglesia. Estaban escandalizados. El padre Gerónimo defendió su trabajo, lo ayudó a continuar y, al final, intervino el obispo de La Plata, que autorizó que siguiera”, narra. Su espíritu escénico aparece en todas las pinturas, que si bien mantienen la estética rural vistió a los personajes de forma teatral. Le dio movimiento a las imágenes a través de la técnica de “desdoblamiento” en la que un mismo personaje realiza en simultáneo dos acciones. La humedad característica de la zona, que puede hacer estragos en cualquier estructura, fue la atmósfera ideal para perfeccionar el fresco DIEGO SPIVACOW / AFV “A Soldi le encantaba entrar a los negocios y conocer a la gente. Los vestidos de María y Santa Ana están estampados con las puntillas del diseño de la tienda Dulce, histórica de acá. Compraba las puntillas, las sumergía en la pintura y los usaba de sello para vestir a los personajes”, cuenta Girves. También usaba como sellos las hojas de los árboles del pueblo, y de modelos a los vecinos que luego acudían para verse retratados; se reconocían como parte de la obra. “Era fácil conocerlo porque andaba por todos lados en Glew y tuve la alegría de trabajar tres años en la biblioteca que fundó”, agrega. En diferentes escenas están pintados los hijos de Soldi, los vecinos más antiguos, las mujeres del coro y la organista; también, el monaguillo de aquella época, el sacerdote Gerónimo y Domingo, el monje que vivía en la parroquia y le leía poemas para acompañarlo mientras trabajaba. En una de sus caminatas por el pueblo. Soldi se encontró con la capilla que se construyó en 1905; vio primero los arcos despintados y sintió que el arquitecto había dejado el espacio preparado para él DIEGO SPIVACOW / AFV Girves recuerda que un día en un taller de arte vio a Soldi muy concentrado en el trabajo que realizaba una niña. “Ella tenía ocho años, y coloreaba con diferentes tonalidades y repetía la secuencia hasta encontrar un azul igual al modelo original que quería pintar. Soldi le preguntó si podía copiarle la técnica, que nunca se le había ocurrido esa forma para encontrar un color exacto”, relata. El Renacimiento campestre “Cambió mucho Glew. Hacerles pensar a los más jóvenes que esto era campo es difícil. Casi no queda nada del pueblo rural que pintó, como mucho dos molinos. Es una zona ventosa y húmeda, y estaba llena de ellos, muy necesarios para la actividad de los tambos”, sostiene Girves. Glew creció como parte del conurbano bonaerense y en las afueras se entremezclan quintas, con zonas urbanizadas, sectores loteados y campo donde pasta el ganado entre las villas miseria. El cura Eduardo Llama y Mónica Girves, secretaria de la iglesia de Santa Ana y vecina de Glew DIEGO SPIVACOW / AFV La mayoría de los frescos de la capilla fueron trabajados directamente sobre la pared, a excepción de las dos últimas obras, que son murales. Están hechos en tela y pegados a la pared y se diferencian porque los colores son más nítidos. Fue la manera que ideó Soldi para terminar la obra a sus 71 años, edad en la que no pudo seguir pintando subido a los andamios. Uno de ellos representa el nacimiento del Niño Jesús, no en Jerusalén, sino en la Argentina. Los Reyes Magos llegan a caballo y le obsequian un cáliz con láminas de rodocrosita, una piedra de tonalidad rosa, y leche que se extrae en Minas Capillitas, Catamarca. “Soldi no firmó la obra. Por su humildad y porque pintó al estilo de los pintores del Renacimiento, que pintaban queriendo trascender por su arte y no por el nombre. Uno lo reconoce por su forma muy característica, en cómo ponía el foco en los rostros y las manos”, indica Girves. Los frescos de Santa Ana están protegidos como patrimonio histórico provincial y hasta el momento no fueron restaurados DIEGO SPIVACOW / AFV La obra del artista se encuentra dispersa en diferentes colecciones. Una colección está expuesta en el Museo del Vaticano y la que pertenece al Museo Nacional de Bellas Artes se trasladó a su sede en Neuquén. La cúpula del Teatro Colón la pintó Soldi y el Colegio de Escribanos de la Ciudad cuenta con un mural y tapices del autor. Patrimonio cultural Los frescos de Santa Ana están protegidos como patrimonio histórico provincial y hasta el momento no fueron restaurados. “Tenemos que resguardar el acervo cultural de Glew. Somos muy cautelosos en cómo se limpia para que nada se pegue en los frescos. Tuvimos visitas de especialistas que nos dijeron que está bien conservada y en buenas condiciones. Contamos con una máquina que regula el ambiente en el edificio. Las puertas de madera están vidriadas, y los días de mucha humedad las cerramos para que se pueda seguir viendo la obra desde afuera. La falta de ventanas ayuda a conservarla, aunque es difícil apreciarla en fotografías por la iluminación. Para apreciarla realmente hay que venir”, describe Girves. El pintor pensó la obra de Santa Ana como un legado cultural, no cobró el trabajo y costeó los materiales DIEGO SPIVACOW / AFV En Glew, su patria chica, Soldi fue un artista de una sola estación y terminó comprándose una casa. Cuando inauguró la Fundación Santa Ana expresó en su discurso: “Mi amor se fue afianzando y Glew fue una parte importante de mis cuadros. Pinté sus paisajes, sus coches, sus calles polvorientas, sus molinos y su gente. Dejé mi aporte cultural a este pueblo que tantas alegrías me deparó “. En la capilla de Santa Ana quedan a resguardo las pinturas con la que quiso sedar el alma y trasmitir armonía.

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