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  • La culpa no es del otro: una mirada, dos escenarios y todos responsables

    » Diario textual

    Fecha: 19/04/2024 11:00

    Por Santiago Ferro Moreno (*) Desde 2011 la economía argentina se viene achicando en términos reales, medida en producto per cápita, la caída fue de al menos 13% por habitante hasta fines de 2022. Lo que significa que somos todos, en promedio, al menos un 13% menos ricos o más pobres… Esto, sin contar los últimos 16 meses, donde, por decisiones coyunturales atadas a las elecciones políticas y medidas de ajuste desproporcionadas, entramos en una recesión impresionante, que aumenta este porcentaje a niveles increíbles. La inflación estructural anual es de dos dígitos desde hace mucho tiempo, lo que ha favorecido el descreimiento del peso como moneda, aumentado la inercia inflacionaria, generando conductas sociales que impactan fuertemente en las expectativas y decisiones. Los incentivos para bajar la inflación, desde los actores públicos y privados, no están claros. A muchos actores, principalmente los gobiernos coyunturales y los oligopolios nacionales, les conviene el desbarajuste de precios y el crecimiento de los ingresos nominales. La inflación es multicausal, intervienen muchas variables para que tengamos esta situación estructural. La mejor explicación se relaciona directamente con la mala gestión de lo colectivo, de la moneda nacional, las arcas públicas y las expectativas de la sociedad. Toda esta situación se materializa en familias, jóvenes y adultos/as que son más pobres, se sienten más pobres, trabajan y no alcanza, cuya la calidad de vida viene deteriorándose desde hace mucho tiempo. A esto le sumamos la injusticia que existe en el país. Donde el Estado debe ser el eje y la garantía del desarrollo de nación. Pero, nos encontramos con un poder judicial en descrédito continuo y sin cambios estructurales, que vive una vida paralela con necesidades y paradigmas totalmente ajenos a los de la sociedad. Un poder ejecutivo sin planes de mediano plazo y totalmente monopolizado por una clase política porteñocentrista (urbana), concentrado en indicadores mediáticos que les permitan sostenerse. Un poder legislativo desdibujado, pendiente más de los paneles televisivos y de los humores del ejecutivo y el poder real, que de las proposiciones y las necesidades estructurales de sus representados/as. La mirada recaudatoria y porteña de la economía hace que los aumentos de los ingresos de algunos sectores, por mayor productividad o mejores precios reales, se vean como una oportunidad para mejorar las cuentas públicas, mal gestionadas en vicios recurrentes. Los déficits fiscales son fuertes y estructurales. Todo un problema para el país, las provincias y los municipios. Todas/os las/os que tienen responsabilidad de gestión lo saben (sabían). Todas/os miraban para el costado y muchas veces… manteca al techo. Manteca que se cae y hace el piso resbaloso para las/os que no tienen el calzado apropiado: jubiladas/os, empleadas/os informales, empleadas/os formales que no llegan a fin de mes hace rato, inversionistas sin reglas claras, PYMES que se funden haciendo las cosas relativamente bien, niñas/os que no llegan a comer lo que necesitan, minorías desprotegidas, adolecentes sin perspectiva de futuro y sentido colectivo… Muchas injusticias sociales… Las principales tienen que ver con las/os niñas/os que no comen. Terrible. Y las jubilaciones, que han perdido poder adquisitivo de manera sistemática, una vergüenza nacional lo que hacemos con las/os viejas/os desde hace mucho tiempo. Terribles asimetrías dentro de cada grupo. Todas marcando una política continua de desatención al futuro y al pasado. Increíble. En este marco, los gobiernos se han endeudado de manera sistemática y muchas veces irresponsable. En pesos o en dólares, la pérdida de soberanía y el condicionamiento a las generaciones futuras es un drama. Nuestra capacidad para pensar, planificar y ejecutar estrategias de desarrollo es muy limitada con el pie de la deuda encima de cada habitante del país. Ante la realidad que nos aqueja como argentinas/os (al menos desde esta pequeña perspectiva), veo dos escenarios posibles, ninguno optimista. Uno que va hacia la ruptura institucional de lo conocido, con cambios estructurales y profundos en la matriz social, económica y ambiental del país. Un cambio de paradigma que implicará, en muchos aspectos, barajar y dar de nuevo (construir sobre lo destruido). Y otro escenario tipo péndulo, yendo y viniendo de modelos de país cada 4/8 años, con daños grandes y pérdida notoria de capacidades y generación de más descreimiento y desazón en niñas/os, jóvenes y adultos. En cualquiera de los casos, nos la ponemos como sociedad. Ojalá se diera otro escenario posible, una diagonal virtuosa donde dejemos de lado las mezquindades y la hipocresía, y avancemos hacia un modelo de país sostenible. Para esto, falta mirarnos al espejo, aprender del pasado, mirar al futuro y empezar a construir un plan de país integral, federal y sostenible que contenga los acuerdos, expectativas e intereses de una gran mayoría. Consensos que recopilen todas las perspectivas y busquen las complementariedades. Todas/os tendremos que ceder algo para avanzar en un modelo de país que se sostenga con el pasar de los gobiernos y las contingencias. (*) El autor es docente de la Universidad Nacional de La Pampa.

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