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  • La ley y la justicia en el universo inagotable de Borges

    » La Nacion

    Fecha: 20/04/2024 03:25

    Escuchar Hablar de Borges y el derecho puede parecer un intento de unir mundos dispares, demasiado lejanos. ¿Por qué las ficciones de un escritor podrían tener alguna relación con las reglas que rigen una comunidad, las estrategias de un abogado en un litigio o las sentencias judiciales? Desde hace décadas ha surgido en la academia lo que se conoce como Derecho y Literatura, el estudio de las formas en que se relacionan ambas disciplinas, sea como regulación de las ficciones, poemas o ensayos; como matriz para analizar mitos, cuentos, novelas e indagar a partir de allí los modos en se construyen los modelos sociales o como espacio necesario para generar empatía en el mundo formal de leyes. Las ficciones y las formas de narrar construyen significados. Borges ha dicho que nuestra historia habría sido diferente y mejor si hubiéramos elegido el Facundo y no el Martín Fierro como nuestro libro nacional (justamente él, que tanto volvió sobre las escenas del libro de José Hernández). En el fondo, la pregunta planteada al inicio gira en torno a cuánto tracciona la ficción a la realidad y de qué modo recurrimos a ella para descifrar un universo caótico proveyéndolo de significado mediante la palabra. "Los cuentos de Borges son ideales para recrear preguntas instaladas en el discurso jurídico" Si nos detenemos en el relato bíblico, por ejemplo, parece evidente que en el Génesis la palabra ordena el caos (Dios dice que se haga y la luz se hace). En definitiva, es la palabra la que concibe el mundo. Una vez instalados Adán y Eva en el jardín del Edén, la primera historia narra la infracción de la única norma existente y su interpretación por parte de quien la había impuesto. De allí habría derivado la vida sobre Tierra, donde se gana el sustento con el sudor de la frente y se pare con dolor. No suena, entonces, tan descabellado preguntarse cuánto nos transforman o condicionan otras narraciones. Mucho menos cuando se trata de un escritor que, como Borges, se ha convertido en el prisma a través del cual los argentinos hemos proyectado varias de las discusiones que nos ocuparon durante el siglo XX. Borges fue adalid de corrientes estéticas que luego abandonó, sostuvo de maneras diferentes el binomio civilización y barbarie, miró con ambivalencia a gauchos y orilleros, trazó una definición del escritor argentino y se pronunció contra los nazis vernáculos; por otra parte, es conocido el rechazo mutuo que durante años se instaló entre su persona y el peronismo. "El aura de la creación literaria, en Borges, se transforma en el aura del acto de leer" Vuelto una figura de culto desde su ceguera homérica, sus cuentos nos permiten saber un poco más sobre nosotros mismos. Y más aún cuando con ahínco sostuvo la idea de la lectura como un acto creativo. Un texto se reconstruye según el sentido que le otorga el contexto del lector. El aura de la creación literaria, en Borges, se transforma en el aura del acto de leer. Es así que escribe con Bioy Casares que un texto puede ser apropiado por su lector cuando éste encuentra en él aquello que mejor lo expresa, que más hondamente lo identifica. Desde el mundo del derecho es posible recurrir a sus relatos para recrear de distintos modos preguntas instaladas en el centro del discurso jurídico. ¿De qué hablamos cuando hablamos de merecimientos y castigos? ¿Cómo juzgar los crímenes más atroces? ¿Hasta dónde llega la posibilidad del perdón? ¿Cómo interpretamos el texto de una ley, cuando su lectura supone una consecuencia que puede traducirse en años de prisión para el acusado o en la absolución lisa y llana de un hecho criminal? El azar y la igualdad En uno de sus relatos más conocidos, “La Lotería en Babilonia”, Borges imagina un universo regido por el azar. La vida cotidiana de los babilonios es gobernada por sorteos secretos llevados a cabo por una “Compañía” todopoderosa a la que ellos mismos han decidido entregar su destino. “El ebrio que improvisa un mandato absurdo, el soñador que se despierta de golpe y ahoga con las manos a la mujer que duerme a su lado ¿no ejecutan, acaso, una secreta decisión de la Compañía?”, se pregunta el narrador. Como consecuencia de ese orden determinado por el azar, los habitantes pueden ser un día procónsules y al otro, pordioseros. El relato, al que el propio Borges le atribuyó un carácter simbólico, describe un mundo saturado de azar que, sin embargo, no es del todo inimaginable. Los filósofos del derecho, por ejemplo, suelen identificar ciertas categorías de suerte a las que inevitablemente todos estamos sometidos. Aquello que somos, el color de nuestra piel, un rasgo congénito, una enfermedad hereditaria. Tampoco tenemos control sobre las circunstancias que nos tocan en un mundo que muchas veces nos es ajeno: por ejemplo, una adolescente judía en la Polonia de finales de la década del 30 del siglo pasado o un joven afroamericano en Luisiana de principios del siglo XIX. "La Babilonia imaginada por Borges pone en juego una suerte de cruel igualdad, en la que sus habitantes saben que un día puede tocarles el cielo y al otro, el infierno" El hecho de que ya ese estar en el mundo condicione o determine nuestros actos o, incluso, nuestra posibilidad de sobrevida, muestra que tal vez haya una suerte echada en el lugar y el tiempo de nuestro nacimiento. Aun cuando no a todos les toque un número desventajoso, las diferentes capacidades, aptitudes o inteligencias de las personas ha llevado a algunos teóricos a defender como una función del Estado la de intervenir para compensar esa lotería natural. ¿Cómo? Actuando como proveedor de un grado mínimo de justicia para que todos partamos de una base común. La Babilonia imaginada por Borges pone en juego una suerte de cruel igualdad, en la que sus habitantes saben que un día puede tocarles el cielo y al otro, el infierno. En eso parece