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  • Esperando la carroza en el teatro Broadway no defrauda: por qué hay que ver el éxito de Campi y su dream team

    » Clarin

    Fecha: 23/04/2024 06:11

    El gran riesgo es el lastre: la carga que arrastra el título, el valor simbólico de la película estrenada en 1985 y derivada de la pieza teatral, el fenómeno en que se convirtió luego Esperando la carroza, como un producto emancipado y transformado en otra cosa. Final feliz: esta puesta dirigida por Ciro Zorzoli es un encantador homenaje al hito de la pantalla grande, pero no traiciona su semilla, su formato primario. Primera advertencia para quien llega al Broadway en busca de un revival del filme: la pieza está basada en la obra original de puño y letra del rumano-uruguayo Jacobo Langsner, que Alejandro Doria dirigió en cine como un grotesco que algunos críticos despedazaron. Un rito hermoso integra platea y escenario. Una doble voz se escucha en varios pasajes, la del actor y la del espectador. El público fan de la película, que sabe de antemano lo que sucederá o la frase que vendrá, se anticipa a cada muletilla popular, completa cada parlamento, remarca una palabra clave que con los años identifica al hit. Eso que sucede en las butacas es un espectáculo en sí mismo dentro de esta producción de RGB. Segunda advertencia: Campi, la Mamá Cora de esta obra, no compite con ese personaje monopolizado en la memoria (y con justicia) por Antonio Gasalla, sino que lo integra y le rinde honor. Entendió -dicho por el propio Martín Campilongo- que el tono debía asemejarse a ese al que la mayoría acostumbró su oído, pero le aportó su identidad y el resultado es tan contundente como honesto. En el texto real, Ana María de los Dolores Buscaroli de Musicardi (Mamá Cora para todos) no tiene tanta participación como en el guion cinematográfico, pero aquí se las ingenia mediante recursos para estar presente en la ausencia de otra forma. También hay otra una gran elección que anima al factor sorpresa. Campi reaparece en pequeños personajes con los que saca lustre a la comedia. Algo mágico pasa en la sala, entre terrazas, ventanas que husmen geografías domésticas, sogas en las que cuelga ropa, heladeras Siam, costumbrismo: nos vemos como país y nos topamos con un pequeño milagro, el de China Zorrilla resucitando en Paola Barrientos. La infalible actriz eligió el camino del homenaje, pero no de la imitación. Su Elvira Romero de Musicardi, con las dosis justas de exageración, su cadencia y el gag soltado milimétricamente, invoca al espíritu de China y revienta el aplausómetro. Barrientos, Lois y Leonardi en una escena de "Esperando la carroza". Imposible no intentar buscar en cada criatura el alma de esos actores que generaron el boom cinematográfico. Pero lo recomendable es no ir con ese preconcepto. El elenco encuentra su propio registro y su tono. A 62 años del estreno de la pieza en Uruguay, Pablo Rago, Ana Katz, Sebastián Presta, Valeria Lois, Mariano Torre, Andrés Granier, Milva Leonardi, Marina Castillo y Mayra Omar conforman un buen engranaje. Por si algún desprevenido desconoce la trama: una mujer que roza la demencia senil, madre de cuatro, desaparece en un descuido del hijo y de la nuera con los que convive. Enseguida los Musicardi reciben la noticia de que una anciana se tiró a las vías del tren y el plan de encuentro familiar deviene en los preparativos para el velatorio. Culpas, miserias, egoísmos, mecanismos de supervivencia, apariencias, tironeos y una radiografía perfecta de la clase media. En esa coreografía de humores e intensidades, la escenografía móvil (Tato Fernández) hace un gran aporte al dinamismo de la historia. Si Doria pensaba algunos cuadros como perfectos bailes sincronizados, Zorzoli no se queda atrás en ese dominó danzante de personas y lugares. El vestuario y la música completan el prolijo tridente. Campi con el peso de un personaje que Gasalla inmortalizó. En la era de la cancelación y cierto "corset" de corrección política, el texto original no sufre tachaduras ni reemplazos y eso se agradece. No hay censura ni a lo que roza el límite vinculado al racismo, la misoginia o lo religioso. Una jugada impecable que respeta el tiempo en que fue escrita la historia ante la posibilidad de susceptibilidades. El electrocardiograma de la obra tiene sus picos previsibles en los enunciados que sabemos todos. Yo hago ravioles, ella hace ravioles; Tres empanadas, Dice Doña Elisa que no vayamos todos a la mierda, ¿A dónde está mi amiga?... Un drama hondo, disfrazado, al que podemos digerir entre pantomimas, caricatura y sarcasmo. Esperando la carroza nos hace salir del teatro plenos, satisfechos de lo que fuimos a buscar. Una tragicomedia como un inmenso río transparente en el que ya desde la orilla (uruguaya o argentina) nos reflejamos. Un cristalino espejo de lo más cruel y lo más honesto de la argentinidad. Presta, Torre, Rago, Katz, Lois, Barrientos y Leonardi. Calificación: Muy buena.

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