diferenciarse de otras crueldades más palpables, donde no es extraño que una mayoría reincida en el número de la miseria. En otro de sus cuentos, “Emma Zunz”, se narra la historia de una joven que se entera de que su padre se habría quitado la vida luego de haber huido al exilio y cambiado de nombre, todo a raíz de una denuncia falsa de quien lo traicionó para quedarse con la fábrica en la que ambos trabajaban. La planificación del asesinato de quien aparece como responsable del suicidio de su padre –un anciano carente de toda empatía– por parte de ella, una operaria joven, solitaria y pobre, puede ser leída de maneras diversas. En medio del relato, Emma construye una violación que no por ser fingida es menos ultrajante. Siguiendo el consejo que el mismo Borges expone en otros textos (leer los diarios con desconfianza, imaginar que un hecho puede significar algo distinto de lo que aparenta) el cuento permite discurrir en las formas de narrar, una práctica esencial en el mundo del derecho y que en este caso se despliega en torno a tres delitos no del todo imaginados ni del todo reales. El litigio, el juicio, las sentencias, son formas de narrar acciones que se pretenden culpables o inocentes, y también en estos relatos la presentación, las omisiones y los puntos de apoyo resultan esenciales en la historia que puede llevar a alguien a prisión. En “Deutsches Requiem”, otro de sus cuentos, es el subjefe de un campo de concentración nazi quien narra y pasa revista de sus actos durante la guerra. Borges dice en el epílogo del libro que lo contiene (El Aleph) que intentó entender el destino del pueblo alemán. Se espejan en el relato de alguna manera el victimario y las víctimas, y la figura de Job en el epígrafe refuerza la idea de un mal sin explicación. El cuento, publicado en la revista Sur en 1945, presenta la mirada del asesino en el momento en que se están realizando los juicios de Núremberg a los más altos jerarcas nazis. Es conocida la idea conforme la cual no era posible la poesía después de Auschwitz. Preguntas similares cruzaron el mundo del derecho mientras Borges escribía este relato, en torno a si era posible y bajo qué principios se podía hacer justicia en un proceso que luego prologó las declaraciones internacionales de derechos humanos y la convención contra el genocidio. Sentidos del texto En “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges imagina a un escritor de segundo orden que se propone reescribir la obra de Cervantes sin copiarla; producir un texto idéntico tres siglos más tarde. Quien narra exhibe dos textos iguales, uno de Cervantes, otro de Menard, que logran así significar cosas distintas en función de la atribución de autoría y el tiempo en que son leídos. Se trata de una de las narraciones borgeanas más trabajadas por la crítica, por la cantidad de interrogantes en torno al concepto de autoría, el plagio, las definiciones de las principales corrientes artísticas del siglo XX o el significado de un texto más allá de quien lo escriba. En relación al derecho, la obra de este escritor imaginado plantea los diferentes sentidos que se puede asignar a un texto, replica con más detalle la discusión entre las interpretaciones originalistas y dinámicas de los textos normativos. En otro de sus cuentos, Borges narra el modo en que un jurado condena a un tirano, la lógica de una decisión en un mundo definido por la ausencia de cordura. En otros se bosquejan modelos de lealtad diferentes, entre la traición y la fidelidad a la propia identidad. Borges describe las posibilidades de renunciar o someterse a la violencia, el sentido de una prisión injusta o la búsqueda de una racionalidad que permita la comprensión del mundo. Tiempo antes de terminar la carrera de Derecho fui ayudante alumno en la cátedra del profesor Carlos Nino. Iba a sus seminarios, discutíamos su flamante Ética y derechos humanos en los inicios de la democracia recuperada. En su libro clásico, Introducción al análisis del derecho, Nino citaba unos versos del poema “El Golem”, en el que Borges se pregunta si “en las letras de rosa está la rosa”. Nino se valía de esa idea para reflexionar en torno a las lecturas de la ley y la existencia de un único y verdadero significado de las palabras (todavía tengo el libro, edición de 1980, con esas líneas subrayadas en lápiz). También Genaro Carrió, quizás el padre de la filosofía del derecho en nuestro país, cita a Borges en Notas sobre derecho y lenguaje, un libro que, en mi opinión, abarca el sentido esencial acerca de lo que deberíamos entender por derecho. Allí Carrió recurre, por ejemplo, a Historia universal de la infamia para referirse al juego del lenguaje en el derecho. Borges se volvía así una referencia para pensar el derecho. Quienes mejor lo enseñaban recurrían a su universo para profundizar en su disciplina. Los humanos nos damos reglas destinadas a moldear el tipo de sociedad a la que aspiramos. Más autoritaria, más democrática, más o menos rígida, más o menos tolerante. El derecho consiste, en definitiva, en la práctica de imponer determinado orden o de gestionar los conflictos en función de un núcleo de valores que la comunidad, presuntamente, comparte. Desde esa perspectiva, quizá se vuelva más evidente por qué los relatos de Borges son herramientas útiles para entender las maneras en que juzgamos, reprochamos, perdonamos. Italo Calvino señalaba que la escritura de Borges iba contra la corriente principal de la literatura de su tiempo, que su escritura era “un desquite del orden mental sobre el caos del mundo”. Y, en definitiva, ¿no es eso lo que, en parte, se espera del derecho? Cuando pensamos, desde una definición clásica, en dar a cada cual lo suyo, en poner fin a iniquidades o en castigar a quien ha cometido un hecho atroz, ¿no intentamos un desquite para preservar un modelo racional ante una realidad que lo pone en jaque? Doctor en derecho, juez penal y escritor Leonardo Pitlevnik

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